La nueva gobernación estaba compuesta por un extenso e indefinido territorio en el que había 4 aldeas de españoles con títulos de ciudades: Buenos Aires (que en 1615 tenía 290 habitantes), Santa Fe, Corrientes y Concepción de Buena Esperanza (abandonada en 1632).
Esta última suele ser erróneamente considerada la bula de la erección.
[6] Debido a que el rey Felipe III dispuso en dos reales cédulas de 1625 y 1626 agregar a la gobernación del Río de la Plata los territorios de las misiones jesuíticas del Paraná y del Paraguay, en 1648 se fijó el río Paraná como límite de ambas diócesis rioplatenses.
La Banda Oriental sufrió la Invasión luso-brasileña entre 1816 y 1820, recibiendo Larrañaga mayores poderes eclesiásticos sobre el territorio anexado a Brasil en 1817 como provincia Cisplatina, pero no separado de la diócesis de Buenos Aires.
En 1824 el enviado papal Juan Muzi, acompañado del futuro papa Pío IX, designó a Larrañaga como delegado apostólico investido de todas las facultades propias de los vicarios capitulares en sede vacante para la Banda Oriental, quedando equiparado al provisor del obispado con sede en Buenos Aires y de hecho separado.
[8] Fue la última desmembración territorial que tuvo la sede como diócesis.
[11] Mariano José de Escalada Bustillo y Zeballos, quién se desempeñaba como obispo de Buenos Aires, pasó a ser el primer arzobispo.
En esa época la Patagonia era una vasta región desierta que Argentina y Chile disputaban alegando la herencia de España, pero que estaba escasamente habitada por pueblos indígenas indómitos y que las potencias europeas solían considerar terra nullius.
La soberanía sobre la Patagonia fue resuelta durante la campaña por medio del Tratado de 1881 entre Argentina y Chile, mientras que la arquidiócesis de Buenos Aires asumió naturalmente su jurisdicción en esa vasta región.
[14] Si bien en Buenos Aires se consideró que fue una desmembración territorial de la arquidiócesis, la Santa Sede no lo consideró así y el Gobierno argentino no reconoció esas erecciones.
Sin embargo, ambas jurisdicciones misionales continuaron existiendo hasta tanto que los Prelados estén en condiciones de poder enviar miembros del clero diocesano para el cuidado espiritual de aquellas vastas regiones, lo que ocurrió en 1916.