Para Carlos Sandoval, sin embargo, la literatura fantástica debe ser considerada como ejercicio literario y consciente de su propia fantasía.Dice en este sentido:Cierta tradición crítica quiere ver el nacimiento del cuento fantástico latinoamericano en algunos textos protohistóricos.Oscar Hahn, por ejemplo, apunta que “en las crónicas del descubrimiento y la conquista, lo prodigioso está presente en Hispanoamérica desde los comienzos de la historia”1.[3]Sin embargo, es imposible negar la influencia de la tradición oral, las cosmogonías, la superstición, las religiones y el espiritismo en la literatura fantástica.[6][7] Venezuela tiene una importante tradición de literatura fantástica que se remonta a mediados del siglo XIX, con autores como Julio Calcaño, Juan Vicente Camacho, Nicanor Bolet Peraza y conocerá cierto reconocimiento durante el modernismo con autores como Pedro Emilio Coll, Luis López Méndez o Manuel Díaz Rodríguez.Carmen Luna Sellés pone a Coll junto con Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, entre otros, en la categoría de autores modernistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, interesados en los sueños, lo sobrenatural, lo fantástico y lo inquientante.[28] Meneses cambiaría la literatura de Venezuela e influenciaría a autores también incursionarían en el género como José Balza, Oswaldo Trejo, Ida Gramcko, Alfredo Armas Alfonzo y Salvador Garmendia.[33][34] Algunos exponentes actuales del género son: Ednodio Quintero, Juan Carlos Chirinos (El niño malo cuenta hasta cien y se retira, Nochebosque, Los cielos de Curumo, Renacen las sombras), Israel Centeno (Criaturas de la Noche), Karina Sainz Borgo (La isla del Doctor Schubert), Michelle Roche Rodríguez (Malasangre), Norberto José Olivar (Un vampiro en Maracaibo), o Loredana Volpe (La habitación cerrada, Isekai).