En su juventud fue oficial de ejército, pero al enviudar abrazó la carrera eclesiástica.
El 13 de mayo se embarcó con su comitiva en Buenos Aires, para emprender una visita a la Banda Oriental.
Comenzó su visita en Santo Domingo Soriano, donde fue recibido por el presbítero Silverio Martínez.
Continuó por Nuestra Señora de los Dolores, Víboras (pueblo que, trasladado, dio origen a Carmelo), Colonia del Sacramento, Inmaculada Concepción de Minas, el Cerro Largo (Melo), y la fortaleza de Santa Teresa, cuya capilla visitó.
Era de carácter austero y duro, y nunca fue querido en Buenos Aires: por tres veces, el cabildo eclesiástico de Buenos Aires — que había adquirido independencia durante las últimas vacantes, todas muy largas — pidió su reemplazo.
Al mes siguiente quiso organizar una gira pastoral por la Banda Oriental, pero la Junta se lo impidió, interpretando que en realidad pretendía huir a Montevideo, donde la Junta no era reconocida.
En julio se le prohibió hablar en público o confesar a los fieles.
Pero siguió siendo el obispo, y no presionó a los sacerdotes de la diócesis contra la Junta.
Los historiadores consideran que podría haber sido envenenado por el arcediano Andrés Florencio Ramírez, acérrimo partidario de la Revolución, pero también remarcan que a lo largo de su mandato se había hecho muchos enemigos.