Flórez, en su biografía de Espartero, dice: «A esta fecha no había ya en el reino una sola provincia que no se hubiera declarado independiente del gobierno, el cual, según la expresión usada entonces, veía reducidos sus dominios a los límites que marca la simple vista desde la torre de Santa Cruz de Madrid».
La guarnición asignada al palacio hacía tres meses que no cobraba sus sueldos y hasta allí habían llegado las noticias de los levantamientos liberales que se estaban produciendo en toda España.
[5] La consecuencia más inmediata fue la vuelta al poder tres meses después de los progresistas, lo que ha llevado a algunos historiadores a defender la tesis de que detrás del motín de los sargentos estaban los líderes progresistas, en particular Juan Álvarez Mendizábal y Fermín Caballero, director del diario El Eco del Comercio.
Sin embargo, según Juan Francisco Fuentes, «la impresión más generalizada es que en todo lo sucedido hubo un alto grado de espontaneidad e improvisación, lo que invalida en gran parte la teoría conspirativa».
[5] Otra consecuencia, ésta «más negativa y duradera», fue «la creciente aversión de la corona al partido progresista, al que María Cristina atribuía la coacción ejercida sobre ella en los sucesos de La Granja y la humillación que le supuso aceptar las condiciones impuestas por los amotinados».