De dicho adverbio derivaron posteriormente los sustantivos «peregrinus» —extranjero— y «peregrinatio» —viaje al exterior— que acabaron dando lugar a los actuales «peregrino» en español, «pèlerin» en francés, «pilgrim» en inglés o «Pilger» en alemán.
[3] Ya en Plena Edad Media, la peregrinación se asoció al ideal de «pobreza» extendido entre la mentalidad cristiana y que simbolizaba la frase «Nudus nudum Christum sequere» (desnudo, seguir a Cristo desnudo), lo que se asimiló al abandono de todo para dirigirse a Tierra Santa y estar en los lugares donde Él estuvo.
[3] Con la aparición del concepto teológico de purgatorio, a este ideal se unió otro menos desinteresado debido a la difusión de las denominadas indulgencias, que inicialmente pretendían fomentar las cruzadas a Tierra Santa y que se fueron multiplicando hasta culminar en el año 1300 con la proclamación por Bonifacio VIII del primer jubileo romano, mediante el cual si un cristiano peregrinaba a Roma durante ese periodo, se beneficiaba de una «indulgencia plenaria».
[4] El peregrino fue un elemento habitual en la sociedad de la Edad Media, tal y como eran los caballeros armados o los campesinos empobrecidos.
[14] El alojamiento fue procurado inicialmente por monasterios que tenían en sus reglas la hospitalidad para los peregrinos.
[15] A partir del siglo XI, el auge de estos viajes hizo que surgieran además otros dos tipos de establecimientos:[15] Los grandes destinos de peregrinación también contaban con infraestructura para alojar a los que llegaban: en Jerusalén existía un Hospital General y en Roma se encontraban diversas Scholae que acogían a los peregrinos según su nacionalidad.
[18] Peregrinar a Tierra Santa representaba poder estar en los mismos lugares donde estuvo Jesús de Nazaret.
Una de las peregrinaciones más notables —en este caso movida más por factores políticos— fue la del emperador Enrique IV que la realizó en 1077, aunque no tuvo que llegar a Roma porque el papa se desplazó a Canossa para recibirle.
[32] Este pontífice creó asimismo una insignia específica para los peregrinos, donde quedaba reflejado que habían realizado el viaje.
[34] En este contexto de promoción de Roma como destino, en el siglo XIII se incrementaron las indulgencias que podían ser ganadas si se peregrinaba a la ciudad,[35] lo que culminó con la «indulgencia plenaria» establecida por Bonifacio VIII para el Jubileo del año 1300[36], durante el que se produjo una gran afluencia de peregrinos.
[38] En el siglo XIV se empezaron a levantar voces críticas contra las peregrinaciones.
[41]Juan Calvino (1509-1564), por su parte, las calificó como un vano intento de ganar la salvación meramente mediante las obras.
[45] Varias crónicas medievales nos han dejado constancia de algunas vías romeas utilizadas en esa época.
[51] Tras enterrar a su padre en la basílica de San Frediano, los dos hermanos reanudaron el camino final hasta Roma, ahora junto con un grupo de viajeros para procurarse alguna protección frente a la inestabilidad imperante en la zona.
[53] Tras su nombramiento como arzobispo realizó una peregrinación a Roma para recibir el palio de manos del papa Juan XV.
[58] El abad viajó en barco desde Islandia a Noruega y desde allí pasó al puerto danés de Aalborg.
[58] Situado junto a Borgo San Donnino (la actual Fidenza), había sido creado para los peregrinos del norte de Europa y de él se decía que estos podían «beber vino gratis y hasta que quedasen saciados».
[58] El rey francés Felipe Augusto, junto a Ricardo I de Inglaterra, participó en la tercera Cruzada en 1191 que dejó para volver a Francia al fallecer el conde de Flandes y abrirse la disputa por la sucesión flamenca.
[59] El monarca francés partió de Roma y recorrió la vía francígena en dirección norte.
[48] En 1250 comenzó a escribir su obra «Annales Stadenses» en la que describió varias rutas entre su ciudad y Roma.
[60] El monje benedictino Mateo de París fue un historiador inglés del siglo XIII que también realizó una peregrinación a Roma y Jerusalén.
[61] Desde esta población siguió una ruta que cruzaba localidades como Beauvais, París y Troyes para llegar a Beaune y continuar hasta Lyon, lugar que era un importante cruce de caminos.
[61] Prosiguió su ruta hacia Roma y reseñó el recorrido por poblaciones como Chamery, Montmélian y Saint-Michel-de-Maurienne; el cruce de los Alpes lo hizo a través del paso del Moncenisio.
[61] Ya en la península itálica, pasó por Turín y se dirigió hasta Vercelli, para proseguir por las poblaciones de Mortara, Pavía y Piacenza, donde continuó por la vía Emilia hasta Borgo San Donnino —la actual Fidenza—.
[61] Mateo reseñó que desde esta ciudad podían seguirse dos rutas hasta Roma: una de ellas continuaba por la vía Emilia hasta Forlí, para iniciar allí el cruce de los Apeninos y acabar llegando a Roma por la vía Salaria.
[61] Ya en la vertiente italiana alcanzó Sant'Ambrogio di Torino y cruzó el río Po en Moncalieri (junto a Turín).