[3] En 1892 conoció a Amelia Roldán Llanos, de la que se enamoró aunque no terminaron casándose por razones desconocidas.
En mayo de ese mismo año Ganivet alcanzó el primer puesto en unas oposiciones al cuerpo consular; por lo que fue nombrado vicecónsul en Amberes, tomando posesión en julio; pasaría cuatro años en la ciudad belga.
Ganivet le compuso poemas como este: O este, escrito al pie de su fotografía, que Masha conservó: Méprise moi, insulte moi: je serais aveugle et sourd / Despréciame, insúltame: yo seré ciego y sordo.
Su mujer, que le visitó una temporada, le provocaba frecuentes escenas de celos, no solo por sus relaciones femeninas, sino por lo mucho que se encerraba en su despacho para escribir, y al final lo abandonó.
Durante una gira por Letonia, Domínguez Rodiño descubriría la tumba del escritor granadino, cuyos restos, identificados por un doctor a causa del prognatismo de su mandíbula, su pierna derecha rota y la cicatriz de una pedrada en la frente, consiguió repatriar a España en 1925, tras escribir una serie de reportajes para sensibilizar a la opinión pública española.
Desde esa fecha reposan en el cementerio San José de la ciudad que lo vio nacer.
Ganivet hizo gala en su pensamiento de un fuerte desprecio por la modernidad, representada por la sociedad industrial y el culto a la propiedad privada, desarrollado ya desde su paso por la ciudad belga de Amberes, estancia durante la que se sintió profundamente alienado.
En el mismo momento en que España está al borde de la agonía y asiste a la derrota del desastre del 98, Ganivet se atreve a reivindicar su cultura y su manera de ser.
[15] Rechaza el estoicismo platónico de la tradición española, que ha causado el gran defecto esencial de España, la abulia, y propone un cambio axiológico fundado en la voluntad, las ideas y la acción.La cosmovisión ganivetiana es radicalmente espiritual.
Alma irónica, rechaza la violencia como instrumento emancipatorio y siente una actitud de respeto hacia las clases humildes; de ahí que afirme que «las inteligencias más humildes comprenden las ideas más elevadas».
Tal como lo declara Max Stirner en 1844 en la primera parte de su libro El único y su propiedad.
Ha llegado a un concepto tan puro de las cosas que ninguna realidad le satisface —religión, patria, hombre, amor y amistad—.