[3] Se diferencia del relato fantástico en que los elementos claramente ficticios y los posibles o reales armonizan entre sí, no creando tensiones, sino siendo unos continuaciones coherentes de los otros.
En los casos en que el tono fantástico se revela en algún momento o al final, mostrándose claramente irreal, tampoco podemos hablar de fantasía épica, pues parafraseando a Cortázar:
Por otro lado, el nombre del género lo inventó Fritz Leiber, quien a su vez puede considerarse uno de sus fundadores.
A finales del siglo XIX aparecen autores como H. Rider Haggard.
Para inicios del siglo XX, la aparición de Lord Dunsany llevaría a la fantasía hacia otros rumbos.
Otras escritoras que destacan en esta época son Hope Mirrlees con su única novela fantástica Entrebrumas (1926), que destacaba por su manejo de la prosa poética y relatar una historia verosímil sin recurrir a los recursos literarios de Eddison.
Mirrlees evoca una historia a escala personal con una mezcla entre lo mundano y fantástico, elemento que será primordial en las novelas de fantasía, mientras que Eddison ocupa todo en una escala mucho más elevada centrada en lo bélico.
Otras obras huyen de esta relativa realidad para crear mundos sostenidos por la imaginación y la magia, con situaciones del todo surrealistas y una preocupación posmoderna de la realidad.
[15] Además, el nuevo siglo promete ser fecundo en el género, pues como dice Teresa Colomer, aunque refiriéndose al género fantástico en general (recordemos que también incluye el relato fantástico, la ciencia ficción y la novela gótica, además de los híbridos entre ellos), «la fantasía está en auge y es cada vez más demandada, especialmente entre los jóvenes».
Haggard, en su obra Eric Ojos Dorados, imaginó el mundo ficticio recreado por las Sagas, de las cuales una parte narra hechos sucedidos en los siglos anteriores a Jesucristo, y parte en la Alta Edad Media.
Esto no quiere decir que todas las ambientaciones estén basadas en épocas tan antiguas.
Incluso, Margaret Weis y Tracy Hickman imaginaron en la tetralogía La espada de Joram un mundo en el que conviven las tecnologías futuristas con las prácticas mágicas.
[15][2] Es habitual que los protagonistas de estas novelas, estén pensados para adultos o para niños, sean adolescentes o jóvenes, incluso niños pequeños, caracterizados por una gran fuerza física, un gran valor ante el peligro, generosidad y vidas errantes.
Desde las epopeyas sumerias y griegas los viajes han constituido un elemento indispensable para dotar de épica a las historias.
También existen historias largas en las que algunos de los libros sirven de enlace y se centran en descripciones o viajes, desplazando, anticipando o apartando los grandes combates: La Torre Blanca, La segunda generación, La forja.
Otros no menos conocidos, como las arpías, provienen de los pueblos eslavos.
Sin embargo, y como en los anteriores apartados, esto no constituye ninguna regla absoluta.
La magia es un recurso muy presente en este género, hasta el punto de que muchas obras se sustentan básicamente en ello.
Las posibilidades son tantas como la imaginación permita, ya que la magia en sí misma es un hecho imaginario.
El cuidado con que el tema mágico está tratado en la fantasía épica se evidencia desde un primer momento.
Por medio de este recurso se justifican misiones, relaciones personales o guerras.
Es conocida la lengua élfica inventada por el escritor, además de sus muchos apéndices, notas y listas.
[8] Este hecho recuerda a las aventuras de Amadís y otras muchas novelas de caballerías, en torno a finales del siglo XVI, cuyos escritores reutilizaban sus personajes y mundos.
Nuevamente se hallan grandes excepciones, como Maske: Taeria o El Ojo del Cazador.
Teresa Colomer describe los rasgos del lector juvenil de la manera que sigue[17] (téngase presente que los lectores adultos y las obras dirigidas a ellos no son objeto de su ensayo).
Según Jo-Ann Goodwin la explicación está en las malas críticas que hizo Alan Chedzoy en 1972, donde describía al lector medio de Tolkien, muy subjetivamente, como tímidos en las relaciones humanas, lectores exclusivamente de género, evasivos, matemáticos o científicos y ávidos aficionados a los crucigramas.
Se trataba muchas veces de franquicias, que siguen teniendo actualmente un público amplio.
Generalmente se trata de sagas que sucumben ante los estereotipos creados durante la formación del género.
Se introducen la ambigüedad moral y el personaje de la heroína frente a la clara masculinidad anterior.
Otros ejemplos de fantasía heroica en el cine son Krull (1983), Willow (1988) o Dragonheart (1996).