Por ello, a través del tiempo, desde las primeras comunidades cristianas hasta hoy, la vida consagrada ha adquirido diversidad de facetas, desde quienes se dedican a la oración en un lugar apartado del mundo, hasta quienes viviendo en el mundo se consagran desde sus actividades seculares.
Pertenecen a la vida consagrada hombres y mujeres que añaden a los preceptos comunes para todos los fieles, los tres consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, por medio de los votos o promesas perpetuas o temporales.
Aunque la autoridad máxima es el Papa, su gobierno está en manos de un seglar apoyado por un consejo y asistidos (asesorados) por un sacerdote.
En la Iglesia católica dichos eremitas son personas que se consagran a Dios mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia, y si lo hacen delante de un obispo, se constituyen en vida consagrada.
[7] La exhortación apostólica Vita Consecrata (VC), de Juan Pablo II, señala que en la Iglesia católica continúa manifestándose también hoy, después del Concilio Vaticano II, nuevas o renovadas formas de vida consagrada.
Muchas veces parecidas a las ya existentes, pero nacidas de nuevos impulsos espirituales y apostólicos.
Compete solo a la autoridad de la Iglesia aprobar dichas formas, mediante un buen estudio sobre su originalidad y competencia.
En otros casos, según la misma exhortación, se trata de experiencias originales, que buscan una identidad propia en la Iglesia y esperan ser reconocidas oficialmente por la Santa Sede.
[9] El fenómeno monástico aparece a mediados del siglo III en diferentes áreas de la cristiandad, Egipto, Siria, y Palestina.
Siguiendo el modelo de estas pero sin pretenden el Orden sagrado, nacen las Congregaciones religiosas laicales.
[12] La vida consagrada en general, sufrirá un grande revés entre los siglos XVIII y XIX, con las supresiones en los diversos Estados europeos.