Alarmados, diversos grupos ungieron como toqui general de la próxima guerra a Paillamapu, que vivía en Ranquilco.
En 1597, el gobernador García Óñez de Loyola ordenó construir un fuerte en Lumaco.
[5] Llegado el invierno de ese año, Loyola instruyó al capitán Andrés Valiente y un pequeño grupo de soldados que defendieran a toda costa el fuerte recién construido hasta la primavera.
Pero en el invierno del año siguiente los mapuches, al mando del toqui mayor Paillamapu, destruyeron Lumaco y se hicieron con piezas de artillería, arcabuces y otras armas.
Venía de recorrer las fundaciones más australes del reino; Valdivia, Osorno y Villarrica en visita de inspección y tratando de enganchar algunos soldados que engrosaran sus filas para la campaña que se proponía llevar a cabo a la brevedad contra los mapuches no sometidos.
Pero Óñez, confiado en la superioridad de sus fuerzas, avanzó aparentemente sin cuestionarse la peligrosidad del movimiento.
En la noche del 21 la fuerza acampó en un lugar denominado Paillachaca, a una legua de La Imperial.
Tras esta segunda jornada acamparon en un paraje llamado Curalaba, junto al río Lumaco, cercado por cerros abruptos y a un costado del camino real.
Al frente estaban las ruinas del fuerte Lumaco, construido por Loyola tras décadas de intentos fallidos en 1597.
Por lo tanto, Curalaba era la opción más segura y viable para pernoctar por parte de los españoles.
Soltaron sus cabalgaduras para que pastaran, y acamparon sin despachar partidas de exploradores.
Estos relatos, bastante difundidos, hablan de que en el cielo las nubes se abrieron extrañamente, dejando ver combatientes, aves enigmáticas y otras figuras.
Siendo sabido que desde la Antigua Roma, el vuelo de las aves es considerado un presagio antes del combate.