[1] El origen etimológico del término «artillería» es bastante confuso y se han planteado diversas teorías destinadas a dar una explicación para el mismo.[2] Otra explicación posible es aquella que atribuye la palabra al nombre de un fraile llamado Juan Tillery: con el paso del tiempo el «arte de Tillery» se habría transformado en la palabra «artillería».Una segunda hipótesis sostiene que, específicamente, el término «artillero» era utilizado para designar a aquella persona que «artillaba» o «armaba» un castillo o fortaleza, basándose en una antigua ordenanza del rey Eduardo II de Inglaterra, la cual ordenaba que un solo artillero (o maestre de artillería, conforme al término utilizado en la época) se encargara de la construcción de balistas, arcos, flechas, lanzas y otras armas para abastecer al ejército.Para disparar una pieza, había que meter primero por la boca de la misma un taco con una esponja húmeda para apagar posibles restos que quedaran del disparo anterior, a continuación introducir la pólvora, apretándola con un taco, luego la bala y se comprimía el conjunto.Con el retroceso, el cañón saltaba varios metros hacia atrás y los sirvientes debían empujarlo de nuevo a su posición.La mayoría de los ejércitos europeos intentan seguir por el mismo camino, aunque continuarán existiendo piezas no reglamentarias en uso durante muchos años.Ya anteriormente las bombardas o morteros empleaban en ocasiones bombas, esferas metálicas rellenas de material explosivo e incendiario con una mecha lenta que se debía encender antes de cargarla en la pieza.Los caballos, sin embargo, morían generalmente de cansancio y debían usarse caballos de escuadrones militares para transportarlas; no era raro tampoco que, si el ejército se encontraba en apuros o sencillamente en desbandada, la artillería se dejara en el camino, pero para desgracia para el enemigo los artilleros podían martillear una clavija en el oído del cañón para inhabilitarlo.El siglo XVIII fue un buen momento para la artillería; las mejoras en la movilidad hacían que los cañones dejasen de ser un estorbo.Sin embargo, este método no fue muy popular debido al coste, y la dificultad de encontrarlo hicieron que estos cañones fuesen solamente usados en ámbitos montañosos.Sin embargo, la artillería no cambió mucho su rol de "arma de apoyo"; los cañones podían ser efectivos en el campo y en el asedio, pero su efectividad se veía reducida a otros aspectos tales como la munición, el alcance, el retroceso del arma (que no se resolvería hasta la construcción del 75 mm francés), el peso y el transporte.[4] En la segunda mitad del siglo XIX, la artillería experimenta una revolución gracias a las técnicas modernas de fundición del acero que permiten, por un lado, hacer tubos rayados para las piezas en acero, con la mejora de resistencia que suponía y, por otro, sustituir los obsoletos armones de madera por nuevas cureñas en acero laminado mucho más resistentes.Desde la Primera Guerra Mundial se había perfeccionado el mortero, convertido en un tubo ligero montado sobre una placa y un bípode que puede ser transportado por tres o cuatro hombres y que actualmente se montan también sobre vehículos blindados de transporte de tropas para darles mayor movilidad.La pieza va integrada en la parte posterior del vehículo con un sistema hidráulico que la recoge o lanza sobre el terreno en muy poco tiempo.Los británicos adoptaron el Cohete Congreve como arma incendiaria y por sus capacidades más psicológicas que físicas contra la infantería, al menos en ese momento.Incluso en la Primera Guerra Mundial se emplearon cohetes en aviación de forma limitada.Los clásicos cohetes rusos katiusha de la Segunda Guerra Mundial, lanzados desde plataformas montadas sobre camiones se siguen utilizando actualmente en versiones modernas, y que mostraban su potencial arrasando un determinado campo de tiro.Incluso ejércitos como el estadounidense, que durante décadas despreciaron el uso de cohetes como un arma tosca, propia de ejércitos anticuados, han incorporado en los últimos años vehículos que permiten lanzar, o una cantidad determinada de cohetes para saturar un área determinada, o sustituir los cohetes por dispositivos lanzamisiles, estos con guía después del lanzamiento.