Tannhäuser (ópera)

Wagner dirigió el estreno en Dresde en 1845, no alcanzando las expectativas esperadas debido a un reparto inadecuado.

Wilhelmine Schroeder-Devrient, vieja gloria en declive, se vio superada vocal y dramáticamente por el papel de Venus.

[2]​ Factores que también influyeron fueron su duración (algo más de tres horas) y su complejidad dramática, pues aunque conservaba aún algunos vestigios de la ópera a números, se articulaba en torno a la melodía infinita.

La Obertura y primera escena fueron enlazadas en 1875, en lo que se conoce como Versión de Viena.

Sin embargo, cansado de los placeres que le provee la diosa, se arrepiente y decide volver al mundo real.

Venus intenta impedirlo, y Tannhäuser evoca a la Virgen María con lo cual regresa bruscamente al mundo real.

Heinrich von Ofterdingen fue juzgado perdedor, pero pidió la protección de Sofía, la esposa del Landgrave, quien lanzó su manto sobre él, evitando que lo hiriesen.

Venus, en cambio, requiere una soprano dramática, en ocasiones interpretada por mezzosoprano, con voz de color oscuro y aterciopelado.

Wolfram es uno de los papeles más comprometidos para barítono, por su gran lirismo y expresividad, que demanda un fraseo impoluto similar al del lied (no en vano, Dietrich Fischer-Dieskau hizo en este papel la creación más sobresaliente de su carrera).

La cuerda, dúctil, debe afrontar los sutiles y brillantes pasajes del tema de Venus en la obertura.

Las maderas poseen un tratamiento separado de gran calidad, sobre todo en el tercer acto.

Entonces estará dispuesta a perdonarle (S.: Wie hatt' ich das erworben: ¿Cómo puedo merecer esto?)

Tannhäuser cae arrodillado a su lado y quiere unirse al grupo (Cr.

El trovador por fin se encuentra con la dama, la que llena de discreta alegría le da la bienvenida (D.: O Fürstin !

; Ich preise dieses Wunder: Bendito este milagro; D.: Gepriesen sei die Stunde: Celebro esta hora).

Llegan los nobles preparados para asistir al concurso (Cr..‑ Freudig begrüsen wir: Alegres saludamos [este salón]).

Wolfram entona la alabanza del amor místico (S.: Blick ich umher: Cuando mi vista).

Tannhäuser le dice que el amor es la pasión de dos cuerpos enlazados (S.: O Wolfram).

Wolfram invoca al Altísimo para que le inspire (S.: O Himmel: ¡Oh, cielo!).

Cuando los caballeros se disponen a acribillarlo con sus espadas, Elisabeth se interpone y pide clemencia, pues confía que Tannhäuser volverá a Dios (S. y C.: Der Unglücksel'ge: El desdichado; Ein Engel: Un ángel.)

El mismo valle del cuadro II del acto I. Wolfram contempla a Elisabeth que reza a la Virgen María (S.: Wohl wüsst ich hier sie im Gebet zu finden: Sabía que aquí la encontraría orando.)

Tristemente se resigna a morir y pide perdón por sus pecados (S.: All mächt'ge Jungfrau: Virgen santa [todopoderosa].)

Cuando la joven se marcha, Wolfram, quien siempre la ha querido, canta al lucero vespertino para que la acompañe en su subida a los cielos (R.: Wie Todesahnung: Como un presentimiento de muerte; A.: O du mein Holder Abendstern: Oh tú, dulce estrella del crepúsculo.)

El trovador, agresivo, le responde que el Papa se lo ha denegado diciendo que así como su viejo báculo no florecerá jamás, tampoco obtendrá perdón ni su absolución a su horrible pecado.

Tannhauser declama la Narración: Inbrust im Herzem (La'3: El corazón ardiendo), declarando que solo desea regresar a los brazos de Venus.

Cuando este pronuncia el nombre de Elisabeth, Venus desaparece con todo su cortejo (Willkommen, ungetreuer Mann: Bien venido, hombre infiel).

El conflicto se resuelve a través de la muerte de ambos protagonistas, una muerte no física sino simbólica, que les da acceso a un nuevo mundo donde pueden ser perdonados y redimidos.

La segunda sección está relacionada con el Venusberg, en una escena sensual en la que aparecen distintos personajes mitológicos, como sátiros, sirenas y ninfas, culminando en el himno a la diosa Venus que Tannhäuser desplegará en la primera escena del primer acto.

Al final de la obra, se muestra bellamente acompañado por las maderas, dándole si cabe una sonoridad aún más mística.

También trata del tema de la redención, si bien con un carácter mucho más espiritual y menos ontológico, frente a El holandés errante.

Dresde, 1845.
El Wartburg.
Bayreuth, 1930.
Producción de Werner Herzog, Sevilla, 1997.
Lotte Lehmann como Elisabeth.