A pesar de esto, luego de la legalización del cristianismo por emperador Constantino, permitió a líderes de la Iglesia cristiana acumular riquezas y poderes políticos; con los consiguientes intereses y ambiciones que hicieron que el llamado poder temporal, se identificara con el espiritual a través del llamado Cesaropapismo, el cual empezó a tomar forma cuando el emperador Teodosio en 380 hizo al cristianismo la religión oficial del imperio.
Primaban las normas cristianas cuando éstas entraban en conflicto con las romanas y así san Jerónimo, a finales del siglo IV, sentaba el principio: Aliae sunt leges Caesaris, aliae Christi; aliud Papinianus, aliud Paulus noster praecepit (Unas son las leyes del César, otras las de Cristo, una cosa ordena Papiniano, otra nuestro Pablo).
En 1231 la nueva institución poseía ya un ropaje jurídico que fue aprobado por el papa Gregorio IX en febrero del mismo año con la bula Excommunicamus, quedando bajo el control directo del papa y la Orden de Predicadores o de padres dominicos.
Con la encíclica Rerum novarum ("Sobre las nuevas cosas") del papa León XIII (1891), la Iglesia católica mostraba su poco entusiasmo por la democracia y afirmaba que las clases y la desigualdad constituyen rasgos inalterables de la condición humana, como son los derechos de propiedad.
Al estallar la Guerra Civil en España, los clericales de toda Europa sin excepción apoyaron al nacionalista rebelde y antidemocrático Francisco Franco, así como la mayor parte de los obispos españoles (salvo el cardenal Francisco Vidal y Barraquer),[1] con la única excepción del filósofo francés Jacques Maritain, representante del humanismo cristiano.
[3] Por otra parte, se consolidó un integrismo protestante con la Identidad Cristiana o el Christian Reconstructionism en los Estados Unidos o las formas militantes del fundamentalismo islámico, politizado sobre todo a partir de la publicación en 1970 del libro del ayatolá Jomeini Velayat-e faqih (en persa: ولایت فقیه, Gobierno islámico en español), probablemente el más influyente documento escrito en los tiempos modernos en pro de la Teocracia.
Muy al contrario, hubo grandes figuras de polemistas que defendieron los puntos de vista clericales del abate Barruel, primero contra los ilustrados y después contra sus sucesores los liberales, paralizando el progreso material, social y político del país, siempre sacrificado por un hipotético progreso espiritual.
Fray Fernando de Ceballos y Mier fue un auténtico martillo de herejes, y escribió La falsa filosofía, crimen de Estado en seis abultados volúmenes que logró publicar hasta que se le amordazó cuando amenazaba con el séptimo tomo (1774) contra "ateológicos, naturalistas, deístas, libertinos, espíritus fuertes y freethinkers".
Contra estos se levantaron sin embargo otros, los católicos liberales o Neocatólicos, liderados por fray Ceferino González.
Los anticlericales incontrolados aprovecharon este incentivo suministrado por la Iglesia para asesinar a numeroso clero secular y regular.