Es considerado, junto con Espronceda, Bécquer, José Zorrilla y Rosalía de Castro, la más alta cota del Romanticismo literario español.
De acuerdo con Iris M. Zavala, Larra representa el «Romanticismo democrático en acción».
Las ideas de Larra tienen su origen en la Ilustración española, en especial en José Cadalso,[1] y se mostraron muy influyentes en la posterior generación del 98.
Gracias a la amnistía decretada por Fernando VII, la familia pudo regresar a España en 1818 y se estableció en Madrid, donde el padre se convirtió en médico personal del infante don Francisco de Paula, uno de los hermanos del rey Fernando.
Aunque no se presentó a ningún examen ese curso, en octubre de 1825 aprobó todas las asignaturas.
La causa de su no presencia en los exámenes puede deberse a un «acontecimiento misterioso» que alteró su carácter completamente.
Prosigue sus estudios y en 1827 ingresa en los Voluntarios Realistas, cuerpo paramilitar formado por fervientes absolutistas, significados por su participación en la represión contra los liberales.
Con diecinueve años, en 1828 Larra publica un folleto mensual llamado El duende satírico del día.
En esta publicación empieza a entreverse el genio satírico que Larra desplegaría posteriormente.
Larra no es, sin embargo, un opositor al régimen absolutista (sigue perteneciendo a los Voluntarios Realistas), sino un periodista que, mediante la sátira, critica la situación social y política del momento.
En diciembre de 1828, Larra tiene un enfrentamiento en el café con José María de Carnerero, director del Correo Literario y Mercantil, al que «El duende» había criticado en sus últimos números.
Durante 1830, Larra se dedica a la traducción de piezas francesas para el empresario teatral Juan Grimaldi, al tiempo que empieza a escribir las suyas propias (en 1831 estrenaría la comedia costumbrista No más mostrador, inspirada en un vodevil francés).
Ese año se había comenzado a publicar en Madrid una recopilación de sus artículos: Fígaro.
El escritor protesta por la censura del Gobierno, y la polémica concluye con un acta de diputado cunero como pago por su silencio.
El pacto del periodista, de claras simpatías republicanas, con un Gobierno formado con base en las intrigas palaciegas con la Regente y apoyado en elementos militares ultraconservadores, le supuso un auténtico descalabro personal y político.
Mientras el cadáver era introducido en un nicho del cementerio madrileño del Norte (situado detrás de la glorieta de Quevedo), el entonces joven poeta José Zorrilla leyó un emotivo poema dedicado a Larra.