María Cristina de Austria fue regente de España desde la muerte de su marido, Alfonso XII , en noviembre de 1885 hasta que su hijo, Alfonso XIII , cumplió dieciséis años y juró la Constitución de 1876 en mayo de 1902. La reina María Cristina estaba embarazada cuando murió su marido y dio a luz al rey Alfonso XIII en mayo de 1886.
Según el historiador Manuel Suárez Cortina, «la Regencia fue un periodo particularmente significativo en la historia de España , pues en esos años de fin de siglo el sistema experimentó su estabilización, el desarrollo de políticas liberales, pero también la aparición de grandes fisuras que en el ámbito internacional se reflejaron primero en la guerra colonial , y después con Estados Unidos, provocando la derrota militar y diplomática que supuso la pérdida de las colonias tras el Tratado de París de 1898. En el ámbito interno, la sociedad española experimentó una considerable mutación, con la aparición de realidades políticas tan significativas como la aparición de regionalismos y nacionalismos periféricos , el fortalecimiento de un movimiento obrero de doble filiación, socialista y anarquista , y la persistencia sostenida, aunque decreciente, de las oposiciones republicana y carlista ». [1]
El 25 de noviembre de 1885, el joven rey Alfonso XII [2] murió de tuberculosis y asumió la regencia su esposa María Cristina de Austria , «una mujer joven, extranjera, con poco tiempo en España, poco popular y con fama de no ser muy inteligente». [3] A la debilidad en la que parecía quedar la más alta institución del Estado se sumaba el hecho de que, a la espera de un tercer parto porque la reina estaba embarazada, no había heredero varón —Alfonso y María Cristina, casados el 29 de noviembre de 1879, habían tenido dos hijas—. Así, la muerte de Alfonso XII creó un cierto vacío de poder —Menéndez Pelayo escribió a Juan Valera que estaba en Washington: «La muerte del rey ha producido aquí un singular estupor e incertidumbre. Nadie puede adivinar lo que sucederá»—. [3] Esto podía ser aprovechado por los carlistas o los republicanos para poner fin al régimen de la Restauración . [4] De hecho, en septiembre de 1886, sólo cuatro meses después del nacimiento de Alfonso XIII, se produjo un levantamiento republicano encabezado por el general Manuel Villacampa del Castillo y organizado desde el exilio por Manuel Ruiz Zorrilla , que constituyó el último intento militar del republicanismo y cuyo fracaso lo dividió profundamente. [5]
Para hacer frente a la situación de incertidumbre creada por la muerte del rey y a través de la mediación del general Martínez Campos , los líderes de los dos partidos de la época , Antonio Cánovas del Castillo por el Partido Conservador y Práxedes Mateo Sagasta por el Partido Liberal-Fusionista , se reunieron para acordar la sustitución del primero por el segundo al frente del gobierno. El llamado «Pacto del Pardo» —aunque la entrevista tuvo lugar en la sede de la Presidencia del Gobierno y no en el Palacio del Pardo— recogía la «benevolencia» de los conservadores respecto al nuevo gobierno liberal de Sagasta. Sin embargo, la facción del Partido Conservador encabezada por Francisco Romero Robledo no aceptó la cesión de poder a los liberales y abandonó el partido para formar uno propio, llamado Partido Liberal-Reformista , al que se unió la Izquierda Dinástica de José López Domínguez , en un intento de crear un espacio político intermedio entre los dos partidos de turno. [6] [7]
Cánovas del Castillo justificó el Pacto de El Pardo en el Congreso de los Diputados meses después: [3]
Nació en mí la convicción de que era necesario que la lucha encarnizada que entonces manteníamos los partidos monárquicos... cesase en todo caso, y cesase durante bastante tiempo. Pensaba que era indispensable una tregua y que todos los monárquicos debían agruparse en torno a la Monarquía. [Y una vez pensado esto... ¿qué me tocaba hacer? Después de haber estado en el gobierno casi dos años y de haber gobernado la mayor parte del reinado de Alfonso XII , ¿me tocaba hablar a los partidos y decirles: 'porque el país está en esta crisis, no me peleéis más; hagamos la paz en torno al trono; dejadme que pueda defenderme y sostenerme por mí mismo?' Eso hubiera sido absurdo y, además de poco generoso y deshonesto, hubiera sido ridículo. Puesto que me puse de pie para proponer la concordia y para pedir una tregua, no había otro modo de hacer creer en mi sinceridad que apartarme del poder.
En junio, las distintas facciones liberales habían llegado a un acuerdo, conocido como ley de garantías , que permitía restablecer la unidad del partido. Había sido redactada por Manuel Alonso Martínez , en representación de los fusionistas , y Eugenio Montero Ríos , en representación de los izquierdistas , y consistía en desarrollar las libertades y derechos reconocidos durante el Sexenio democrático —sufragio universal , juicio por jurados , etcétera— a cambio de la aceptación de la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, en la que se basaba la Constitución de 1876 , es decir, que la última palabra en el ejercicio de la soberanía la tendría la Corona y no el electorado. Fuera del partido liberal-fusionista quedó la facción liderada por el general López Domínguez, a quien Sagasta ofreció la embajada en París, pero exigió un mínimo de 27 diputados en las nuevas Cortes, lo que se consideró un número excesivo. [8]
En abril de 1886, cinco meses después de formar gobierno y un mes antes del nacimiento del futuro Alfonso XIII, los liberales convocaron elecciones para dotarse de una mayoría sólida en las Cortes y poder así desarrollar su programa de gobierno, aunque ya habían podido empezar a implementarlo gracias a la benevolencia de los conservadores. Este periodo fue llamado el Gobierno Largo de Sagasta o también las Cortes Largas , ya que fueron las Cortes más duraderas de la Restauración y las únicas que estaban a punto de agotar su vida jurídica, pero no fue fácil para Sagasta mantener unido a su partido y a su gobierno, ya que durante esos cinco años tuvo que superar varias crisis. [8]
Durante este período “se llevaron a cabo un conjunto de reformas que configuraron definitivamente el perfil social y político de la Restauración como época histórica ”, por lo que algunos historiadores lo han considerado el “periodo más fructífero” de la Restauración. [6]
La primera gran reforma del Gobierno Largo de Sagasta fue la aprobación en junio de 1887 de la Ley de Asociaciones que regulaba la libertad sindical a los efectos de la «libertad humana» y que permitía a las organizaciones obreras actuar legalmente, pues incluía la libertad sindical , dando un gran impulso al movimiento obrero en España . Al amparo de la nueva ley se difundió la anarcosindicalista FTRE , fundada en 1881 como sucesora de la FRE-AIT del Sexenio Democrático , y nació la socialista Unión General de Trabajadores (UGT), fundada en 1888, el mismo año en el que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), nacido en la clandestinidad nueve años antes, pudo celebrar su Primer Congreso . [9]
La segunda gran reforma fue la ley del jurado, una vieja reivindicación del liberalismo progresista que siempre había sido resistida por el conservadurismo, y que fue aprobada en abril de 1888. Se instauró el juicio por jurado para aquellos delitos que tuvieran mayor incidencia en el mantenimiento del orden social o que afectaran a derechos individuales, como la libertad de prensa . Según la ley, el jurado sería el encargado de establecer los hechos probados, mientras que la calificación jurídica de los mismos correspondería a los jueces. [10]
La tercera gran reforma fue la introducción del sufragio universal (masculino) mediante una ley aprobada el 30 de junio de 1890. Sin embargo, la ley no fue fruto de la presión popular a favor de la ampliación del sufragio, sino que lo que Sagasta consiguió con su aprobación fue asegurar la unidad del partido y del gobierno, satisfaciendo una demanda histórica del liberalismo democrático en un momento en el que aumentaba la presión de los « gamacistas » a favor de aprobar un arancel proteccionista para la producción cerealista. Una segunda razón fue el fortalecimiento del partido liberal —y del régimen de la Restauración— con la incorporación al mismo de los republicanos « posibilistas » de Emilio Castelar , tal como habían prometido si se aprobaba la ampliación del sufragio. [11]
Sin embargo, la aprobación del sufragio para todos los varones mayores de veinticinco años —unos cinco millones en 1890—, independientemente de sus ingresos, como sucedía con el sufragio censitario , no supuso la democratización del sistema político, porque se mantenía el fraude electoral —gracias al caciquismo , como se decía entonces—, sólo que ahora las redes caciquiles se extendían a toda la población, de modo que los gobiernos seguían formándose antes de las elecciones, y no después, ya que el gobierno de turno se fabricaba con el encasillado de una sólida mayoría en las Cortes —durante la Restauración ningún gobierno perdió nunca una elección—. [12]
Según Carlos Dardé, la razón última de esta "falta de efectos movilizadores del sufragio universal en la vida política... era la condición social —económica y cultural— de los nuevos electores, y su horizonte político. La inmensa mayoría, masculina, a la que se había concedido el derecho al voto no estaba compuesta por clases medias y obreras de carácter urbano, o por campesinos independientes, comprometidos con un proyecto político de carácter democrático, sino por masas rurales, extremadamente pobres y analfabetas, completamente ajenas a ese proyecto, con la esperanza de una revolución social , en la mitad sur del país, y del triunfo del carlismo , en buena parte del norte; masas que, además, habían experimentado o bien una fuerte represión policial o bien la derrota en una guerra civil ". [12]
Así, "aunque formalmente supuso la instauración de la democracia, [la aprobación del sufragio universal (masculino)] en la práctica nada cambió". [13] "Los diputados siguieron siendo, más o menos, los mismos; ningún grupo social, salvo contadas excepciones, accedió al poder legislativo. Tampoco hubo transformación alguna en la estructura de los partidos, que siguieron siendo partidos de notables ; no se promovió ninguna organización de base para atraer el voto de los ciudadanos cuyos derechos electorales acababan de ser reconocidos". [12] Además, no se reformó la Constitución, por lo que siguió sin reconocerse el principio de soberanía nacional , y sólo se eligió a un tercio del Senado —tampoco se reconoció la libertad de culto , otro de los principios de un sistema democrático—. [14]
Por otra parte, la prueba de que el objetivo de la ley no era la instauración de la democracia fue que no se adoptaron garantías para asegurar la transparencia del sufragio y evitar así el fraude electoral, como la actualización del censo por un organismo independiente, la exigencia de una acreditación a la persona que iba a votar o el control de todo el proceso que quedó en manos del ministro del Interior, conocido como el “gran elector”, ya que era quien se encargaba de que su Gobierno gozara de una amplia mayoría en las Cortes. “El hecho de que en algunos núcleos urbanos la oposición fuera capaz de revertir esta realidad es casi un hecho testimonial. El control político desde arriba, la práctica del turno mediante el fraude electoral es lo que constituye la esencia de las prácticas políticas de la España de finales de siglo”, concluye Manuel Suárez Cortina. [15] Punto de vista que comparte Carlos Dardé: [16] "En algunas ciudades —Madrid, Barcelona, Valencia...— las cosas sí cambiaron, en favor de una política moderna , basada en la opinión pública; prueba de ello es que la representación republicana fue más numerosa y constante, llegando a veces a ser mayoría de diputados elegidos por estos grandes núcleos de población; con el paso del tiempo, también serían elegidos los socialistas ; en Cataluña, los nacionalistas consiguieron enviar una importante representación al Congreso de Madrid; lo mismo podía decirse de los carlistas en Navarra. Pero esta representación de diputados se perdió irremediablemente en la asamblea nacional: de unos 400 escaños en el Congreso, el máximo de diputados republicanos fue de 36, en 1903, y el de socialistas, de 7 en 1923". Los distritos electorales , todos ellos uninominales, continuaron siendo mayoritarios —280 diputados—, mientras que los urbanos se vincularon a amplias zonas rurales pues eran distritos o circunscripciones plurinominales —114 en total— en las que se elegían entre tres y ocho diputados, dependiendo de la población, de tal forma que los votos de las zonas rurales “ahogaban” los votos urbanos menos controlables por las redes caciquiles. [12]
Una cuarta reforma fue la aprobación en mayo de 1889 del Código Civil , que junto con el Código Penal de 1870 y el Código de Comercio de 1885, configuró definitivamente el «edificio jurídico del nuevo orden burgués», al sellar «en la esfera privada lo que la Constitución había establecido en la esfera pública». Incluía el derecho civil foral y respetaba el derecho canónico respecto del matrimonio. [17]
Sin embargo, el gobierno fracasó en su intento de reformar el Ejército, cuya situación "era, en su conjunto, muy deficiente en comparación con otros ejércitos nacionales" porque "más que como una institución diseñada para la guerra, estaba organizada para tareas de guarnición y orden público , con tropas pobremente dotadas, con reclutamientos forzosos, con un exceso de mandos y con una estructura organizativa inadecuada". La causa última del fracaso fue la autonomía de que gozaba el Ejército, que era el precio que había que pagar para que éste aceptara la sumisión al poder civil, de modo que "cualquier reforma debía abordarse con la aquiescencia de los mandos. Una tarea extremadamente delicada, pues la situación de hipertrofia, el exceso de oficiales, el pobre equipamiento y el espíritu de cuerpo, basado en una fuerte tradición de autoreclutamiento, habían hecho de las Fuerzas Armadas una realidad poco permeable a las exigencias y controles externos". Así, el proyecto de ley presentado por el ministro de la Guerra, general Manuel Cassola , en junio de 1887 no fue aprobado por las Cortes debido a la fuerte oposición que encontró entre los conservadores, empezando por el propio Cánovas, y entre los militares tanto conservadores como liberales. Uno de los temas más controvertidos fue la propuesta de establecer el servicio militar obligatorio sin redenciones ni sustituciones, que permitía a los hijos de familias adineradas no ingresar en las filas si pagaban una determinada cantidad de dinero o enviaban un sustituto en su lugar. En junio de 1888, el general Cassola dimitió y el gobierno optó por imponer por decreto las partes menos controvertidas de la ley que no habían sido impugnadas por las Cortes: "abolía los grados honorarios, los empleos superiores al efectivo, la movilidad entre las armas con excepción de algunos cuerpos especiales; establecía el ascenso por antigüedad en tiempo de paz y la posibilidad en tiempo de guerra de cambiar voluntariamente el ascenso por méritos con medalla". [18]
Debido a la lentitud del proceso de industrialización, la clase obrera industrial siguió constituyendo una minoría dentro de las clases obreras urbanas —y siguió concentrándose fundamentalmente en Cataluña y en las zonas mineras de Vizcaya y Asturias—. En la industria, o en las minas, el trabajo era duro y largo. Hacia 1900 la jornada media de trabajo era de 10-11 horas con un salario medio de entre 3 y 4 pesetas diarias en fábricas y talleres, de 3,25 a 5 pesetas en las minas, y de 2,5 pesetas en la construcción. [19] En cuanto a la clase obrera agrícola —o «proletariado rural»— los bajos salarios seguían rentabilizando las explotaciones, por lo que los jornaleros seguían constituyendo el sector de las clases rurales que vivía en peores condiciones. Sus salarios estaban muy por debajo de los de los obreros industriales —hacia 1900 eran de 1 a 1,5 pesetas diarias— y no trabajaban todo el año. La situación era especialmente escandalosa en el caso de los jornaleros de Andalucía y Extremadura: "las ganancias obtenidas por el trabajo a destajo de todos los miembros de la familia, de sol a sol, durante más de 16 horas diarias [en verano], durante la recogida de las mieses, el aclareo de los olivos y la recolección de las aceitunas; o la vendimia, no alcanzaban para asegurar ni siquiera el sustento suficiente para todo el año, cuando el trabajo era sólo esporádico". [19]
La aprobación de la ley de asociaciones fortaleció a las organizaciones obreras que se habían formado al amparo de la liberalización política puesta en marcha por el primer gobierno de Sagasta de 1881-1883 y que les había permitido actuar dentro de la legalidad. Fue el caso de la anarcosindicalista Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) fundada en Barcelona en septiembre de 1881 y que alcanzó casi 60.000 afiliados agrupados en 218 federaciones, en su mayoría jornaleros andaluces y obreros industriales catalanes. Sin embargo, la FTRE se disolvió en 1888 cuando se impuso el sector del anarquismo que criticaba la existencia de una organización pública, legal y de dimensión sindicalista y que, por el contrario, defendía el “ espontaneísmo ” —ya que cualquier tipo de organización limitaba la autonomía individual y podía “distraer” a sus componentes del objetivo básico, la revolución, además de favorecer a su “burguesía”— y la vía “ insurreccionalista ” —el levantamiento de los obreros pondría fin a la sociedad capitalista—. Frente a ello, la tendencia “sindicalista” propugnaba el fortalecimiento de la organización para arrancar a los patrones mejores salarios y condiciones de trabajo mediante la huelga y otras formas de lucha. Al triunfo de la tendencia "espontaneísta" e "insurreccionalista" contribuyó la brutal represión desatada por el gobierno contra los anarquistas andaluces a raíz de los asesinatos y robos atribuidos en 1883 a la " Mano Negra ", una misteriosa organización anarquista supuestamente clandestina que nada tenía que ver con la FTRE. Aunque el movimiento anarquista siguió estando presente a través de publicaciones e iniciativas educativas, la disolución de la FTRE abrió "el camino al predominio de acciones individuales de carácter terrorista , a la propaganda del hecho que proliferaría en la década siguiente". [20]
Por su parte, los socialistas, que en mayo de 1879 habían fundado el Partido Socialista Obrero Español —cuyo objetivo era, como rezaba su periódico El Socialista , «procurar la organización de la clase obrera en un partido político, distinto y opuesto a todos los de la burguesía»—, convocaron un Congreso Obrero que se celebró en Barcelona en agosto de 1888, del que nació la Unión General de Trabajadores (UGT), con Antonio García Quejido como su primer presidente. Diez días después, también en Barcelona, se celebró el I Congreso del PSOE, que aprobó el que sería conocido como el programa máximo del partido y ratificó a Pablo Iglesias como su presidente. [21]
Integrado en la Segunda Internacional , el PSOE celebró su Jornada Laboral el domingo 4 de mayo de 1890 para reclamar la jornada laboral de ocho horas, además de la prohibición del trabajo a los menores de 14 años, la reducción de la jornada a 6 horas para los jóvenes de ambos sexos entre 14 y 18 años, la abolición del trabajo nocturno, y la prohibición del trabajo de las mujeres en todas las ramas de la industria «que afectaban particularmente al organismo femenino». «El Socialista» publicó: [22]
Hoy los obreros pueden hacer sentir pacíficamente su fuerza... sobre la clase privilegiada. Mañana, cuando la organización del proletariado esté completa y la burguesía no quiera ceder ante la razón que la asiste y el poder que la acompaña, habrá llegado el momento de proceder de manera revolucionaria.
Sin embargo, a diferencia de las organizaciones anarquistas, el crecimiento del PSOE y de su sindicato UGT fue muy lento y nunca consiguió arraigar en Andalucía ni en Cataluña. En la última década del siglo XIX sólo habían conseguido implantarse plenamente entre los mineros de Vizcaya, gracias a la labor de Facundo Perezagua , y de Asturias. "De la debilidad socialista da una idea el escaso número de votos obtenidos en las elecciones de 1891 : poco más de 1.000 en Madrid; y unos 5.000 en toda España. Hasta 1910, presentándose en solitario, el PSOE nunca obtuvo más de 30.000 votos en todo el país; y no obtuvo ningún diputado". [22]
Junto al limitado proceso de industrialización en España, el lento crecimiento de las organizaciones obreras se debió a que el republicanismo seguía constituyendo un marco básico de referencia política para los sectores obreros y populares. Lo que separaba básicamente al republicanismo de las dos tendencias obreras —anarquismo y socialismo— era que los republicanos no cuestionaban los fundamentos de la sociedad capitalista , pues no eran organizaciones exclusivamente obreras sino que eran partidos «interclasistas», y por tanto propugnaban únicamente su reforma con medidas como «el fomento del cooperativismo, la constitución de jurados mixtos [para dirimir conflictos entre empresarios y obreros], la concesión de crédito barato a los campesinos o el reparto de algunas tierras, y, en algunos casos, medidas intervencionistas por parte del Estado, como la reducción por ley de la jornada de trabajo o la regulación de las condiciones en que ésta se realizaba». [23]
Desde el mundo católico se intentó crear un movimiento obrero con esta significación confesional a raíz de la publicación en 1891 de la encíclica papal « Rerum novarum » que alentaba iniciativas en el campo social. En España surgieron los Círculos Católicos de Obreros , promovidos por el jesuita Antonio Vicent, así como las asociaciones profesionales de carácter mixto, de obreros y empresarios. [24]
No, señores, no; las naciones son obra de Dios o, si algunos o muchos de vosotros lo preferís, de la naturaleza. Todos estamos convencidos desde hace mucho tiempo de que las asociaciones humanas no son contratos, como se pretendía antaño; pactos de quienes, libremente y a toda hora, pueden hacer o deshacer la voluntad de las partes. [...] No hay voluntad, individual o colectiva, que tenga derecho a aniquilar la naturaleza ni a privar, por tanto, de vida a la nacionalidad misma, que es la más alta, y hasta la más necesaria, al fin y al cabo, de las asociaciones humanas permanentes. Nunca hay derecho, no, ni en los muchos ni en los pocos, ni en los más ni en los menos, contra la patria.
Que la patria es... para nosotros tan sagrada como nuestro propio cuerpo y más, como nuestra propia familia y más... Conservemos, pues, lo nuestro, señores; conservemos también nuestro propio ser español...
Entre nosotros, felizmente, el hombre permanece todavía, como he dicho; el español, si no curado todavía de defectos, conserva las cualidades de siempre; el territorio puede decirse intacto, con una deplorable excepción... y nada en fin nos falta para poder vivir con honor sin esforzarnos realmente... porque ¿qué español, al fin y al cabo, qué reunión de españoles puede oír algo que no conoce, que no siente, a lo que no aspira, con sólo sentir vibrar cerca el dulce nombre de la patria...
— Antonio Cánovas del Castillo , Concepto de nación , Ateneo de Madrid, 6 de noviembre de 1882.
Tras el fracaso de la experiencia federal de la Primera República Española y la derrota del carlismo , durante la Restauración se consolidó el Estado centralista, basado en el férreo control de la administración provincial y local por parte del gobierno —incluido el País Vasco, cuyos fueros fueron abolidos definitivamente en 1876—. Asimismo, durante este periodo continuó el proceso de construcción de la nación española , pero desde su versión más conservadora, pues la idea de España no se centraba en la libre voluntad de sus ciudadanos —la nación política— sino en su «ser», vinculado a su legado histórico —con el catolicismo y la lengua castellana como elementos principales—. Los máximos exponentes de esta concepción orquánico-historicista de la « nación española », que se oponía a la concepción liberal y republicana de la nación política, fueron Marcelino Menéndez y Pelayo , Juan Vázquez de Mella y el propio fundador del régimen político de la Restauración, Antonio Cánovas del Castillo . [25] Según esta concepción, España era “un organismo histórico de sustancia etnocultural básicamente castellana, que se fue generando a lo largo de los siglos y que es, por tanto, una realidad objetiva e irreversible”. [26]
Sin embargo, pese al fortalecimiento del centralismo en la organización del Estado, el proceso de construcción nacional español fue menos intenso que en otros países europeos, debido a la debilidad del propio Estado. Así, ni la escuela ni el servicio militar obligatorio cumplieron la función «nacionalizadora» que tuvieron, por ejemplo, en Francia, donde la identidad francesa eliminó las identidades «regionales» y «locales». Así, mientras en Francia se impuso el francés como lengua única y el resto de lenguas —llamadas despectivamente «dialectos»— dejaron de hablarse o su uso se consideró un signo de «incultura», en España las lenguas distintas del español —catalán , gallego y vasco— se mantuvieron en sus respectivos territorios, especialmente entre las clases populares. [24]
El proceso «nacionalizador» español se vio también obstaculizado por la exclusión de la participación política no sólo de las tendencias políticas distintas de los dos partidos dinásticos, sino también de la gran mayoría de la población. Otro freno, sobre todo entre los trabajadores, fue el desarrollo de organizaciones socialistas y anarquistas, que defendían el internacionalismo, no el nacionalismo. [27] Sin embargo, al menos en las ciudades, el nacionalismo español sí avanzó. Así lo demostraron las muestras de exaltación nacionalista en 1883 —como muestra de apoyo al rey Alfonso XII a su regreso de un viaje a Francia donde había recibido una acogida hostil por sus manifestaciones proalemanas—, 1885 —con motivo del conflicto con Alemania por las islas Carolinas— , en 1890 —en torno a Isaac Peral y su invención del submarino con propulsión eléctrica— o en 1893 —con motivo de la guerra de Margallo en las cercanías de Melilla— . [24]
El débil proceso de construcción nacional fue a la vez causa y efecto de la expansión del regionalismo en los años ochenta. A partir de entonces, la oposición al Estado centralista ya no fue exclusiva de carlistas y federalistas, sino que ahora la profesaban también quienes se sentían pertenecientes a patrias diferentes, sobre todo en Cataluña, País Vasco y Galicia, que por el momento se denominaban regiones, o en el mejor de los casos, nacionalidades. Pero algunos ya se atrevían a decir que España no era una nación sino sólo un Estado formado por varias naciones. Fue así como apareció un nuevo fenómeno, que daría lugar a lo que más tarde se llamaría cuestión regional , y que provocó una reacción inmediata del nacionalismo español. «Buena parte de la prensa, en Madrid y en provincias, empezó a ver con recelo, cuando no con abierta hostilidad, incluso las actividades culturales regionalistas y sus peticiones de cooficialización de las lenguas no españolas, una pretensión que más de uno acusó de « separatismo encubierto ». [28]
En Cataluña, tras el fracaso del Sexenio , un sector del republicanismo federal encabezado por Valentí Almirall dio un giro catalanista y rompió con el grueso del Partido Federal, liderado por Pi i Margall . En 1879 Almirall fundó el Diari Català , que aunque tuvo una vida corta —cerró en 1881— fue el primer periódico escrito íntegramente en catalán . [29] Al año siguiente convocó el Primer Congreso Catalán, que en 1882 dio origen al Centre Català , primera organización catalanista de clara vocación reivindicativa, aunque no fue concebida como un partido político sino como una organización de difusión del nacionalismo catalán y de presión al gobierno. En 1885 se presentó al rey Alfonso XII un Memorial de greuges , denunciando los tratados comerciales que se iban a firmar y las propuestas de unificación del Código civil ; En 1886 se organizó una campaña contra el acuerdo comercial que se negociaba con Gran Bretaña, que culminó con un mitin en el teatro Novedades de Barcelona que reunió a más de cuatro mil personas; y en 1888 otra en defensa del derecho civil catalán , campaña que consiguió su objetivo —«la primera victoria del catalanismo», como la llamó un cronista—. [30]
En 1886, Almirall publicó su obra fundamental Lo catalanisme , en la que defendía el «particularismo» catalán y la necesidad de reconocer «las personalidades de las diferentes regiones en que la historia, la geografía y el carácter de los habitantes han dividido la península». Este libro constituyó la primera formulación coherente y abarcadora del «regionalismo» catalán y tuvo una notable repercusión —décadas después Almirall fue considerado el fundador del nacionalismo catalán— . Según Almirall, «el Estado estaba formado por dos comunidades básicas: la catalana (positivista, analítica, igualitaria y democrática) y la castellana (idealista, abstracta, generalizadora y dominadora), de modo que «la única posibilidad de democratizar y modernizar España era ceder la división política del anquilosado centro a la periferia más desarrollada para formar «una confederación o Estado compuesto», o una estructura dual similar a la de Austria-Hungría ». [29]
Fue durante esos mismos años 1880 cuando empezó la difusión de los símbolos del nacionalismo catalán , la mayoría de los cuales no tuvieron que ser inventados, sino que ya existían antes de su nacionalización : la bandera —les quatre barres de sang , 1880—, el himno —Els Segadors , 1882—, el día de la patria —l'11 de setembre , 1886—, el baile nacional —la sardana , 1892—, los dos santos patrones de Cataluña —Sant Jordi , 1885, y la Virgen de Montserrat , 1881—. [31]
En 1887 el Centre Català vivió una crisis a raíz de la ruptura entre las dos corrientes que lo integraban, una más izquierdista y federalista liderada por Almirall, y otra más catalanista y conservadora, agrupada en torno al periódico La Renaixença , fundado en 1881. Los miembros de esta segunda corriente abandonaron el Centre Catalá en noviembre para fundar la Lliga de Catalunya, a la que se incorporó el Centre Escolar Catalanista, una asociación de estudiantes universitarios en la que se encontraban los futuros líderes del nacionalismo catalán: Enric Prat de la Riba , Francesc Cambó y Josep Puig i Cadafalch . A partir de ese momento, la hegemonía catalanista pasó del Centre Català a la Lliga, que durante los Juegos Florales de 1888 presentó un segundo memorial de greuges a la reina regente en el que, entre otras cosas, pedía «que la nación catalana recupere sus Cortes generales libres e independientes», el servicio militar voluntario, «la lengua catalana oficial en Cataluña», la enseñanza en catalán, un tribunal supremo catalán y que el rey jurara «en Cataluña sus constituciones fundamentales». [32]
La oposición a la abolición definitiva de los fueros vascos en 1876, tras finalizar la Tercera Guerra Carlista , fue el motor del desarrollo del regionalismo en el País Vasco. El presidente del gobierno Cánovas del Castillo había intentado alcanzar un acuerdo sobre el «arreglo foral» con los fueros liberales que estaba pendiente desde la aprobación de la ley de Confirmación de los Fueros de 1839, pero al no conseguirlo acabó imponiéndolo mediante una ley que fue aprobada por las Cortes el 21 de julio de 1876, considerada como la que abolía los fueros vascos, pero que en realidad se limitaba a suprimir las exenciones fiscales y militares de las que habían disfrutado hasta entonces Álava , Guipúzcoa y Vizcaya , por ser incompatibles con el principio de «unidad constitucional» —acababa de aprobarse la nueva Constitución de 1876— . Sin embargo, Cánovas quería llegar a un acuerdo con los fueristas «comprometidos», que contribuyese a la pacificación completa del País Vasco, por lo que consiguió que la ley incluyera la autorización al gobierno para llevar a cabo la reforma del resto del antiguo régimen foral —con el apoyo de las provincias afectadas— , lo que se materializó dos años después en los decretos del régimen de Conciertos Económicos de 1878, que implicaban la autonomía fiscal del País Vasco —las tres diputaciones vascas recaudarían los impuestos y entregarían una parte de ellos [el «cuota»] a la Hacienda central— de la que ya disfrutaba Navarra. [33]
El acuerdo alcanzado con los «concertantes» fue rechazado por los fueristas «intransigentes» que no estaban satisfechos con los acuerdos económicos. Así surgieron la Asociación Euskara de Navarra, fundada en Pamplona en 1877 y cuya figura más destacada fue Arturo Campión, y la Sociedad Euskalerria de Bilbao, fundada en 1880 con Fidel Sagarmínaga como presidente. Los euskaros navarros propugnaban la formación de un bloque fuerista vasco-navarro por encima de la división entre carlistas y liberales, y adoptaron como lema Dios y Fueros , el mismo que el de los euskalerriacs bilbaínos , que al igual que los euskaros también defendían la unión vasco-navarra. [34]
En Galicia entre 1885 y 1890 y en paralelo a lo que sucedía en Cataluña, el provincialismo , que había nacido en la década de 1840 en las filas del progresismo y que basaba el particularismo de Galicia en el supuesto origen celta de su población, al que se añadían una lengua y cultura propias —revalorizadas con el Rexurdimento— , se transformó en regionalismo. Hacia esta postura de defensa de los «intereses generales de Galicia» y de una «política gallega» confluyeron personas de distintos ámbitos, lo que dio lugar a la existencia de tres tendencias en este incipiente galleguismo : una liberal, heredera directa del provincialismo progresista , y cuyo ideólogo principal fue Manuel Murguía ; otra federalista, de menor peso; y una tercera tradicionalista encabezada por Alfredo Brañas. Estas tres tendencias confluirían a principios de la década siguiente en la creación de la primera organización del galleguismo, la Asociación Regionalista Galega , que sin embargo desarrolló escasa actividad política durante los escasos años que duró (1890-1893) debido sobre todo a la tensión existente entre tradicionalistas y liberales, especialmente aguda en Santiago de Compostela . [35]
A mediados de la década de 1880 se dejaron sentir en España los efectos de la «depresión agraria» europea, iniciada a mediados de la década anterior y caracterizada por una caída de la producción y de los precios debido a la llegada de productos agrícolas procedentes de los «nuevos países» —Argentina , Estados Unidos, Canadá, Australia— con menores costes de producción y cuyos costes de transporte se habían reducido considerablemente gracias a los avances en la navegación a vapor . La «depresión agraria» afectó sobre todo al sector cerealista, concentrado en Castilla , ya que se redujeron las exportaciones, aunque también afectó a otros sectores como la remolacha azucarera o la carne —por ejemplo, la ganadería gallega perdió sus mercados exteriores en Gran Bretaña—. [36]
Como consecuencia de la crisis agraria, los salarios de los jornaleros se estancaron —entre 1870 y 1890, el salario medio fue de una peseta diaria para el trabajo ordinario y algo más durante la recolección de las cosechas, muy por debajo de los salarios agrícolas europeos— y muchos pequeños propietarios y arrendatarios se declararon en quiebra, optando muchos de ellos por emigrar. [37] Así, de las 725.000 personas que emigraron entre 1891 y 1900 a Sudamérica —sobre todo a Argentina, Uruguay y Brasil, además de Cuba— el 65% eran agricultores. La media anual de emigrantes en el periodo 1882-1889 fue de 62.305 y de 59.072 entre 1890 y 1903. [38]
Los propietarios cerealistas castellanos, especialmente los cultivadores de trigo, formaron en 1887 la Liga Agraria para presionar al gobierno para que adoptase medidas proteccionistas , que ya habían sido pactadas por otros países europeos, y reservase el mercado interior a los cereales autóctonos, aun a costa de los consumidores que tendrían que soportar precios más altos y dedicar una mayor parte de sus ingresos a la compra de alimentos, lo que a la larga supondría un freno a la industrialización. A la campaña proteccionista se sumaron los industriales textiles catalanes, muy afectados por la depresión agraria porque estaba provocando una caída de sus ventas. Se formó así un frente común castellano-catalán, que se formalizó con la celebración en Barcelona en 1888 del Congreso Económico Nacional —en la década siguiente se sumarían al mismo las patronales metalúrgicas vascas—. Ese mismo año se celebró una multitudinaria manifestación y asamblea en Valladolid , a la que siguieron otras en Sevilla , Guadalajara , Tarragona y Borges Blanques (Lérida). Y en enero de 1889 la Liga Agraria celebró su II Asamblea. [39]
Al frente de la Liga Agraria se encontraba Germán Gamazo , ministro de Ultramar en el gobierno de Sagasta, aunque sus acciones respondían más a los intereses de la facción de amigos políticos que él encabezaba, que a la presión de los terratenientes agrarios agrupados en la Liga. [40] Esto es lo que explica que los "gamacistas" no apoyaran el movimiento proteccionista hasta el verano de 1888 —pese a que había comenzado mucho antes— utilizándolo en la operación política de acoso a Sagasta por parte de diversas facciones liberales, y que le pusieran freno cuando en el verano del año siguiente buscaron un acuerdo con Sagasta. [41]
Así la pugna proteccionismo-librecambismo provocó tensiones en el seno del gobierno de Sagasta, pues la mayoría de sus miembros, encabezados por Segismundo Moret, Ministro de Estado, aún leales a la política proteccionista, se mantenían fieles a la política librecambista que tradicionalmente habían mantenido los liberales —de hecho había sido el primer gobierno de Sagasta el que en 1881 había levantado la suspensión de la Base Quinta de la reforma arancelaria de Laureano Figuerola aprobada en 1869 durante el Sexenio Democrático , que establecía el desmantelamiento progresivo de todas las barreras arancelarias. [42] [43] Sin embargo, los liberales fueron revisando paulatinamente sus propuestas librecambistas, empezando por el propio Moret, hasta adoptar una «tercera vía pragmática» que consistía en no aumentar los aranceles y al mismo tiempo no aplicar las rebajas arancelarias previstas en la Base Quinta del arancel de Figuerola. [44]
La primera mitad de la última década del siglo XIX fue el período de «plenitud» del régimen político de la Restauración instaurado por Antonio Cánovas del Castillo tras el Sexenio Democrático . Tras estos cinco años de relativa estabilidad, durante los cuales se normalizó el giro entre conservadores y liberales, el régimen tuvo que hacer frente a «varios problemas que no estaban en su agenda política : la cuestión obrera, la cristalización de un nacionalismo periférico y, finalmente, la propia cuestión colonial , que desembocó en la guerra de emancipación cubana , primero, y en la guerra hispanoamericana , cuya derrota marcó la crisis final del siglo, más tarde». [45]
Una vez completado su programa de reformas con la aprobación del sufragio universal (masculino), Sagasta sucedió a Cánovas del Castillo, que formó gobierno en julio de 1890, sólo unos días después de que la ley fuera votada en las Cortes. Al parecer, la razón inmediata del cambio fue la amenaza a Sagasta por parte de Francisco Romero Robledo de hacer públicos ciertos documentos sobre la concesión de un ferrocarril en Cuba, en los que estaba implicada su esposa —"un potentado cubano pagó más de 40.000 pesetas oro por los documentos que, meses después, fueron destruidos por Moret"—. El escándalo de la Cárcel Modelo de Madrid —en manos de los liberales, así como del Ayuntamiento de la capital— también influyó al conocerse, a raíz de las investigaciones realizadas con motivo del crimen de la calle Fuencarral , que los presos entraban y salían libremente de la prisión —el diputado conservador Francisco Silvela acusó al Gobierno de no conseguir «hacer obligatorias las cárceles para aquellos presos que tuvieran recursos para tener un abono telefónico»—. [46]
El nuevo gobierno no modificó las reformas introducidas por los liberales, como lo confirma el Mensaje del Regente en la inauguración de las Cortes elegidas en 1891: «El gobierno no piensa someter a vuestra consideración ninguna de las reformas políticas y jurídicas que, llevadas a cabo durante los primeros días de la Regencia, constituyen un estado de derecho digno de respeto». [46]
De esta forma, según Suárez Cortina, «quedó así sellado un rasgo básico del sistema canovista: los avances liberales fueron respetados por el conservadurismo, de modo que el régimen se consolidó sobre la base de un equilibrio entre conservación y progreso». [47] Por ello fue el gobierno de Cánovas quien presidió las primeras elecciones por sufragio universal celebradas en febrero de 1891, en las que volvió a ponerse en marcha la maquinaria del fraude y los conservadores obtuvieron una amplia mayoría en el Congreso de los Diputados (253 escaños, frente a los 74 de los liberales, y los 31 de los republicanos). [48] Cánovas ya había manifestado que no le asustaba «el manejo práctico» del sufragio universal pese a que el número de electores aumentó de 800.000 a 4.800.000. [49]
El gobierno de Cánovas del Castillo anunció que, una vez concluidas las reformas políticas y jurídicas, iba a dar preferencia a las cuestiones económicas y sociales «desarrollando un régimen de protección eficaz para todas las ramas del trabajo», con especial atención a «todo lo concerniente a los intereses de la clase obrera», aunque en este último punto no se avanzó debido a la oposición con que se toparon los intentos de aprobar las primeras leyes sociales, incluso dentro de las filas del propio partido conservador. [16] Así, por ejemplo, el diputado Alberto Bosch y Fustegueras , de la facción de Romero Robledo, se manifestó en contra de limitar la jornada laboral de las mujeres y los niños con el siguiente argumento: [12]
Limitar el trabajo es la más odiosa y la más extraña de las tiranías; limitar el trabajo del niño es obstaculizar la educación y el aprendizaje tecnológico; limitar el trabajo de la mujer... es incluso impedir a la madre hacer el más hermoso de los sacrificios... el sacrificio indispensable en algunas ocasiones para mantener el hogar de la familia.
Cuando a finales de 1890 el presidente Cánovas del Castillo habló en el Ateneo de Madrid de la necesidad de la intervención del Estado para resolver la cuestión social , alegando la insuficiencia de las actitudes morales —la caridad de los ricos y la resignación de los pobres—, el erudito católico tradicionalista Juan Manuel Ortí y Lara le acusó de «caer en el abismo del socialismo , violando los principios de justicia, que consagran el derecho a la propiedad», y a continuación elogió «el oficio de la mendicidad, [que] no repugna a la religión; al contrario, la religión lo ha sancionado... y lo ennoblece. [...] El espectáculo de la mendicidad... [alienta] el espíritu cristiano». [50]
La medida más importante adoptada por el gobierno fue el llamado Arancel Cánovas de 1891, que derogaba el tratado librecambista Arancel Figuerola de 1869 y establecía fuertes medidas proteccionistas para la economía española, que se complementaron con la aprobación al año siguiente de la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas. Con este arancel el gobierno satisfacía las demandas de determinados sectores económicos —agricultura cerealista castellana; textiles catalanes— además de sumarse a la corriente internacional a favor del proteccionismo en detrimento del librecambismo. [51] Cánovas explicó el abandono del librecambismo en un panfleto titulado De cómo he venido yo a ser doctrinalmente proteccionista en el que lo justificaba más por razones nacionalistas españolas que económicas. [50]
En 1892, año en el que el gobierno de Cánovas organizó los actos de celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América, se produjeron dos hechos de gran trascendencia para el futuro: la aprobación por parte de la recién creada Unió Catalanista , primera organización plenamente política del nacionalismo catalán , de las Bases de Manresa , documento fundacional del catalanismo político ; y la publicación del libro de Sabino Arana Bizkaya por su independencia , documento fundacional del nacionalismo vasco . [51]
En 1891 la Lliga de Catalunya propuso la formación de la Unió Catalanista , que obtuvo inmediatamente el apoyo de organizaciones y periódicos catalanistas, y también de particulares —a diferencia de lo que había ocurrido cuatro años antes con el fracasado Gran Consell Regional Català propuesto por Bernat Torroja, presidente de la Associació Catalanista de Reus , que pretendía agrupar a los presidentes de organizaciones catalanistas y a los redactores de periódicos afines—. En marzo de 1892 la Unió celebró su primera asamblea en Manresa , a la que asistieron 250 delegados en representación de unas 160 localidades, donde se aprobaron las Bases per a la Constitució Regional Catalana , más conocidas como Bases de Manresa , que suelen considerarse el «documento fundacional del catalanismo político », al menos del de raíz conservadora. [52]
"Las Bases son un proyecto autonomista, nada independentista, de carácter tradicional y corporativista. Estructuradas en diecisiete artículos, abogan por la posibilidad de modernización del derecho civil, la oficialidad exclusiva del catalán, la reserva a los autóctonos de los cargos públicos, incluidos los militares, la comarca como entidad administrativa básica, la soberanía interna exclusiva, tribunales de elección corporativa, un tribunal superior de última instancia, la ampliación de los poderes municipales, el servicio militar voluntario, un cuerpo de orden público y moneda propia, y una educación sensible a la especificidad catalana". [53]
Vizcaya vivía libre e independiente del poder extranjero, gobernándose y legislándose a sí misma; como nación aparte, como Estado constituido, y vosotros, cansados de ser libres, os habéis sometido a la dominación extranjera, os habéis sometido al poder extranjero, tenéis vuestra patria como región de un país extranjero y habéis renunciado a vuestra nacionalidad para aceptar la extranjera.
Vuestros usos y costumbres eran dignos de la nobleza, virtud y virilidad de vuestro pueblo, y vosotros, degenerados y corrompidos por la influencia española, o los habéis adulterado completamente, afeminado o embrutecido. Vuestra raza... era la que constituía vuestra Patria Bizkaya; y vosotros, sin un ápice de dignidad y sin respeto a vuestros padres, habéis mezclado vuestra sangre con la sangre española o maketa; os habéis hermanado o confundido con la raza más vil y despreciable de Europa. Poseías una lengua más antigua que cuantas se conocían... y hoy la desprecias sin pudor y aceptas en su lugar la lengua de un pueblo rudo y degradado, la lengua del mismo opresor de tu patria.
—Sabino Arara, Bizkaitarra, 1894.
En 1892 Sabino Arana Goiri publica el libro Bizkaya por su independencia , que supone el documento fundacional del nacionalismo vasco . Arana nació en 1865 en el elizabeth de Abando —que acabaría anexionado a Bilbao a finales del siglo XIX— en el seno de una familia burguesa, católica y carlista. El Domingo de Pascua de 1882, cuando tenía 17 años, se produjo su «conversión» del carlismo al nacionalismo bizkaitarra gracias a que su hermano Luis Arana le convenció —hecho que en 1932, cuando se cumplieron 50 años, el PNV celebró como primer Aberri Eguna o Día de la Patria Vasca—. «A partir de entonces Sabino se dedicó al estudio de la lengua vasca (que desconocía, pues el castellano era la lengua de su familia), de la historia y de la ley (los Fueros) de Bizkaia, que le ratificó en la revelación de su hermano Luis: Bizkaia no era España». [54]
Su doctrina política quedó concretada en junio del año siguiente en su discurso de Larrazábal, pronunciado ante un grupo de « euskalerriacos » fueristas encabezados por Ramón de la Sota . En él explicó que el objetivo político del libro Bizcaya por su independencia era despertar la conciencia nacional de los vizcaínos, pues España no era su patria sino Vizcaya, y adoptó el lema Jaun-Goikua eta Lagi-Zarra (JEL, 'Dios y Ley Vieja'), síntesis de su programa nacionalista. Ese mismo año de 1893 comenzó a editar el periódico Bizkaitarra en el que se declaraba «antiliberal» y «antiespañol» —por esto último, por lo que sostenía ideas muy radicales, pasó medio año en la cárcel y el periódico fue suspendido—. En 1894, Arana fundó el Euskeldun Batzokija , el primer batzoki, un centro nacionalista y integrista católico muy cerrado, ya que sólo contaba con un centenar de miembros debido a las rígidas condiciones de admisión. También fue clausurado por el gobierno, pero fue el embrión del Partido Nacionalista Vasco ( Eusko Alderdi JELtzalea , EAJ-PNV) fundado clandestinamente el 31 de julio de 1895 —festividad de san Ignacio de Loyola , al que Arana admiraba—. Dos años después, Arana adoptó el neologismo Euskadi —país de los euzkos o vascos de raza—, ya que no le gustaba el nombre tradicional de Euskalerria —gente que habla euskera— . [54]
La propuesta nacionalista vasca de Sabino Arana se basaba en las siguientes ideas: [55]
En el gobierno conservador de Cánovas coexistieron dos tendencias opuestas del conservadurismo, representadas por Francisco Romero Robledo —que había regresado a las filas del Partido Conservador tras su fallida experiencia con el Partido Liberal-Reformista— y Francisco Silvela . El primero encarnaba «el predominio de las prácticas clientelistas , la manipulación electoral y el triunfo del pragmatismo más crudo », mientras que el segundo representaba el « reformismo conservador », que pretendía «restablecer el prestigio de la ley y cortar de raíz todo abuso, toda infracción». El presidente Cánovas del Castillo se inclinó por el «pragmatismo» de Romero Robledo ante la nueva situación creada por la implantación del sufragio universal, por lo que Silvela abandonó el gobierno en noviembre de 1891 [48] y su salida provocó la mayor crisis interna de la historia del Partido Conservador .
En diciembre de 1892, un caso de corrupción en el Ayuntamiento de Madrid provocó una crisis en el gobierno de Cánovas, que el regente solucionó llamando de nuevo a Sagasta —en el debate que tuvo lugar en el Congreso se consumó la ruptura entre Cánovas y Silvela cuando este último mencionó la obligación de «aguantar al patrón», lo que motivó la airada respuesta del primero—. [56] Sagasta, siguiendo las costumbres del sistema canovista, consiguió el decreto de disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones para obtener una amplia mayoría que apoyara al nuevo gobierno. Las elecciones se celebraron en marzo de 1893 y, como era de esperar, supusieron un rotundo triunfo de los candidatos gubernamentalistas (los liberales obtuvieron 281 diputados, frente a los 61 de los conservadores —repartidos entre canovistas , 44, y silvelistas , 17— más 7 carlistas , 14 republicanos posibilistas y 33 republicanos unionistas . [57]
Sagasta formó un gobierno llamado de notables porque en él se incluían todos los jefes de facción del partido liberal, incluido el general López Domínguez que se reincorporó a sus filas, y los posibilistas republicanos de Emilio Castelar —a quien Cánovas obligó a abjurar públicamente de su fe republicana, por voz de Melchor Almagro—, y tuvo que esforzarse en conciliar las posiciones «derechistas» y «proteccionistas» de Germán Gamazo con las posiciones «izquierdistas» y «librecambistas» de Segismundo Moret . Gamazo, al frente de la cartera de Hacienda, se propuso lograr un presupuesto equilibrado, pero su proyecto se vio frustrado por el aumento del gasto provocado por la breve guerra de Margallo que tuvo lugar en torno a Melilla entre octubre de 1893 y abril de 1894. El motivo de la guerra fue el conflicto derivado de la construcción de un fuerte en una zona cercana a Sidi Guariach donde había una mezquita y un cementerio, lo que fue considerado por los rifeños como una profanación. Se produjeron duros combates, entre los que destacó el asedio del Fuerte de Cabrerizas Altas , rodeado por unos 1.000 hombres y con un saldo de 41 muertos y 121 heridos entre las fuerzas españolas. [58]
Por su parte, el ministro de Ultramar Antonio Maura , yerno de Gamazo, inició la reforma del régimen colonial y municipal de Filipinas para dotarlas de una mayor autonomía administrativa —pese a la oposición que suscitó entre ciertos sectores del nacionalismo español y de la Iglesia—, pero fracasó en su intento de hacer lo mismo en Cuba, porque la reforma le parecía demasiado avanzada a la Unión Constitucional Española , al tiempo que no satisfacía las aspiraciones del Partido Liberal Autonomista Cubano. El proyecto fue rechazado por el Parlamento, donde lo tildó de antipatriótico , e incluso se calificó al ministro Maura de filibustero , tonto y loco . Maura y su suegro Germán Gamazo dimitieron, abriéndose una grave crisis en el gobierno de Sagasta. [59]
Un grave problema al que tuvo que hacer frente el gobierno fue el del terrorismo anarquista de « propaganda por el hecho » justificado por sus partidarios como respuesta a la violencia de la sociedad burguesa y del Estado burgués, que hacía desesperada la vida de muchos trabajadores, así como una forma de réplica contra la brutal represión de la policía. Su principal escenario fue la ciudad de Barcelona. El primer atentado importante había tenido lugar en febrero de 1892 en la plaza Real de Barcelona, con el resultado de un trapero muerto y varias personas heridas. El primero con un objetivo marcadamente político tuvo lugar el 24 de septiembre de 1893, y estaba dirigido contra el general Arsenio Martínez Campos , capitán general de Cataluña y una de las figuras clave de la Restauración . Martínez Campos sólo resultó herido leve, pero una persona murió y otras resultaron heridas de diversa índole. El autor del atentado, el joven anarquista Paulino Pallás —que fue fusilado dos semanas después— lo justificó como una represalia por los incidentes ocurridos un año y medio antes en Jerez de la Frontera cuando, en la noche del 8 de enero de 1892, unos 500 campesinos intentaron tomar la ciudad para liberar a unos compañeros presos en la cárcel y murieron dos vecinos y uno de los asaltantes. Comenzó la represión indiscriminada de las organizaciones obreras andaluzas —cuatro obreros fueron ejecutados a causa de un consejo de guerra, y dieciséis más fueron condenados a cadena perpetua; todos ellos habían denunciado que sus confesiones habían sido obtenidas mediante torturas—. La venganza anunciada por Paulino Pallás poco antes de ser fusilado se cumplió tres semanas después, cuando el 7 de noviembre el anarquista Santiago Salvador lanzó dos bombas al patio de butacas del Teatro del Liceu de Barcelona, aunque sólo una explotó, matando a 22 personas e hiriendo a otras 35. [60]
Finalmente el gobierno cayó en marzo de 1895 porque Sagasta dimitió al negarse a aceptar la exigencia del general Martínez Campos de que los periodistas de dos periódicos cuyas redacciones habían sido asaltadas por un grupo de oficiales descontentos con las noticias que habían publicado, que consideraban injuriosas, fueran juzgados por tribunales militares. Cánovas volvió a la presidencia del gobierno. Un mes antes había comenzado la guerra en Cuba . [61]
En 1893 los musulmanes de Melilla se opusieron a la construcción del Fuerte de la Inmaculada Concepción en Sidi Guariach, y protagonizaron un ataque el 3 de octubre. Los 1.463 soldados de la guarnición melillense tuvieron que hacer frente a entre 8.000 y 10.000 musulmanes. [62] El ministro José López Domínguez envió como refuerzos, bajo el mando del general Ortega , un total de 350 soldados. [63] En el contraataque del 28 de octubre murió el gobernador Juan García Margallo en la puerta del fuerte de Cabrerizas Altas. Se envió una flota para apoyar a las tropas españolas con bombardeos navales. Posteriormente, se creó un ejército expedicionario en la península al mando del capitán general Arsenio Martínez Campos , de 20.000 hombres. [63] Estas tropas llegaron a Melilla el 29 de noviembre, produciendo un efecto disuasorio, y cesaron los combates. [62] Tras esto, España completó la construcción del fuerte. [63] El 5 de marzo de 1894, Martínez Campos firmó con el sultán el Tratado de Fez, en el que se comprometía a garantizar la paz en la región e indemnizaba a España con 20 millones de pesetas. [63]
La crisis de finales de siglo fue provocada por la Guerra de Independencia de Cuba , iniciada en febrero de 1895 y finalizada con la derrota española en la Guerra Hispano-americana de 1898. [64] Pero a nivel interno también jugó un papel importante el terrorismo anarquista, cuyo atentado de mayor repercusión tuvo lugar en Barcelona el 7 de junio de 1896, durante el paso de la procesión del Corpus Christi por la calle Canvis Nous en el que murieron en el acto seis personas, y otras cuarenta y dos resultaron heridas. La represión policial que siguió fue brutal e indiscriminada y dio lugar al famoso proceso de Montjuic , durante el cual 400 «sospechosos» fueron encarcelados en el castillo de Montjuic , donde fueron brutalmente torturados —«clavos arrancados, pies aplastados por prensas, cascos eléctricos, puros apagados en la piel...»—. [65] Después, varios consejos de guerra condenaron a muerte a 28 personas —cinco de las cuales fueron ejecutadas— y a cadena perpetua a otras 59 —63 fueron declaradas inocentes pero deportadas a Río de Oro—. [66] El juicio de Montjuic tuvo gran repercusión internacional, dadas las dudas sobre las pruebas en las que se habían basado las condenas —básicamente las confesiones de los acusados obtenidas bajo tortura—, al que siguió además una campaña de la prensa española contra el gobierno y los «verdugos», en la que destacó el joven periodista Alejandro Lerroux , director del diario republicano madrileño El País. Bajo el título Las infamias de Montjuïc , publicó durante meses los relatos de los torturados —además, Lerroux emprendió una gira propagandística por La Mancha y Andalucía—. En este ambiente exaltado de protestas contra los procesos de Montjuic, el 8 de agosto de 1897 se produjo el asesinato del presidente del gobierno Antonio Cánovas del Castillo por el anarquista italiano Michele Angiolillo . Práxedes Mateo Sagasta tuvo que hacerse cargo del gobierno. [67]
La política española respecto a Cuba tras la firma de la « paz del Zanjón » de 1878, que puso fin a la Guerra de los Diez Años , fue su asimilación a la metrópoli, como si fuera una provincia española más —se le concedió, como a Puerto Rico , el derecho a elegir diputados al Congreso en Madrid—. Esta política de españolización , que pretendía contrarrestar el nacionalismo secesionista cubano, se vio reforzada por las facilidades concedidas para la emigración de peninsulares a la isla, que fue especialmente aprovechada por gallegos y asturianos —entre 1868 y 1894 llegaron cerca de medio millón de personas, para una población total de 1.500.000 en 1868—. Pero los gobiernos de la Restauración nunca aprobaron la concesión de ningún tipo de autonomía política para la isla, pues consideraron que ese sería el paso previo a la independencia. Un ex ministro liberal de Territorios de Ultramar lo expresó así: "por muchos caminos se puede llegar a la separación, pero por el camino de la autonomía las enseñanzas de la historia me dicen que es por el ferrocarril". [68] Cuba era considerada "parte del territorio de la nación, que los políticos debían preservar en su integridad". [69]
De esta manera, se negaron a aceptar las propuestas del Partido Liberal Autonomista Cubano que, a diferencia de la Unión Constitucional Española , absolutamente opuesta a cualquier concesión, pretendía "obtener por medios pacíficos y legales unas instituciones políticas particulares para la isla, donde pudieran participar". Lo que sí lograron fue la abolición definitiva de la esclavitud en 1886. [70] Mientras tanto, el nacionalismo cubano por la independencia seguía creciendo, alimentado por el recuerdo de los héroes de la guerra y las brutalidades españolas de la misma. [71]
El último domingo de febrero de 1895, día en que comenzaba el carnaval , estalló en Cuba una nueva insurrección independentista, planificada y dirigida por el Partido Revolucionario Cubano , fundado por José Martí en Nueva York en 1892, que moriría al mes siguiente en un enfrentamiento con tropas españolas. El gobierno español reaccionó enviando a la isla un importante contingente militar —unos 220.000 soldados llegarían a Cuba en tres años—. [72] En enero de 1896, el general Valeriano Weyler relevó de su mando al general Arsenio Martínez Campos —que no había conseguido poner fin a la insurrección—, decidido a llevar la guerra «hasta el último hombre y la última peseta ». [73] “Con el nuevo Capitán General, la estrategia española cambió radicalmente. Weyler decidió que era necesario cortar el apoyo que los independentistas recibían de la sociedad cubana; y por ello ordenó que la población rural se concentrara en pueblos controlados por las fuerzas españolas; al mismo tiempo ordenó la destrucción de las cosechas y el ganado que pudieran servir de abastecimiento al enemigo. Estas medidas dieron buenos resultados desde el punto de vista militar, pero con un costo humano muy elevado. La población reconcentrada , sin condiciones sanitarias ni alimentación adecuada, comenzó a ser víctima de enfermedades y a morir en gran número. Por otra parte, muchos campesinos, sin nada que perder, se unieron al ejército insurgente”. Las brutales medidas aplicadas por Weyler causaron un gran impacto en la opinión pública internacional, especialmente en Estados Unidos. [74]
Mientras tanto, en 1896 comenzó otra insurrección independentista en el archipiélago filipino liderada por el Katipunan , una organización nacionalista filipina fundada en 1892. A diferencia de Cuba, la rebelión fue detenida en 1897, aunque el general Polavieja recurrió a métodos similares a los de Weyler —José Rizal , el principal intelectual nacionalista filipino, fue ejecutado—. [75] A mediados de 1897 el general Polavieja fue relevado de su mando por el general Fernando Primo de Rivera quien llegó a un pacto con los rebeldes a finales de año. [76]
El 8 de agosto de 1897, Cánovas fue asesinado, y Sagasta, el líder del Partido Liberal, tuvo que hacerse cargo del gobierno en octubre, tras un breve gabinete presidido por el general Marcelo Azcárraga Palmero . Una de las primeras decisiones que tomó fue destituir al general Weyler, cuya política de dureza no estaba dando resultados, y fue sustituido por el general Ramón Blanco y Erenas . Asimismo, en un último intento por reducir el apoyo a la insurrección, se concedió autonomía política a Cuba —también a Puerto Rico, que permaneció en paz—, pero llegó demasiado tarde y la guerra continuó. [77] Por otra parte, la política española en Cuba se concentró en satisfacer las demandas de Estados Unidos, con el objetivo de evitar la guerra a toda costa, pues los gobernantes españoles eran conscientes de la inferioridad naval y militar de España, aunque la prensa, por otra parte, desplegó una campaña antiamericana de exaltación española . [78]
Además de las razones geopolíticas y estratégicas, el interés norteamericano por Cuba —y por Puerto Rico— se debía a la creciente interdependencia de sus respectivas economías —inversiones de capital norteamericano; el 80% de las exportaciones cubanas de azúcar se dirigían ya a Estados Unidos— y también a la simpatía que la causa independentista cubana despertaba entre la opinión pública sobre todo después de que la prensa sensacionalista aireara la brutal represión ejercida por Weyler e iniciara una campaña antiespañola pidiendo la intervención del ejército norteamericano del lado de los insurrectos. De hecho, la ayuda norteamericana en armas y suministros canalizada a través de la Junta cubana presidida por Tomás Estrada Palma y la Liga Cubana "fue decisiva para impedir el sometimiento de las guerrillas cubanas", según Suárez Cortina. La posición estadounidense se radicalizó con el presidente republicano William McKinley , elegido en noviembre de 1896, quien descartó la solución autonomista admitida por su predecesor, el demócrata Grover Cleveland , y apostó claramente por la independencia de Cuba o la anexión —el embajador estadounidense en Madrid realizó una oferta de compra de la isla que fue rechazada por el gobierno español—. Así, la concesión de autonomía a Cuba aprobada por el gobierno de Sagasta —la primera experiencia de este tipo en la historia española contemporánea— no satisfizo en absoluto las pretensiones estadounidenses, ni las de los independentistas cubanos que continuaban la guerra. [79] Las relaciones entre EE. UU. y España empeoraron cuando la prensa estadounidense publicó una carta privada del embajador español Enrique Dupuy de Lome al ministro José Canalejas , interceptada por el espionaje cubano, en la que llamaba al presidente McKinley «débil y populista, y también un político que quiere... quedar bien con los patrioteros de su partido». [80]
En febrero de 1898, el acorazado estadounidense Maine se hundió en el puerto de La Habana donde se encontraba anclado a consecuencia de una explosión –murieron 264 marineros y dos oficiales– y dos meses después, el 19 de abril, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una resolución exigiendo la independencia de Cuba y autorizando al presidente McKinley a declarar la guerra a España, lo que hizo el 25 de abril. [81] La resolución del Congreso establecía "que el pueblo de la isla de Cuba es, y tiene derecho a ser, libre, y que es deber de los Estados Unidos solicitar, y por tanto el gobierno de los Estados Unidos solicita, que el gobierno español renuncie inmediatamente a su autoridad y gobierno sobre la isla de Cuba y retire de Cuba y de las aguas cubanas sus fuerzas terrestres y navales". [82] Las causas de la explosión del Maine son todavía desconocidas, aunque "los estudios actuales se inclinan a atribuirla a un accidente, lo que confirma la tesis esgrimida por la comisión española de que la explosión se debió a causas internas. El informe oficial norteamericano la atribuyó, por el contrario, a causas externas, y fue, en palabras del Mensaje de McKinley al Congreso, "una prueba patente y manifiesta de un estado de cosas intolerable en Cuba". [83]
La guerra hispanoamericana fue breve y se decidió en el mar. El 1 de mayo de 1898, la escuadra española en Filipinas fue hundida frente a las costas de Cavite por una flota estadounidense —y las tropas estadounidenses desembarcadas ocuparon Manila tres meses y medio después— y el 3 de julio le ocurrió lo mismo a la flota enviada a Cuba al mando del almirante Cervera frente a las costas de Santiago de Cuba —pocos días después Santiago de Cuba , la segunda ciudad en importancia de la isla, cayó en manos de las tropas estadounidenses que habían desembarcado—. Poco después, los estadounidenses ocuparon la vecina isla de Puerto Rico . [84] Hubo oficiales españoles en Cuba que manifestaron «la convicción de que el gobierno de Madrid tenía el propósito deliberado de hacer destruir la escuadra lo antes posible, a fin de lograr la paz rápidamente». [85]
Para colmo, algunas de las mejores unidades de la armada como el acorazado Pelayo o el crucero Carlos V no intervinieron en la guerra [86] pese a ser superiores a sus homólogos estadounidenses, aumentando entre algunos la sensación de que estaban asistiendo a una "demolición controlada" por parte del gobierno español de colonias ingobernables que se iban a perder más pronto que tarde para evitar que se derrumbara el régimen de la restauración (de hecho, las pocas posesiones que España conservó tras esta guerra fueron vendidas en 1899 a Alemania ). Finalmente, el gobierno español pidió en julio negociar la paz.
Tras conocerse el hundimiento de las dos flotas, el gobierno de Sagasta solicitó la mediación de Francia para iniciar las negociaciones de paz con Estados Unidos, que tras la firma del protocolo de Washington el 12 de agosto, comenzaron el 1 de octubre de 1898, y culminaron con la firma del Tratado de París el 10 de diciembre. [85] Por este Tratado, España reconocía la independencia de Cuba y cedía a Estados Unidos Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam , en el Archipiélago de las Marianas . Al año siguiente España vendió a Alemania por 25 millones de dólares los últimos restos de su imperio colonial en el Pacífico, las islas Carolinas , las Marianas —menos Guam— y Palaos . «Calificada de absurda e inútil por gran parte de la historiografía , la guerra contra EEUU se sustentaba en una lógica interna, en la idea de que no era posible mantener el régimen monárquico si no se basaba en una más que previsible derrota militar», afirma Suárez Cortina. [87] Un punto de vista compartido por Carlos Dardé: «Una vez iniciada la guerra, el gobierno español creyó que no tenía otra solución que luchar y perder. Pensó que la derrota —segura— era preferible a la revolución —también segura—». Conceder «la independencia a Cuba, sin ser derrotada militarmente... hubiera implicado en España, más que probablemente, un golpe de Estado militar con amplio apoyo popular, y la caída de la monarquía; es decir, la revolución». [88] Como dijo el jefe de la delegación española en las negociaciones de paz de París, el liberal Eugenio Montero Ríos : «Todo está perdido, menos la Monarquía». O como dijo el embajador estadounidense en Madrid: los políticos de los partidos dinásticos prefirieron «las probabilidades de una guerra, con la certeza de perder Cuba, al destronamiento de la monarquía». [89]
Tras la derrota, la exaltación patriótica nacionalista española dio paso a un sentimiento de frustración, acrecentado al conocerse el número total de muertos durante la guerra: unos 56.000 —2.150 soldados y oficiales muertos en combate, y 53.500, a causa de diversas enfermedades—. El historiador Melchor Fernández Almagro , que era un niño cuando terminó la guerra, se refería a los soldados heridos y mutilados que regresaban de la campaña colonial «recorriendo las calles y plazas en penoso e inevitable despliegue del uniforme de rayadillo reducido a harapos, con tétrica profusión de muletas, brazos en cabestrillo y parches en el rostro demacrado». [90]
Sin embargo, este sentimiento no tuvo traducción política ya que tanto carlistas como republicanos —con la excepción de Pi i Margall que mantuvo una postura anticolonialista— habían apoyado la guerra y se habían manifestado como nacionalistas, militaristas y colonialistas como los partidos de turno —sólo socialistas y anarquistas se mantuvieron fieles a su ideología internacionalista, anticolonialista y antibélica— y el régimen de la Restauración lograría superar la crisis. [91] [92]
En los años inmediatamente posteriores a la guerra cobró fuerza el regeneracionismo , una corriente de opinión que proponía la necesidad de «vivificar» —regenerar— la sociedad española para que no se repitiera el «desastre del 98». Esta corriente participó de lleno en la llamada literatura del Desastre , que ya había comenzado algunos años antes del 98 —Lucas Mallada había publicado Los males de la Patria en 1890— y que se proponía reflexionar sobre las causas que habían llevado a la situación de «postración» en la que se encontraba la Nación española —como lo demostraba el hecho de que España hubiera perdido sus colonias mientras el resto de los principales Estados europeos construían sus propios imperios coloniales— y sobre lo que había que hacer para superarla. Entre las numerosas obras publicadas figuraban El problema nacional (1899) de Ricardo Macías Picavea , Del desastre nacional y sus causas (1900) de Damián Isern y ¿El pueblo español ha muerto? (1903) del Doctor Madrazo . En este debate sobre el « problema de España » participaron también los escritores de lo que años después se llamaría, precisamente, la Generación del 98 : Ángel Ganivet , Azorín , Miguel de Unamuno , Pío Baroja , Antonio Machado , Ramiro de Maeztu , etc. [93] [94]
Pero, sin duda, el autor más influyente de la literatura regeneracionista fue Joaquín Costa . En 1901 publicó Oligarquía y caciquismo , en el que señalaba al sistema político de la Restauración como la principal causa del «atraso» de España. Para «regenerar» el «organismo enfermo» que era la España de 1900 se necesitaba un «cirujano de hierro» que acabara con el sistema «oligárquico y caciquil» e impulsara un cambio basado en «la escuela y la despensa». [93]
Contener el movimiento de regresión y africanización, absoluto y relativo, que nos arrastra cada vez más fuera de la órbita en que gira y se desarrolla la civilización europea, realizar una refundación del Estado español sobre el patrón europeo que nos ha dado la historia y a cuyo empuje hemos sucumbido, restablecer el crédito de nuestra nación ante el mundo, impedir que Santiago de Cuba encuentre una segunda edición por Santiago de Galicia? o en otras palabras: fundar una nueva España en la Península, es decir, una España rica que come, una España culta que piensa, una España libre que gobierna, una España fuerte que vence, una España, en fin, una España contemporánea de la humanidad, que al cruzar las fronteras no se sienta extranjera, como si hubiera entrado en otro planeta o en otro siglo (...) y no pasemos el tiempo en medio de una nueva España, como si hubiera entrado en otro planeta o en otro siglo (...) y no pasemos el tiempo en medio de una nueva España. ...) y que no pasemos en poco tiempo de clase inferior a raza inferior, es decir, de vasallos que hemos sido de una oligarquía indígena, a colonos que hemos comenzado a ser de los franceses, ingleses y alemanes.
Joaquín Costa , Oligarquía y caciquismo , 1901.
En marzo de 1899 se hizo cargo del gobierno el nuevo líder conservador, Francisco Silvela , lo que supuso un gran alivio para Sagasta, que había estado al frente del Estado durante los días del desastre del '98 . [95] Silvela se hizo eco de las demandas de « regeneración » de la sociedad y del sistema político —él mismo caracterizó la situación como la de un país «sin pulso»—, lo que se tradujo en una serie de medidas reformistas. El proyecto de Silvela —y el del general Polavieja , ministro de la Guerra— consistía en «una fórmula de regeneración conservadora que intentaba salvaguardar los valores patrióticos en un momento de crisis nacional». [96]
La reforma más importante fue la fiscal llevada a cabo por el ministro de Hacienda, Raimundo Fernández Villaverde , que estaba pensada para hacer frente a la difícil situación financiera del Estado como consecuencia del aumento del gasto público provocado por la guerra y frenar la depreciación de la peseta y la subida de los precios —con el consiguiente aumento del descontento popular—. [97] Esta reforma vino acompañada de la aprobación en 1900 de las dos primeras leyes sociales de la historia española, impulsadas por el ministro Eduardo Dato : una de accidentes laborales y otra sobre el trabajo de la mujer y el niño. Silvela también intentó integrar en su gobierno al nacionalismo catalán representado por la Lliga Regionalista , que acababa de irrumpir en la vida pública —pero el ministro de Gracia y Justicia, Manuel Duran i Bas , acabó dimitiendo—. [95]
El único movimiento de oposición importante al que tuvo que hacer frente el gobierno conservador de Silvela fue la huelga de contribuyentes —o « tancament de caixes », literalmente « cierre de cajas », en Cataluña— promovida entre abril y julio de 1900 por la Liga Nacional de Productores, organización creada por el regeneracionista Joaquín Costa , y por las Cámaras de Comercio , lideradas por Basilio Paraíso . Pero este movimiento, que reclamaba cambios políticos y económicos, acabó fracasando y la Unión Nacional surgida de ella se disolvió, sobre todo cuando las burguesías vasca y catalana la abandonaron y empezaron a apoyar al gobierno de Silvela. [98] Joaquín Costa giró entonces hacia el republicanismo. [95]
Las desavenencias internas —fruto fundamentalmente de la oposición del general Polavieja a la reducción del gasto público propuesta por Fernández Villaverde para lograr un presupuesto equilibrado, ya que chocaba con su petición de mayores dotaciones económicas para modernizar el Ejército— fueron las que acabaron provocando la caída del gobierno de Silvela en octubre de 1900. Le sucedió el general Marcelo Azcárraga Palmero , con un gobierno que sólo duró cinco meses. En marzo de 1901, el liberal Sagasta volvió a presidir el gobierno del que sería el último de la Regencia de María Cristina de Austria y el primero del reinado efectivo de Alfonso XIII. [99]
La mayoría de los catalanistas apoyaron la concesión de la autonomía a Cuba, pues la consideraban un precedente para conseguir la de Cataluña, pero la propuesta de Francesc Cambó de que la Unió Catalanista hiciera una declaración a favor de la autonomía cubana con posibilidad de conseguir la independencia encontró poco apoyo. [100]
Tras la derrota española en la Guerra Hispano-Americana, el regionalismo catalán experimentó un fuerte impulso, a raíz del cual nació en 1901 la Lliga Regionalista, surgida de la fusión de la Unió Regionalista fundada en 1898 y el Centre Nacional Català, que aglutinaba a un grupo escindido de la Unió Catalanista liderado por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó . El motivo de la ruptura fue que estos últimos, en contra de la opinión mayoritaria de la Unió, habían defendido la colaboración con el gobierno conservador de Silvela —uno de ellos, Manuel Duran y Bas , formaba parte de él; y personalidades próximas al catalanismo ocupaban las alcaldías de Barcelona, Tarragona y Reus, así como los obispados de Barcelona y Vic—, aunque finalmente rompieron con el Partido Conservador al no ser aceptadas sus reivindicaciones —concierto económico , provincia única, reducción de la presión fiscal—. La respuesta fue el tancament de caixes y la salida de Duran i Bas del gobierno y la dimisión del doctor Bartomeu Robert como alcalde de Barcelona. [101] El fracaso del acercamiento a los conservadores españoles no hizo desaparecer la nueva Lliga Regionalista; por el contrario, encontró un apoyo cada vez mayor entre muchos sectores de la burguesía catalana desilusionados con los partidos del turno . Esto se tradujo en su triunfo en las elecciones municipales de 1901 en Barcelona, lo que supuso el fin del caciquismo y del fraude electoral en la ciudad. [102]
En cuanto al País Vasco, el PNV en 1898 era todavía un grupo político sin apenas afiliados y cuya presencia se limitaba a Bilbao, y ni siquiera contaba con periódico propio tras la desaparición de Baserritarra el año anterior por problemas económicos. Además, su capacidad de influencia estaba limitada por la ola de exaltación nacionalista española provocada por la guerra hispanoamericana —durante una manifestación fue apedreada la casa de Arana en Bilbao—. Pero ese mismo año de 1898 cambió por completo la situación del PNV —que junto al PSOE habían sido los dos únicos grupos políticos vascos que se habían opuesto a la guerra— gracias a la entrada en el PNV del grupo de euskalerriacs que le proporcionaron «cuadros políticos, el semanario Euskalduna y recursos económicos, pues esos fueristas eran burgueses vinculados a la industria y al comercio, especialmente su líder Ramón de la Sota », y que, frente a la independencia de Arana, defendían la autonomía para el País Vasco, acercándose así a los planteamientos del catalanismo. El apoyo de los euskalerriacos fue decisivo para que Arana fuera elegido en septiembre de 1898 diputado provincial de Vizcaya por Bilbao. A partir de esa fecha, Arana moderó sus planteamientos más radicales, anticapitalistas y antiespañoles, e incluso en el último año de su vida renunció a la independencia de Euskadi y abogó por «una autonomía lo más radical posible dentro de la unidad del Estado español», una evolución españolista muy discutida por sus correligionarios tras su muerte —el 25 de noviembre de 1903— con sólo 38 años. [103]