En 1870, cuando tenía cuatro años, su familia decidió instalarse en la ciudad de San Miguel del Tucumán.
En 1887 llegó a Tucumán para dar clases el pintor austriaco John MacTavish (1856-1922) y Lola fue una de sus alumnas.
Instalada en Roma en 1897, fue alumna del pintor Francesco Paolo Michetti, que se dedicaba a la pintura y la fotografía y había sido escultor en su juventud, aprendió el arte de trabajar con terracotta con el escultor Constantino Barbella (1852-1925) y finalmente decidió dedicarse de lleno a la escultura cuando conoció a otro de sus profesores, Giulio Monteverde, maestro en el trabajo del mármol.
Por ese entonces le ofrecieron esculpir una estatua de la reina Victoria, a ser emplazada en Melbourne (Australia) y del zar Alejandro I en San Petersburgo (Rusia), pero rechazó ambos encargos porque requerían adoptar la ciudadanía británica o rusa, respectivamente.
De manera constante Mora viajaba entre Roma donde se encontraba su estudio hasta Argentina.
En 1913 inauguró su monumento a Nicolás Avellaneda en la ciudad de Avellaneda en presencia del presidente Roque Sáenz Peña, el vicepresidente Victorino de la Plaza y su gran amigo el expresidente Julio Argentino Roca, que murió un año después.
Con su muerte Lola perdió influencia y los adversarios políticos de Roca le pasaron factura.
En 1915 el Congreso decidió desmontar sus obras escultóricas a las que califica de "adefesios horribles".
Ese año Lola Mora vendió su palacete romano y retornó definitivamente a Argentina.
[3] Curiosa por naturaleza se acercó a figuras del mundo teatral y, atraída por el cine, quiso experimentar con telones de color.
Hacia 1920 abandonó la escultura e impulsó el dispositivo llamado cinematografía a la luz, que permitía ver cine sin necesidad de oscurecer una sala, pero no logró introducirlo en el mercado.
En 1925 el presidente Marcelo T. de Alvear dejó sin efecto la última obra encargada por el Estado, el diseño del Monumento a la Bandera.
En 1935, restaurado el orden conservador, el Congreso le aprobó una pensión de doscientos pesos mensuales.
Caras y Caretas, por ejemplo, comentó: El vespertino Crítica señalaba a responsables del abandono en que se encontraba la artista: Por su parte, el Diario La Nación que tantos favores concediera a Lola Mora en sus años de esplendor, decía sobre ella: En todas las necrológicas sólo se recordó de su vasta obra la Fuente de las Nereidas.
[4] La ceremonia religiosa se celebró al día siguiente en la Basílica de Nuestra Señora del Socorro (Buenos Aires).
Tanto en el acta civil como en la religiosa, Lola Mora figura con una edad de treinta y dos años.
La pareja no fue feliz y cinco años más tarde su marido la abandonó.
Pero fue muchas veces incomprendida si bien se le reconocieron ya en vida sus grandes méritos en su patria aunque restringidos entonces a sus tallas clasicistas y neorrenacentistas.