El nombre de Italia ha sido usado desde la antigüedad, al menos desde el siglo VIII a. C., inicialmente para designar a las regiones del sur, y posteriormente también a las del centro, de la que se conoce como península itálica, haciendo referencia a los pueblos itálicos, hablantes de las lenguas llamadas igualmente.
[6] En el siglo II a. C., el historiógrafo griego Polibio llamaba Italia al territorio comprendido entre el estrecho de Mesina y los Apeninos septentrionales, aunque su contemporáneo Catón el Viejo extendió el concepto territorial de Italia hasta el arco alpino.
[15] En época protohistórica, algunos pueblos viven ya en asentamientos estables desde fechas más o menos remotas, mientras que otros siguen todavía en estado nómada.
Son gentes que hablan lenguas distintas, pero pertenecientes al mismo grupo, conocido como itálico, de la familia de las lenguas indoeuropeas, como los latino-faliscos, los osco-umbros (o umbro-sabelios), los vénetos y los sículos; otros en vez hablan lenguas indoeuropeas pertenecientes a grupos distintos, como los italiotas (antiguos griegos del sur de la península itálica), los yápigos y los celtas.
Los latinos se establecieron, ya en época muy antigua, entre el curso bajo del Tíber y los montes Albanos.
El territorio comprendido entre la orilla del Tíber y el Arno perteneció a los etruscos, los tirrenos de las fuentes griegas, que se distinguieron de los pueblos limítrofes por su lengua no indoeuropea y por sus formas culturales absolutamente originales.
Estaban subdivididos en tribus, entre las cuales destacaban por su ferocidad guerrera los apuanos, los taurinos, los salasses y los leponcios.
Es difícil señalar la frontera entre su territorio y el de los retios, pueblo montañés que ocupó el Trentino-Alto Adigio actual, extendiéndose hasta áreas transalpinas.
Estaban habitadas por los sardos y por los corsos, que, según Diodoro, eran descendientes de antiguas poblaciones iberas.
Considerando el papel desempeñado por los pueblos itálicos en la historia de la península, sorprende el escaso interés mostrado por los escritores antiguos en compararlos.