Definir la sexualidad humana desde una perspectiva científica y describirla desde un punto de vista genético, hormonal, fisiológico, anatómico o legal es útil e interesante, pero se considera insuficiente para entenderla si no se atiende también a factores psicológicos, sociales, antropológicos y culturales (entre los que están los éticos, los morales, los políticos, los religiosos y los emocionales).
De esta manera las personas tendrán conocimientos más objetivos y menos tendencia a la formación y transmisión de tabúes respecto a la sexualidad, además de que se podrán prevenir muchas enfermedades, controlar la reproducción, conocer el propio cuerpo y evitar conductas violentas o sexistas entre los géneros.
Desde el 2008, la UNESCO comenzó a desarrollar programas que mejoren la orientación sexual impartida en las aulas educativas.
El programa implementado por la UNESCO ha considerado las variables que pueden presentar cada grupo de individuos a los que se dirige la educación sexual, dichas variables son estudiadas por un grupo de expertos en áreas como: la antropología, la sociología, la epidemiología, la demografía, la psicología y el trabajo social.
Una educación sexual integral debe promover el reconocimiento del cuerpo como totalidad con necesidades de afecto, cuidado y valoración.
Estas prácticas educativas chocan con cifras que muestran una alta incidencia de embarazos no deseados en adolescentes en esos países.
El carácter polisémico del campo de la educación sexual se visibiliza cuando en una mirada histórica se reconocen las distintas iniciativas políticas, pero también las pedagógicas didácticas, en torno a su tratamiento se han ido proponiendo y delimitando algunos modelos o enfoques posibles que dan cuenta de la diversidad de improntas ideológicas, marcos teóricos y visiones sobre la sexualidad y contenidos a ser enseñados.
Esta visión se caracteriza ante todo por concebir a la sexualidad como algo negativo y la aborda reduciéndola desde sus consecuencias no deseadas como lo son el contagio de las ETS o el embarazo adolescente o HIV.
En esta etapa se oponen a las reglas que imponen sus padres, como una forma de afianzar su independencia.
La tercera etapa se caracteriza por la exploración del mundo, tanto a nivel físico como social, con lo que refuerzan los vínculos con su familia y amigos.
En muchos casos los jóvenes empiezan a tener ideas sobre su aspecto físico y quieren parecerse a los modelos que aparecen en las revistas o en los medios públicos por eso surgen ciertas enfermedades por ejemplo la anorexia.
Los conflictos con los padres son numerosos, ya que suelen presionarle y empujarle a tomar decisiones según sus definiciones.
Son frecuentes, entre otras, la gonorrea , la sífilis y de especial gravedad el VIH que produce el sida.
En los últimos años se han observado uretritis no gonocócicas, difíciles de diagnosticar.
[24] La orientación sexual se clasifica habitualmente en función del sexo o de las personas deseadas en relación con el del sujeto: Entre los estudios sobre demografía de la orientación sexual, el informe Kinsey constituyó un hito en el momento de su realización (1948-1953), pues cuestionó las simplificaciones sobre la orientación sexual que la reducen a la "heterosexualidad" y "homosexualidad" como dos caras opuestas y donde la "bisexualidad" estaría en un punto intermedio.
En el hombre, consiste en extender el cuerpo del pene con las manos y efectuar movimientos bastante vigorosos de adelante hacia atrás (con o sin cubrir el glande por el prepucio).
En la mujer, la estimulación directa se hace al nivel de los labios menores (sobre todo internos) y alrededor del clítoris, evitando el glande clitoridiano que es también muy sensible en cuanto la excitación es fuerte.
Los movimientos manuales de la mujer son mucho más lentos y suaves que los del hombre.
Consiste en el intercambio de caricias, besos (incluso placer o afecto) sin llegar a la penetración.
Estas perversiones consisten en prácticas sexuales que no se consideran comunes.
En las perversiones o parafilias, encontramos anormalidades tanto en la cualidad de los impulsos sexuales como en el objeto.
Es así como el sadismo, el masoquismo, el voyeurismo y el exhibicionismo muestran perturbada la naturaleza del impulso sexual.
En cambio, en la pedofilia y la zoofilia, el objeto normal ha sido reemplazado, lo que lo convierte en “anormal”.
Así se puede afirmar que el valor sexual dinamiza el crecimiento personal.