Hacia 1847 empezó a ejercer la carrera diplomática en Nápoles junto al embajador Ángel de Saavedra, duque de Rivas, poeta y pintor del Romanticismo y además un refinado galantuomo del cual muchas bellas decían quanto é simpaticone questo duca.
[11] Sin embargo, tras ser elegido al fin diputado por Archidona en 1858, de lo que se enteró en París mientras asistía a la boda de su querida hermana Sofía con un afamado militar, Aimable Pélissier, recién nombrado primer duque de Malakoff, abandonó durante unos años sus tareas diplomáticas para consagrarse a los trabajos literarios en las numerosas revistas de las que fue redactor, colaborador o director: el Semanario Pintoresco Español, La Discusión, El Museo Universal y La América.
[12] De todos estos viajes dejó constancia en un jugoso y entretenido epistolario, inmediatamente publicado sin su conocimiento en España, lo que le molestó bastante, pues no ahorraba datos sobre sus múltiples aventuras amorosas, entre las que destacó su enamoramiento de la actriz Magdalena Brohan.
Es elegido senador por Córdoba en 1872 y en ese mismo año le dan y pierde el cargo de director general de Instrucción pública; en 1874 da a conocer su obra más célebre, Pepita Jiménez y en el siguiente conoció a Marcelino Menéndez Pelayo, con quien entabla una gran amistad e inicia un interesante epistolario.
En 1895 queda casi ciego, se jubila y vuelve a Madrid desde el consulado de Dresde; pero dicta a un amanuense sus escritos y se hace leer en voz alta; inicia su segundo periodo narrativo con Juanita la Larga (1895), culminado en 1899 con Morsamor.
Frecuenta diversas tertulias y tiene una propia en su casa, a la que acuden destacados intelectuales.
Aunque empezó a escribir en la época del último romanticismo, su desarrollo pleno se dio durante el realismo, pero no puede considerarse ni realista ni romántico a causa de su esteticismo idealizador.
En 1856 permaneció durante varios meses en Madrid, en espera de un empleo o legación, lo que aprovechó para intensificar sus colaboraciones literarias.
[20] Juan Valera amplió largamente su cultura mediante los viajes y un estudio constante.
Más tarde (1850) fue embajador en Lisboa, Río de Janeiro (1851), Dresde (1854), San Petersburgo (1856), Fráncfort (1865), otra vez Lisboa, esta vez como ministro (1881), Washington (1883), donde mantuvo una relación amorosa y epistolar con la joven y culta hija del secretario de Estado estadounidense Katherine Lee Bayard, que acabó suicidándose, Bruselas (1886) y Viena (1893).
[22] Desde entonces se hacía leer en voz alta en español, francés, alemán y griego[23] y dictaba sus escritos a su secretario Pedro de la Gala Montes, al que llamaba familiarmente Perikito; por ejemplo, le dictó la mayor parte de su última novela Morsamor mientras se afeitaba a tientas, como recordó el conde de las Navas.
Valera comenzó muy tarde a escribir narrativa, pues empezó siendo poeta (de su primer libro, Ensayos poéticos -Granada, 1844- solo se vendieron tres ejemplares) y epistológrafo.
Se refiere en la primera el progresivo enamoramiento del seminarista Luis de Vargas de la joven (veinte años) viuda andaluza prometida a su padre que da nombre a la obra.
E, inversamente a la obra de Alarcón, el interés del autor se centra más que en el conflicto moral en la gracia de la narración y en la caracterización del simpático protagonista, una especie de enciclopedista liberal bastante parecido al propio Juan Valera, y que acaba casándose en su edad madura con una sobrina suya.
[26] Morsamor (1899) es su última novela, escrita poco antes de morir y muy distinta a cuanto solía expresar: se trata de una novela histórica que es casi una novela de aventuras; además abandona la estética del realismo y da entrada al elemento fantástico: el protagonista, viejo y frustrado con su vida y refugiado en un convento, rejuvenece al tomar un elixir mágico y, con una nueva oportunidad, emprende un viaje de redención a Oriente, más en particular la India (que Valera conocía bien por haber residido su padre largo tiempo en este lugar), donde se vuelve a enamorar, y regresa tras diversas peripecias al convento nuevamente frustrado.
Al principio, en 1840, cultivó un cierto Romanticismo, pero pronto se decantó por la inspiración clásica y los temas antiguos.
Reunido modernamente tras varios intentos parciales, incluye las cartas que escribió a Leopoldo Augusto de Cueto, Marcelino Menéndez y Pelayo, Miguel de los Santos Álvarez y muchos otros, abarcando un total de 3.803 cartas editadas en ocho tomos dirigidos por Leonardo Romero Tobar en la editorial Castalia entre 1992 y 2010, aunque todavía siguen apareciendo colecciones.