Guerra Grande

La atención de muchos aún está en el virreinato, en la Liga Federal o en la Provincia Cisplatina.

El nuevo Estado surgía a la independencia con carencias señaladas en diversos e importantes campos.

El elegido fue Fructuoso Rivera quien contaba con un gran prestigio adquirido en las diversas acciones militares en las que participó.

Tenían además otras cosas en común, que eran letrados y habían apoyado a la Cisplatina conformando el grupo político denominado el “Club del Barón”, haciendo referencia al Barón de la Laguna, Carlos Federico Lecor.

Este apoyo tanto financiero como militar dejaría desbaratada en poco tiempo a la revolución de Rivera, impidiendo así que este se concretara en el poder del Uruguay y evitando que le declarase la guerra a Rosas.

Oribe evitó por dos veces hablar de renuncia o dimisión y empleó el término “resignación”; a la vez que solicitó una “licencia temporal”.

La lucha entre unitarios y federales argentinos fue continuación del largo conflicto ideológico iniciado en 1811 con José Artigas.

En esas condiciones y con el entusiasta apoyo de Francia, comenzó una sublevación unitaria contra Rosas.

Los ejércitos federales, sin embargo, dieron testimonio de su efectividad y del innegable apoyo popular que gozaban.

Sabiéndose débil para provocar un combate campal, Rivera siguió realizando una guerra de recursos, manteniendo constante vigilancia sobre las fuerzas invasoras.

Todas fueron batidas en diversos encuentros, las fuerzas de Manuel Lavalleja por Anacleto Medina nuevamente en las puntas del arroyo Arias.

Rivera abandonó finalmente la barrera del río Santa Lucía, en donde se había mantenido cubierto hasta entonces, para salir resuelto a dar batalla siguiendo al enemigo en sus desplazamientos.

Lavalle, entonces, asumió el protagonismo y embarcó 4000 correntinos en barcos franceses para llevarlos a la Provincia de Buenos Aires, contra la opinión del gobernador Pedro Ferré.

Pacheco, general oribista, escribía: “El titulado general salvaje unitario Mariano Acha fue decapitado ayer y su cabeza puesta en la expectación pública” (Acha había sido el entregador de Dorrego, por la cual era particularmente odiado por los federales).

Con poco más de 200 hombres, Lavalle siguió hacia el norte, siempre perseguido por Oribe.

Sus hombres huyeron y los federales los persiguieron, dejando abandonado el cadáver de Lavalle, a quien no habían reconocido.

Lo cubrieron con un poncho celeste (color unitario) y marcharon hacia el norte, rumbo a la quebrada de Humahuaca.

Atravesaron la quebrada y como el cuerpo se había descompuesto, a orillas del arroyo Huacalera lo descarnaron, guardaron su corazón en un frasco de vidrio que contenía alcohol, envolvieron la cabeza en un pañuelo y prosiguieron hacia el norte hasta internarse en territorio de Bolivia.

Echagüe debió huir y fue suplantado en la gobernación provincial por Justo José de Urquiza, que pasaría a desempeñar un papel decisivo en los acontecimientos futuros.

Oribe hubiera podido atacar Montevideo y tratar de tomarla por asalto en varias ocasiones, pero nunca lo intentó.

Rosas ordenó al almirante Brown que bloqueara Montevideo, lo cual, de haberse hecho efectivo, hubiera significado el rápido colapso del Gobierno de la Defensa, pero Reino Unido forzó el levantamiento del bloqueo, como ya se ha señalado.

Al finalizar el mandato de Rivera no se pudieron realizar elecciones y se designó como presidente interino a Joaquín Suárez, que ejerció ese cargo durante ocho años, hasta el final de la guerra.

El Gobierno de la Defensa puso en funcionamiento la Universidad, creada por Oribe durante su mandato legal pero interrumpida en su labor por la guerra.

Los hombres del Cerrito se consideraban defensores de la soberanía nacional, entendiendo nación en sentido amplio, con alcance americano.

En 1846 regresó nuevamente Rivera y por medio de un golpe fulminante preparado en gran parte por Bernardina Fragoso, volvió a tomar el poder militar del Gobierno de la Defensa apoyado por sus viejos caudillos, que proclamaban “se viene el patrón”.

El gobierno de la Defensa envió entonces a Francia a Melchor Pacheco y Obes en busca de auxilio, pero este, pese al brillo con que desempeñó su misión, volvió con poco más que buenas palabras y un libro redactado por Alejandro Dumas, Montevideo o la nueva Troya.

En su texto los firmantes acordaban “hacer salir del Uruguay al general don Manuel Oribe y a las fuerzas argentinas que manda”, y establecían que cualquier acto del gobierno argentino en contra de este propósito lo convertiría en enemigo de la coalición.

Finalizada así la larga tiranía ejercida en nombre del federalismo, que ya no se recuperaría nunca totalmente.

La Guerra Grande fue un desastre tanto para el Uruguay como también para la Argentina; la economía del país quedó en ruinas, los odios partidarios se hicieron irreversibles y Uruguay quedó enajenado, empequeñecido y sometido al Imperio del Brasil.

El Estado debió hacer frente a grandes deudas contraídas con Brasil, Francia y Reino Unido.

Rivera era un caudillo muy popular entre la población campesina del Uruguay.
Oribe, presidente del Uruguay y aliado de los federales argentinos.
Divisas blancas y coloradas
Movimiento de tropas finales de la guerra, en verde, tropas brasileñas, de Diamante parten las fuerzas de Urquiza, hasta la batalla de Caseros