Aunque es difícil poner precio a un conjunto tan extenso, alguna fuente estima su valor global en 10 000 millones de libras esterlinas.
Esta costumbre se prolongaría en el Reino Unido hasta muy avanzado el siglo XVIII, lo que motivó las quejas de varios artistas locales como William Hogarth.
Durante casi un siglo, la Royal Collection no experimentó un enriquecimiento relevante, de tal modo que era muy desigual cuando Carlos I llegó al trono (1625).
Además, el rey Carlos recibió regalos por diversos cauces, como el famoso Autorretrato de Durero (ahora en el Museo del Prado).
Emisarios llegados desde Madrid, París y otras ciudades compraron muchas de tales obras, encubriendo en algunos casos que iban destinadas a reyes del continente.
Resultaba «poco estético» que los monarcas europeos apoyasen con su dinero, siquiera indirectamente, a los verdugos del difunto Carlos.
Mientras otros países europeos sufrían un masivo éxodo de tesoros artísticos por diversas peripecias, como la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, la Royal Collection siguió creciendo gracias al apogeo económico del Imperio británico.
La Royal Collection británica suele ser considerada «la colección privada más importante del mundo», y bajo tal denominación solía compararse con otras como la Thyssen, pero pertenece a los reyes titulares de manera solo formal, ya que ostenta una categoría institucional que obliga a su protección.
Tampoco la página web oficial de la colección ofrece un repertorio completo, tarea que por lo demás sería casi imposible.
Los fondos de pinturas y dibujos son los más conocidos, gracias a que suelen participar en exposiciones temporales, tanto en el Reino Unido como en el extranjero.
Algunas vajillas y cuberterías, de altísimo valor, se siguen empleando en los banquetes que los reyes ofrecen a sus invitados.