Figura principal del partido progresista español del siglo XIX, colaboró activamente en las políticas llevadas a cabo por Juan Álvarez Mendizábal y Baldomero Espartero, aunque con el paso de los años sus ideas se moderaron.
Con pocos recursos inician un periplo atravesando el continente sudamericano con la intención de llegar a tierras del Perú.
Las vicisitudes no terminan con el fin del viaje, pues el grupo es detenido por las autoridades realistas españolas, al ser sospechosos de liberalismo y por lo tanto amigos de las ideas emancipadoras por las que luchaban los americanos en aquel momento.
En esta ciudad ejerce la abogacía, consiguiendo importantes ingresos y relacionándose con la elite arequipeña.
Al tener noticia de esto, Antonio González se decide a regresar a España en 1834, aunque previamente realiza un viaje por diversos países europeos, para conocer de primera mano los sistemas políticos que allí funcionaban, sus recursos económicos, industrias y entrar en contacto con personas simpatizantes del liberalismo.
Unos años más tarde, en 1838 en Madrid, se celebró la boda con María Josefa Olañeta, con la que tuvo dos hijos, llamados Amalia y Ulpiano.
Se vinculó políticamente a figuras destacas del progresismo, como Juan Álvarez Mendizábal y Baldomero Espartero, alcanzando la vicepresidencia del Estamento de Procuradores, como consecuencia de las movilizaciones populares que se produjeron en septiembre de 1835, que provocaron un cambio político por él alentado y que elevó al gobierno a Juan Álvarez Mendizábal.
Su elección mostró las diferencias que afloraban dentro de una cada vez más diversa familia liberal.
Al presidir esta institución Antonio González se le acusó de parcialidad en su cargo, lo que produjo que publicara, para refutar las opiniones contrarias a su persona, un folleto[2] publicado a la terminación de la legislatura, donde defendía los postulados del liberalismo avanzado.
El pulso entre moderados apoyados por María Cristina y progresistas se saldó en primer lugar, con la sanción de la normativa local y, posteriormente, como consecuencia de la revuelta social generada, con la dimisión del gobierno moderado.
En general, durante los siguientes tres años, se puede observar como el extremeño antepuso su fidelidad al regente Espartero, sobre los principios del régimen representativo tan ardorosamente defendidos como norma de conducta en su programa de gobierno.
Su gabinete gubernamental estuvo integrado por cinco personas , de las cuales tres eran generales afines a Espartero, dando por tanto al gobierno un aire muy castrense, en donde el regente intervenía directamente, pasándose por alto los reglamentos constitucionales y aplicando erróneamente en ocasiones soluciones militares a problemas de índole política o social.
Pero pronto surgieron problemas para ejecutar el programa ideado por Antonio González, pues la oposición formulaba enmiendas y largos debates en las Cámaras, a lo que hay que sumar la creciente división de las filas progresistas.
Al día siguiente, Antonio González rechaza la opción que le presenta el regente de disolver las Cortes y presenta la dimisión, que será efectiva el 17 de junio.
Apenas dura dos años y Baldomero Espartero de nuevo se hace cargo del ejecutivo.
Aunque el extremeño había sido elegido Diputado, su cometido principal no se desarrollará en el Congreso, sino en la embajada española en Londres, a cuyo frente había sido nombrado en agosto de 1854.
En esta época se estaba produciendo la Guerra de Crimea, conflicto que implicaba a diversas potencias europeas.
A partir de estas fechas se produce un cambio en sus simpatías políticas, al colocarse en posiciones más conservadoras y se alinea junto a otros antiguos progresistas en el nuevo grupo político conocido como Unión Liberal, liderado por Leopoldo O'Donnell.
Esta nueva adscripción política, aunque le granjeó recurrentes antipatías entre algunos de sus antiguos compañeros de filas, le resultó muy beneficiosa, pues supuso para su persona una nueva etapa dorada en su carrera pública.
Antonio González por su cercanía, aunque no total, con O'Donnell había perdido credibilidad dentro del progresismo, y las fuerzas políticas protagonistas durante el Sexenio Democrático poco contaron con su figura.
A lo largo de su vida percibió elevados sueldos y pensiones, por los altos cargos que ocupó en la administración.
En Madrid acumuló diversas propiedades urbanas y poseía participaciones en el Banco de España, siendo su cuarto accionista más importante.