Leyes raciales fascistas

A los judíos «convertidos en arios» se les aplicaron las leyes con algunas excepciones y limitaciones.[1]​ La legislación antisemita incluía: También se ordenó a la comunidad judía la creación de escuelas específicas para los niños judíos.En los años 60 se produciría una lenta restitución de los bienes sustraídos a los supervivientes y sus familiares.[3]​ Las leyes ilustran la enorme influencia de Hitler y el pensamiento racista nazi sobre Mussolini.A estas reflexiones se les trató de dar una base científica, aunque el resultado fuese inconsistente.Entre las adhesiones posteriores, destacan las de personajes famosos –o que llegarían a serlo–, como, por ejemplo, Giorgio Almirante, Bargellini Piero, Giorgio Bocca, Galeazzo Ciano, Amintore Fanfani, Agostino Gemelli, Giovanni Gentile, Luigi Gedda, Giovannino Guareschi, Mario Missiroli, Romolo Murri, Giovanni Papini, Ardengo Soffici o Giuseppe Tucci.Entre ellos se encuentran: Emilio Segrè, Achille Viterbi (padre de Andrea Viterbi), Bruno Pontecorvo, Bruno Rossi, Ugo Lombroso, Giorgio Levi Della Vida, Mario Castelnuovo-Tedesco, Camillo Artom, Ugo Fano, Roberto Fano, Salvatore Luria, Piero Foà, Luigi Jacchia, Guido Fubini, Massimo Calabresi y Franco Modigliani.Con ellos también salieron de Italia Enrico Fermi y Luigi Bogliolo, cuyas esposas eran judías.Entre estos últimos están Tullio Ascarelli, Walter Bigiavi, Mario Camis, Federico Cammeo, Alessandro Della Seta, Donato Donati, Mario Donati, Marco Fanno, Gino Fano, Federigo Enriques, Guido Castelnuovo, Giuseppe Levi, Benvenuto Terracini, Tullio Levi-Civita, Rodolfo Mondolfo, Adolfo Ravà, Attilio Momigliano, Gino Luzzatto, Donato Ottolenghi, Tullio Terni y Mario Fubini.Sin embargo, no se prohibió todavía la enseñanza en las escuelas reservadas a los judíos.Las más conocidas son: Tras el fin del régimen fascista, la adhesión real de algunas de estas personas a las leyes fascistas ha sido puesta en duda; en ocasiones los mismos «firmantes» han negado haber apoyado las leyes, afirmando que sus nombres habían sido incluidos sin su consentimiento y, en otros casos, por historiadores posteriores.[27]​ Pero, continúa De Felice, «la jerarquía católica y los periódicos, sin embargo, prefirieron no correr riesgos y, aunque no lo aceptaban, cesaron casi por completo cualquier polémica pública contra el antisemitismo».[29]​ Así, en 1938, en un artículo polémico, la revista criticó ásperamente al científico Rudolf Lämmel, debido a una obra[30]​ en la que condenaba el antisemitismo nazi.Afirmaba la La Civiltà cattolica que Laemmel había exagerado, «demasiado olvidadizo de la continua persecución de los judíos contra los cristianos, sobre todo contra la Iglesia católica, y su alianza con los masones, con los socialistas y los otros partidos cristianos; también exagera demasiado cuando concluye que "Sería no sólo ilógico y antihistórico, sino una autentica traición moral si hoy el cristianismo no defendiese a los judíos".