Como toda fiscalidad, a través de las opciones de consumo que favorece y perjudica, puede tener efectos directos o indirectos[2][3] sobre los bienes (productos y servicios)[4] que se producen.
En algunos círculos se forma una voluntad de reparar y proteger el medio ambiente.
Para que la fiscalidad verde sea eficaz, se requiere una reforma del sistema tributario, como mínimo eliminando los subsidios a actividades contaminantes.
Un paso más es gravar estas actividades hasta que dejen de ser rentables.
Existen directivas o propuestas sobre fiscalidad en los sectores del ahorro, IVA sobre las transacciones financieras,[10] energía y transporte.
Así, el producto del TGAP nunca se ha destinado explícitamente al medio ambiente, lo que desdibuja su imagen, frena la internalización de los costes ambientales y puede reducir la disposición a pagar.
En 2002, el ministerio responsable del medio ambiente contaba alrededor de 40 impuestos o tasas en Francia, y otros tantos tipos de exenciones fiscales, destinados a promover el medio ambiente.
[13] Toda esa normativa podría denominarse conjuntamente "la fiscalidad ecológica de Francia".
Producirá un informe anual que se presentará a futuras conferencias ambientales.
El tribunal confirmó[23][24] graves anomalías tributarias y una tributación encaminada a «preservar los intereses sectoriales (transporte, agricultura, pesca, etc.), que, según el Tribunal, por tanto no están en consonancia con la transición ecológica».
Tasa ciertos bienes para incluir en su precio los costes ambientales de su producción, para hacer los productos reciclados más competitivos o para orientar a productores y consumidores hacia actividades más respetuosas para el medio ambiente».
Sin embargo, hay economistas que subrayan la importancia de la ecologización y la armonización fiscal a escala europea y mundial, porque, aunque las ecotasas permitan «crear distorsiones fiscales positivas»,[33] si las actividades sobre las que recaen se pueden llevar a otro país que no aplique ecotasas (deslocalizar), la tributación queda «sujeta a la competencia fiscal».
[38] Por su parte, el gas natural (más sucio en nuevos yacimientos profundos) soporta un impuesto de 13 €/t CO2.
[19] La OCDE enumera una treintena de subvenciones que fomentan las energías fósiles y contaminantes, a partir de datos facilitados por Francia, sin mencionar además que no grava el queroseno utilizado en los vuelos domésticos,[19] cuando podría hacerlo.
Estos impuestos también son demasiado variables en cuanto al consumo de electricidad, y no siempre alimentan las alternativas.
Para conciliar los 3 aspectos del desarrollo sostenible (económico, social y ambiental), la fiscalidad ecológica debe ser justa, es decir, no golpear fuertemente a determinados sectores mientras que otros igualmente contaminantes quedan exentos de impuestos.
[40] Esta reforma consiste en desplazar parte de la carga fiscal hacia las actividades más contaminantes (por ejemplo, gravando los combustibles fósiles que ahora no soportan impuestos).
Este debate puede acrecentarse en el marco de procesos políticos como campañas electorales.
Este método de bloqueo funciona desde hace muchos años en la Unión Europea.
Esta reforma, si se aplica inteligentemente, no debe introducirse de forma brusca, para evitar un choque (economía).
Algunos estudios muestran que las energías renovables autóctonas proporcionan cinco veces más puestos de trabajo que el petróleo o los sistemas masivos centralizados como las plantas de energía nuclear (para una potencia dada).
El precio de las renovables ha estado cayendo durante el período 2010-2020 hasta ser competitivas con las fósiles, e incluso más baratas.
Asimismo, si un impuesto general sobre las actividades contaminantes se convierte en una importante fuente de ingresos para el Estado y varios actores, quienes reciben estos ingresos pueden verse tentados de no buscar reducir este daño ambiental.