Su perfeccionamiento, en el siglo XIX, con un sistema de llaves mejorado lo situó en un lugar privilegiado entre los instrumentos.
El nombre proviene del término clarín, que se usaba antiguamente para referirse a trompeta natural empleada en su registro más agudo.
Además tenían que saber interpretar líneas melódicas bastante virtuosas con todo tipo de alteración cromática.
Así que a veces facilitaban esa difícil tarea empleando un chalumeau en su registro agudo o un "clarinete" (pequeño "clarín").
También es uno de los instrumentos con una de las extensiones más grandes en su registro: el soprano alcanza casi cuatro octavas (desde un mi2 y por encima hasta las posibilidades del músico) y los modernos clarinetes bajos ampliados sobrepasan las cuatro octavas.
Hay constancia de que existía en el medio oriente (véase el Zummarah o el Arghul) y que se fabricaban instrumentos primitivos y pastoriles que serían los ancestros del clarinete, haciendo un corte, para la boquilla en un palo de caña o bambú y añadiendo unos agujeros más abajo para cambiar las notas.
Este desarrollo se suele atribuir al fabricante de instrumentos, el alemán Johann Christoph Denner.
Para realizar los siguientes efectos de manera satisfactoria es recomendable emplear una lengüeta muy flexible, elástica y con suficiente cuerpo.
De estos autores hay que destacar a Mozart, que nos dejó entre otras obras un magnífico concierto y un quinteto, Claude Debussy, Carl Maria von Weber, Johannes Brahms, Ígor Stravinski o Luciano Berio.