Crisis de 1750 en el Virreinato del Perú

A su vez, había aumentado la Devoción Católica entre los indios de clase alta y querían solicitar que puedan ser ordenados en el Clero e incluso de participar en la Inquisición española (debido a que su condición de Cristianos nuevos les puso limitaciones), habiéndose presentado discusiones sobre el tema ya desde principios del siglo XVI.Aunque dicha Cédula de Equiparación llegó a ser aplicada sin dificultades en la Nueva España (donde el estamento caciquil estaba más debilitado y la República de españoles accedió sin temores a empoderar a los indios), en el Virreinato del Perú no se acató la real cédula, dado que los nobles indios eran un estamento poderoso en la sociedad virreinal peruana, donde los caciques, garantes de la República de indios, se comportaban como auténticos Señores que nada tenían que envidiar al Feudalismo en España, siendo el cacicazgo una institución por derecho propio (con señorío no solo territorial, sino también jurisdiccional en el Aillu) y que competían con los Encomenderos españoles por el dominio de las relaciones políticas a nivel local.Por tanto, los funcionarios criollos corruptos hicieron todo lo posible por no cumplirla con efectividad, aunado a que también habían prejuicios despectivos en ciertos oligarcas que se negaban a tratar al indio como españoles, con la excusa de que estaban tratando de asegurar la soberanía del Rey de España en el Perú, pues acusaban a los indios de que tenían una doble identidad entre su sumisión a la hispanidad del Imperio español y su sumisión a la indianidad de su cacicazgo, y que por tanto, estaban predispuestos a no ser fieles súbditos del rey, y con ello eran indignos de que se les reconozca estas libertades.Sin embargo, siguió dándose resistencia entre los funcionarios criollos, por lo que en 1726 se firmó entre los nobles indígenas el memorial de «los cabos militares, caciques principales y gobernadores y sus descendientes mestizos nobles de este Reyno Peruano» para demandar el acatamiento del real decreto.[5]​ Por otra parte, también surgiría una facción de carácter rebelde, donde aparecieron redes de conspiración entre los indios (a través de los caciques más impacientes) que proclamaban el lema "Viva el rey, muera el mal gobierno" para desarrollar rebeliones contra los Gachupines sin renunciar al fidelismo con la monarquía española, aunque las tendencias más radicales desarrollarían un Nacionalismo neo-inca que buscaba restaurar el Tahuantinsuyo.[6]​ Entre estos complots resaltó inesperadamente la rebelión Amazónica de Juan Santos Atahualpa en el Oriente Peruano, el cual estalló en junio de 1742 por Ashánincas liderados por este caudillo de la Nobleza incaica que fue educado por los Jesuitas del Perú (que lo llevaron a Europa), afirmaba ser el Inkarri y del que se rumoreaba que buscaba la intervención del Imperio británico.[1]​ Por otra parte, en otros territorios del imperio español, como el Reino de México, se empezaban a producir sus propias rebeliones agrarias, lo cual pudo influir cierta inspiración a los conspiradores.Sin embargo, pese a ser una escaramuza muy pequeña, su importancia se daría por considerarse a Huarochirí como la despensa de Lima, y que la caída de esta ciudad sería una amenaza seria para una Lima desprotegida, y se temía aún más que busque alianzas con el otro caudillo de Juan Santos Atahualpa Nobles indios como Joseph Cayo Topatito Atauchi Yncayupangui (intérprete de la Real Audiencia de Lima), Francisco Mangualu Zevallos (diputado nombrado por los caciques de Lima), Francisco Sachun Quirós y Asabache (capitán del ejército realista) le comunicaron a Juan Bustamante Carlos Inca de los eventos.Todo ello para el Virrey y sus representantes se usó como una muestra de teatralidad del poder con base en un lenguaje paternalista que apelara a la “ternura” y “afecto” (intensificado por la Gaceta de Lima).Por otra parte, los pacíficos seguidores de Juan Santos Atahualpa acabaron ejecutados por sumisión a su líder, quien desaparecería en 1756 por causas misteriosos que solo aumentaron su Mesianismo, pues habría gente que lo consideraba una Divinidad que ascendió a los cielos, por lo que el control de la Amazonía peruana sería nominal (y peor aún tras la expulsión de los jesuitas peruanos del País de los Maynas, el último reduco en la selva donde estaba presente la autoridad real).