Espinosa regresó a Buenos Aires y fue designado secretario general del arzobispado cuya sede se encontraba vacante.
Era reconocido por su austeridad: habitaba un pequeño cuarto anexo a la capilla, donde dormía directamente sobre el suelo.
A pesar de ser un erudito del idioma latín, en el que incluso escribía poemas, con la feligresía utilizaba un lenguaje llano que le valió la calificación de cura gaucho y el afecto del vecindario.
Sin embargo, al poco tiempo de partir, encontrándose frente al Cabo Corrientes, un temporal desmanteló el navío que a duras penas consiguió regresar a puerto el 17 de ese mes.
Una vez finalizada, Espinosa viajó con misioneros salesianos y lazaristas por territorios inexplorados de la Patagonia.
A su regreso fue sucesivamente nombrado protonotario apostólico, canónigo y vicario general.
Se destacó por construir numerosos templos, capillas y escuelas y por la promoción de los estudios eclesiásticos, obteniendo del gobierno el derecho para que el Seminario otorgara títulos académicos.