Hijo del vicecónsul argentino en Salto, Prudencio Facundo Quiroga, y de Pastora Forteza.
El mismo falleció de forma trágica, al dispararse con su propia escopeta por accidente frente a su familia.
En 1891 Pastora Forteza contrajo nuevas nupcias con Ascencio Barcos, que se convirtió en un buen padrastro para Horacio y con el cual mantuvo una relación muy sólida.
La tragedia se apoderó de sus vidas otra vez cuando Barcos sufrió un derrame cerebral en 1896 que lo dejó semiparalizado y mudo.
Con Asdrúbal E. Delgado y José María Fernández Saldaña, restauraron el viejo grupo, al que se sumó un primo de Jaureche, Federico Ferrando.
Ese mismo año, su amigo Federico Ferrando —quien había recibido malas críticas del periodista montevideano Germán Papini Zas—, comunicó a Quiroga que deseaba batirse en duelo con aquel.
Pero mientras inspeccionaba el arma, se le escapó un disparo que impactó en la boca de Federico, matándolo instantáneamente.
Al comprobarse la naturaleza accidental del homicidio, el escritor fue liberado tras cuatro días de reclusión.
En Buenos Aires, el artista alcanzaría la madurez profesional, que llegaría a su punto culminante durante sus estancias en la selva.
[11] Al regresar a Buenos Aires luego de su fallida experiencia en el Chaco, Quiroga abrazó la narración breve.
Estas primeras comparaciones con el «Maestro de Boston», no molestaban a Quiroga, que las escucharía con complacencia hasta el fin de su vida y respondería a menudo que Poe era su primer y principal maestro.
A esta época pertenecen la novela breve Los perseguidos (1905) —producto del viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera hasta la frontera con Brasil— y El almohadón de pluma, publicado en la revista argentina Caras y Caretas en 1905, que llegó a publicar ocho cuentos de Quiroga al año.
A lo largo del año 1917 habitó con los niños en un sótano de la avenida Canning (hoy Raúl Scalabrini Ortiz) 164, alternando sus labores diplomáticas con la instalación de un taller en su vivienda y el trabajo en muchos relatos, que iban siendo publicados en prestigiosas revistas como las ya mencionadas, «P.B.T.» y «Pulgarcito».
Al año siguiente, siguiendo la idea del Consistorio, fundó Quiroga la «Agrupación Anaconda», un grupo de intelectuales que realizaba actividades culturales en Argentina y Uruguay.
Para 1927 Horacio había decidido criar y domesticar animales salvajes, mientras publicaba su nuevo libro de cuentos, Los desterrados, que es considerado el más logrado.
De entre ellos se destacan la poeta argentina Alfonsina Storni y el escritor e historiador Ezequiel Martínez Estrada.
A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en el que sería su retiro definitivo, con su esposa y su tercera hija (María «Pitoca» Helena).
Para ello, y no teniendo otros medios de vida, consiguió que se promulgase un decreto trasladando su cargo consular a una ciudad cercana.
Algunos amigos de Horacio, como el escritor salteño Enrique Amorim, tramitaron la jubilación argentina para Quiroga.
Comenzando a partir de este problema, el intercambio epistolar entre Quiroga y Amorím se hizo numeroso.
En esta época salió a la venta una colección de cuentos ya publicados titulada Más allá (1935).
En 1935 Quiroga comenzó a experimentar molestos síntomas, aparentemente vinculados con una prostatitis u otra enfermedad prostática.
Ellas volvieron a Buenos Aires, y el ánimo del escritor decayó completamente ante esta grave pérdida.
Algo más tarde Quiroga pidió permiso para salir del hospital, lo que le fue concedido, y pudo así dar un largo paseo por la ciudad.
Erzia estuvo veinticuatro horas trabajando en esta pieza que se encuentra en el Museo Casa Quiroga en Salto, Uruguay.
[31] Punto aparte, en los relatos ya está el germen del estilo modernista naturalista que identificaría al resto de su obra.
En la segunda parte, el hombre, que no se había percatado del amor de la niña, pasados ocho años (ella tiene ahora diecisiete) comienza a cortejarla.
En la tercera parte el hombre narra la última etapa de su amor: han pasado diez años desde que la joven lo ha abandonado.
Es Horacio Quiroga el primero que se preocupa por los aspectos técnicos de la narrativa breve, puliendo incansablemente su estilo (para lo cual vuelve y rebusca siempre sobre los mismos temas) hasta alcanzar la casi perfección formal de sus últimas obras.
Tal vez en este «realismo interno» u «orgánico» de las piezas de Quiroga resida el irresistible encanto que aún hoy ejercen sobre los lectores, que, sin darse cuenta, descubren en sus páginas la verdadera naturaleza del escritor que, tal vez como muy pocos en la literatura latinoamericana, fue capaz de susurrar sus propias palabras al oído, aunque a veces el murmullo se transforme en un grito desesperado.