Un primer templo precario de adobe, madera y paja, duró muy pocos años.
Al no lograr darle término, el presbítero García se vio obligado a establecer la Iglesia en uno de los corredores contiguos al edificio en construcción, y durante dos décadas se mantuvo en ese lugar.
Al paralizarse las obras en 1811, el templo se encontraba aún sin techo, pero con algunas paredes levantadas por el costado y cerradas las dos capillas que quedaban a ambos lados En ese estado permanecieron las obras durante largos años, sufriendo deterioros tales que provocaron su completa destrucción.
El nuevo párroco dedicó sus esfuerzos a dos proyectos prioritarios: edificar una nueva iglesia y erradicar el pequeño cementerio lindero trasladándolo a un lugar más amplio y menos urbanizado.
En solo dos meses Boneo consiguió entusiasmar a los vecinos, que apoyaron sus propuestas abriendo una suscripción pública en todo el partido.
La construcción corrió por cuenta de los arquitectos Andrés Simonazzi y Tomás Allegrini.
Asimismo fue en ese año y con tal motivo, que llegaron desde Roma la imagen de Santa Columba, virgen y mártir, y las reliquias insignes que en su interior se conservan, obsequio de monseñor Antonio Sardi, obispo de Agnani, en Italia donde las monjas cistercienses las tenían en un santuario.