[2][3] Cercana a los artistas de su Florencia natal, fue educada por Jacobo Ligozzi.
María de Médici no se entendía con Enrique IV.
Sumamente celosa, no soportaba las aventuras femeninas de su marido, ni sus desaires; él la obligaba a relacionarse con sus amantes y además le escatimaba el dinero que necesitaba para cubrir todas las necesidades que su condición real le exigía.
A las infidelidades de su esposo se le sumó otro amorío con Carlota des Essarts, condesa de Romorantin, con quien tuvo dos hijas: Juana Bautista, nacida y legitimada en 1608 y María Enriqueta, que nació en 1609.
Fue necesario esperar al 13 de mayo de 1610, fecha en la que se esperaba una larga ausencia del rey —Enrique partió para conducir una “visita armada” a fin de solucionar un problema político entre los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico, y el caso de Cléveris y Juliers—, para que la reina fuera coronada en Saint-Denis e hiciera su entrada oficial en París.
Destituyó a los consejeros del rey, pero no consiguió hacerse obedecer por los Grandes.
Para recuperar el poderío de Francia, no encontró mejor solución que pactar la paz con España.
La política de la reina provocó, no obstante, un gran descontento.
A este levantamiento se lo conoció como la “guerra de la madre y del hijo”.
Richelieu jugó, en esos momentos, un papel importante en la reconciliación entre madre e hijo, sugiriendo que ella pudiera incorporarse al Consejo del rey.
Durante unos años, no se percató del poder e importancia que su cliente y protegido iba adquiriendo.
Cuando se dio cuenta de ello, intentó derrocarle por todos los medios.
Durante años vivió al amparo de las cortes europeas en Alemania, después en Inglaterra, intentando crear enemigos contra el cardenal y sin poder regresar nunca a Francia.