Se hizo notorio históricamente a causa de su participación en las actividades político-militares vinculadas al proceso que finalmente produjo la unificación política de Italia, en la segunda mitad del siglo xix.
Fue un mal estudiante y prefería andar por los montes que rodeaban la ciudad de Niza o entre los barcos fondeados en su puerto.
En 1822, a los quince años, se embarcó como grumete en el bergantín Constanza, patroneado por Angelo Pesante, hacia Odesa.
La mala suerte quiso que este barco fuera secuestrado por unos piratas turcos.
Se dice que Giuseppe Garibaldi estuvo a punto de ser fusilado, pero solo fue herido en la mano.
Volviendo a Marsella, partió hacia Sudamérica en el bergantín Nautonnier, haciéndose pasar por un tal Borrel —en referencia al revolucionario Joseph Borrel—, siendo seguido por otros camaradas de la Joven Italia como el capitán Juan Lamberti.
Una vez llegado a su nuevo destino, se afincó en Río Grande del Sur.
El Gobierno de Oribe estaba en las afueras de Montevideo, en el barrio que hoy se denomina La Unión, a la espera del momento justo y oportuno para tomar la ciudad.
Manuel Lavalleja espera confiado la llegada del ejército de Urquiza, pero es sorprendido antes de tiempo por Garibaldi, quien había marchado durante la noche para rodearlo y vencerlo en las orillas del arroyo Itapebí.
En Salto existe un monumento a Garibaldi de importante escala, construido en piedra de arenisca y diseñado por el arquitecto Juan Giovanni Veltroni, que sigue líneas modernas inspiradas en el futurismo italiano.
Con ella tuvo cuatro hijos, Menotti, Rosita, fallecida con dos años, Teresita y Ricciotti.
Se convirtió en un auténtico héroe para los italianos del norte ávidos de libertad.
Estuvo un tiempo en Tánger y luego se fue a Staten Island, Nueva York.
Ambicionando una Italia unida bajo un solo gobierno radicado en Roma, concibió la idea de marchar sobre los Estados Pontificios, defendidos por tropas francesas.
En 1861 fue invitado por Abraham Lincoln para un puesto en el ejército federal en la guerra civil estadounidense, pero Garibaldi desistió.
En 1864 viajó hacia Inglaterra, donde fue recibido con entusiasmo por la población y se reunió con el primer ministro Lord Palmerston.
Allí fue recibido por la pequeña colonia italiana —Costigliolo, Solari, entre otros—, comenzó a preparar el negocio e instaló una fábrica de velas.
Hizo amistad con Francisco Luna, Domingo Lacayo, Carlos Alegría, Rafael Zurita y otros liberales que se apellidaban jacobinos.
También tuvo tratos íntimos con la viuda del letrado José Benito Rosales, de apellido Mantilla.
Inspirado en esa relación, el pueblo inventó este dístico: «Si es italiano, no hay duda: / le alza la mantilla a la viuda».
Su famosa barba roja, aunque reducida, no deja de ser respetable.
Yo me imagino que se está preparando para retornar a Italia cuando las circunstancias lo permitan».
Pero hacia 1930, visitó un viajero italiano uno de sus cuartos ocupado como taller por un carpintero mulato.
Un niño desnudo y mocoso, color de azúcar cocido, le pidió un céntimo.
Garibaldi vivió en esta casucha, enseñando a varias personas la fabricación de velas.
Una calle sombreada por almendros lleva hacia el Gran Lago de Nicaragua, un pequeño mar verdadero.
Al lado del pequeño muelle, un vapor con ruedas carga sacos y ganado.
Pero yo poseo un aire tan tranquilo que a los escasos minutos no se fijan más en mí.
Garibaldi debió contemplar escenas similares durante sus desvaríos frente al Gran Lago.
En los días siguientes protagonizó un incidente con un ciudadano francés, que concitó la atención pública y estuvo a punto de generar un conflicto entre los italianos y franceses residentes en Lima, pues en un encuentro que tuvo con el francés Charles Ledó este se burló de los italianos que habían perdido ante las tropas de Napoléon III, Garibaldi le respondió cortante y todo supuestamente quedó ahí.