Marco Antonio

Tras este suceso, Marco Antonio pactó hábilmente con los proclamados libertadores, que serían amnistiados a cambio de confirmar los acta Caesaris, es decir, la legislación promulgada y los magistrados nombrados por Julio César.

[3]​ Sin embargo, su intento chocó con la llegada del ambicioso hijo adoptivo de César, Octavio.

Muerto Antonio, Octavio se convirtió en el amo indiscutible del mundo romano.

Por este motivo Cicerón ordenó su ejecución, lo que originó la enemistad entre Antonio y el célebre orador.

César no podía permitir esto, ya que pretendía continuar las acciones que iniciara en su mandato de procónsul; además, en ese caso, pasaría a ser (entre el final de su proconsulado y su segundo consulado) un simple ciudadano (privatus), lo cual podría dejarle a merced de los optimates (entre ellos Pompeyo) que querían traducirle en justicia.

Ambos dejaron de verse durante dos años, si bien el distanciamiento no fue muy continuado: Antonio se reunió con el dictador en Narbona (45 a. C.), rechazando la propuesta de Trebonio para que se uniera a la conspiración que ya estaba en marcha.

La reconciliación definitiva llegó en 44 a. C., cuando Antonio fue elegido colega de César durante el quinto consulado del dictador, como parte del incipiente plan de César para conquistar el Imperio parto, dejando en Roma al nuevo y leal cónsul.

Cualesquiera que fuesen los problemas surgidos entre ellos, Antonio permaneció fiel a César en todo momento.

Este hecho poseía un significado preciso: la diadema era el símbolo propio de un rey, y César, al rechazarla, demostraba, una vez más, que no estaba interesado en asumir el título de Rey.

Cuando comprobó que esto no sucedía, regresó a Roma y concertó una tregua con la facción de los asesinos.

De esta forma, esa misma noche el pueblo romano atacó las casas de los conjurados, que se vieron obligados a huir para salvar sus vidas y lamentaron no haber acabado con el cónsul.

Pretendía de esta forma trasladar las legiones allí establecidas hacia Macedonia para preparar un ataque contra el Imperio parto.

El Senado no tardó en aprobar la conducta de Bruto, y Antonio fue declarado hostis rei publicae.

Unos dos mil caballeros y ciento sesenta senadores fueron ejecutados, siendo Cicerón la víctima más destacada en esta vorágine, pese al apoyo brindado a Octaviano, quien consintió su ejecución tras ser capturado al tratar de escapar.

Durante su viaje a Oriente, se encontró con la reina Cleopatra VII de Egipto en Tarsos (41 a. C.), tras lo cual ambos se convirtieron en amantes (en el año 40 a. C. nacieron sus hijos mellizos Cleopatra Selene II y Alejandro Helios).

Temiendo por la posición política de su marido y disgustada por el tratamiento recibido por su hija, fue ayudada por su cuñado Lucio Antonio para reclutar ocho legiones con su propio patrimonio.

Fue entonces exiliada a Sición, en Grecia, donde enfermó y murió aguardando la vuelta de Antonio.

Octavia era una hermosa e inteligente mujer que había enviudado recientemente y tenía tres niños de su primera unión.

Con este objetivo militar en mente, Antonio navegó hacia Grecia con su nueva esposa, donde allí se comportó de la manera más extravagante, asumiendo los atributos del dios Dioniso (39 a. C.).

Ante esta situación, Antonio decidió regresar a Siria siguiendo el río Aras a través de Armenia en pleno invierno, retirada que fue honrosamente cubierta por los honderos y los veteranos de su ejército, y que sufrieron muchas bajas por ello.

Lépido fue obligado a renunciar al cargo tras una maniobra política desafortunada, y Octaviano, solo ahora en el poder en Roma, se ocupó de poner a la tradicional aristocracia romana de su parte, contrayendo matrimonio con Livia.

Al ver el escaso contingente enviado por Octaviano, Antonio comprendió que sus intenciones pasaban por iniciar un nuevo conflicto civil, por lo que aceptó las escasas tropas recibidas y repudió a su esposa, enviándola de vuelta a Roma.

Entre todas estas acusaciones, quizás la más grave a los ojos del pueblo fuera la de que Antonio se alejaba de las costumbres romanas y se inclinaba hacia los gustos orientales, un grave crimen para el orgulloso pueblo romano.

Al final de este evento, la población entera de la ciudad fue convocada para escuchar una importante declaración política: rodeado por Cleopatra y sus hijos, Antonio proclamó que declaraba disuelta su alianza con Octaviano, a la vez que distribuía varios territorios entre sus hijos.

El hecho de que su ventajosa posición al frente de Roma fuera puesta en peligro por un simple niño engendrado por la mujer más rica del mundo era algo que Octaviano no podía permitir.

Entre el 33 al 32 a. C. se desató una auténtica guerra propagandística en la arena política de Roma, con acusaciones lanzadas entre ambos bandos.

Octaviano replicó con cargos de traición contra Antonio: controlar ilegalmente provincias que deberían haber sido asignadas a otros cargos como dictaba la tradición romana, e iniciar guerras contra otras naciones (Partia y Armenia) sin el permiso del Senado.

La guerra dio comienzo finalmente en el 31 a. C. El hábil Marco Vipsanio Agripa, leal comandante a las órdenes de Octaviano, consiguió tomar la importante ciudad y puerto griego de Metone, fiel a Antonio, asegurándose así un importante puerto en el Peloponeso que amenazara las intenciones de Antonio por controlar la importante Vía Egnatia.

Obligado por las circunstancias, y en la creencia de que Cleopatra se había suicidado previamente, Antonio optó por el suicidio, arrojándose sobre su propia espada, aunque sería llevado aún con vida ante su amante, muriendo en sus brazos.

En los años siguientes Octaviano, conocido como César Augusto desde el año 27 a. C., procedió a acumular en su persona todos los cargos administrativos, políticos y militares.

Dibujo de un busto de Marco Antonio.
Denario emitido por Marco Antonio para pagar a sus legiones. En el reverso, el emblema de su Tercera Legión .
La guerra de Módena en el 44-43 a. C.: Marco Antonio Augusto Décimo Junio Bruto Albino Cayo Vibio Pansa
Marco Antonio y Octavia en el anverso de una tetradracma acuñada en Éfeso en el 39 a. C.