Ortografía del español

La lengua española emplea una variante ampliada del alfabeto latino, que consta de 27 letras,[a]​ incluida la «ñ» única.

La divergencia fonológica entre los distintos dialectos españoles hace imposible crear una ortografía puramente fonémica que refleje adecuadamente la variedad de la lengua.

La w y la k aparecen solo raramente en palabras españolas e indican invariablemente términos adoptados por préstamo o cultismo en el curso de los últimos dos siglos.

Antiguamente se empleaba a veces zeda como nombre para z, una práctica hoy en desuso y desechada por la RAE.

De aquí sale el término “cedilla” para ç, por lo que es una pequeña zeta o “zeda”, como se conocía anteriormente.

[14]​ Las polifonías tienen su origen en consideraciones etimológicas que pertenecen a la historia de la lengua, dando así lugar a sistemáticas dificultades para determinar el uso correcto de b/v, h/g en posición inicial, c/s/z, g/j y ll/y y haciendo que numerosas articulaciones, alófonas o no, no se distingan en la grafía.

Estas codificaron por primera vez los principios que toman la pronunciación como criterio ordenador de la escritura, aunque no le faltaron en ocasiones razonamientos etimológicos en casos difíciles.

En esa ocasión, la Academia optó por conservar el grupo PH, pero simplificó los restantes helenismos a sus formas fonéticas; además, eliminó las /s/ iniciales procedentes del latín, o las suplió con una e epentética, sin observar mayor regularidad.

En 1803 incluyó en el alfabeto la ch y la ll con valor propio y eliminó el uso etimológico de la primera, a la vez que permitió la elisión de las consonantes líquidas en algunos grupos triples heredados del latín; la k se excluyó del alfabeto en esta ocasión.

Otras acciones han seguido opuesto curso, al recomendar la grafía del grupo consonántico completo en los cultismos, tras siglos de supresión.

[22]​ La polémica provocada fue difundida ampliamente por la prensa con propuestas a favor y en contra, aunque la discusión rara vez adoptó criterios propiamente lingüísticos.

En todos los dialectos representa el fonema labial sonoro no nasal /b/ que tiene diversas relaciones fonéticas según su posición dentro de una palabra.

La grafía alternativa sin se admite frecuentemente en el caso del grupo <-bs->, dando origen a dobletes como oscuro/obscuro.

No obstante, algunos hablantes cometen la hipercorrección de pronunciar ciertas palabras con una [v] labiodental en el habla formal o enfática.

El dígrafo Ch ya no se considera más una letra ni forma parte del abecedario español.

En algunos dialectos andaluces, mexicanos norteños o chilenos (en este último caso, reprobado socialmente) pierde por completo la plosión y se realiza como la consonante fricativa postalveolar sorda, [ʃ].

En posición inicial absoluta (después de pausa) o tras nasal o lateral, corresponde siempre a la consonante plosiva alveolar sonora, [d]; en posición medial, la plosión no se produce ―la lengua no llega a ocluir el flujo interdental― y la articulación se corresponde en realidad con una aproximante, [ð̞].

Algunos dialectos tienden a retener [d] en final de palabra, aunque es muy frecuente su lenición a una auténtica fricativa [ð] (centro de España, México) y en otros dialectos incluso se da la elisión completa, aunque en ocasiones esta última pronunciación se considera poco culta y por tanto depende mucho del registro lingüístico.

El llamado "blando" es la consonante plosiva velar sonora, /g/; en posición media, en todos los dialectos del español experimenta lenición y se transforma en una consonante aproximante velar, [ɰ] (en la sección correspondiente a la B se explican las confusiones a las que esta lenición puede dar lugar en algunos casos).

Sin embargo, dialectalmente en áreas de Andalucía y Extremadura sigue representando el sonido /h/ del español medieval.

Además de su uso etimológico, la H se emplea sistemáticamente prefijando las grafías IE, UE en posición inicial de palabra; en este caso, las vocales breves representadas normalmente por I y U se transforman casi sin excepción en sus equivalentes consonánticos, la aproximante palatal, [j], y la aproximante labiovelar, [w].

Su valor vocálico es idéntico al que tiene la Y frente a consonante o en posición final en todos los dialectos del español; la diferencia de uso no es etimológica, sino sistemática.

La distinción se preserva con criterio etimológico y ha dado lugar a múltiples inconsistencias históricas; hasta época reciente, la Academia recomendaba la grafía muger.

El grafema L corresponde prototípicamente a la consonante aproximante alveolar lateral, /l/, aunque existen alófonos dentales o postalveolares.

El dígrafo Ll ya no se considera más una letra ni forma parte del abecedario español.

El grafema Ñ (que también se usa en gallego, filipino, wólof, bretón y varias lenguas amerindias), representa la consonante nasal palatal, /ɲ/.

[27]​ Algún vocablo de origen extranjero, en particular semita, la adopta para transcribir la consonante plosiva uvular sorda, /q/, representada en árabe como ﻕ; sin embargo, la Academia desaconseja por foráneas estas grafías, como Iraq o burqa, prefiriendo el uso de la igualmente extranjera K para dar Irak o burka.

El grafema S representa arquetípicamente la consonante fricativa alveolar sorda, /s/, aunque existen diversas realizaciones distintas para el fonema; en la mayor parte de los dialectos americanos es lamino-alveolar o dental ([s]), mientras que en España es normalmente apico-alveolar ([s̺]), un sonido que hablantes de otros dialectos suelen confundir con [ʃ].

Desaconsejada a partir de esa fecha, se conservó sin embargo en unos pocos términos ―box (/bój/), carcax (/karkáj/)―, hasta su desaparición en 1844.

[34]​ Con respecto a los cambios introducidos por la RAE en diciembre de 2010, puede consultarse el artículo Innovaciones en la ortografía española (2010).

Ortografía de la lengua española (2010)