[1] En la Antigüedad, la única forma que tenían las personas de alcanzar algo parecido a la inmortalidad era la gloria eterna.
Era aún más complicado si esa persona había sido emperador, pues de alguna forma siempre estaría presente en el imaginario colectivo.
Por otro lado, encontramos las tácticas de algunos privilegiados para poder destacar en la oligarquía que existía y así perpetuarse en el juego político.
Al haberse saltado la ley, el infractor no tendría las mismas consideraciones que un ciudadano de pleno derecho.
Así, se demostraba cómo la persona había caído en desgracia, recogiendo los conceptos de la infamia y la injuria contra el condenado.
Ciertos emperadores recibieron tras su muerte la damnatio memoriae casi por aclamación popular unánime pero sin aprobación oficial del Senado romano, como sucedió con Calígula y sus familiares directos.