El maestro ruso se convirtió en un ejemplo para otros compositores soviéticos, que interpretaron con razón estos acontecimientos como una amplia campaña contra la música modernista.
Esto constituyó una crisis, tanto en la carrera de Shostakóvich como en la música soviética en su conjunto; a los compositores no les quedó más remedio que escribir música sencilla y optimista que hablara directamente (especialmente a través de modismos folclóricos y programas patrióticos) al pueblo y glorificara al Estado.
Aunque el lenguaje musical es más reducido que el de sus sinfonías anteriores, la Quinta evita cualquier atisbo de programa patriótico y, en su lugar, se detiene en afectos innegablemente sombríos y trágicos, emociones públicas totalmente inaceptables en aquella época.
El regocijo es forzado, creado bajo amenaza... hay que ser un completo zoquete para no oírlo".
Esta sinfonía, independientemente de sus fundamentos filosóficos, es una obra maestra del repertorio orquestal, conmovedora y económica en su concepción.
No hay rastro del exceso de ideas tan habitual en su anterior Sinfonía n.º 4.
Se abre con un canon mordaz y premonitorio en las cuerdas que constituye la base motívica de todo el movimiento.
La grabación realizada por Nelsons con la Sinfónica de Boston recibió el Grammy a la mejor interpretación orquestal en 2017.