en el que propugnaba un programa político que incluía reivindicaciones populares como la abolición de las quintas y el derecho de asociación sin restricciones, la libertad completa de imprenta y, sobre todo, el sufragio universal, propuestas que iban mucho más lejos del programa tradicional del partido.
[4] En diciembre se formó una comisión de cinco miembros en la que los demócratas estaban representados por Ordax Avecilla para decidir el programa que iba a presentar el partido en cuanto se abrieran las Cortes.
Sin embargo encontró el apoyo de varios diputados progresistas encabezados por Nicolás María Rivero y de varios escritores y periodistas, entre los que destacó Nemesio Fernández Cuesta.
[8] Sin embargo, según Ángel Duarte, «el programa del partido, publicado en abril, es cualquier cosa menos republicano.
Se reconocen como datos axiomáticos la familia, la unidad nacional, la religión católica e incluso el trono de Isabel II.
Esta situación de semiclandestinidad es la que explicaría la propensión republicana a formar sociedades secretas, como Los Hijos del Pueblo, inspirada en modelos carbonarios.
Así el partido se declara abiertamente a favor del republicanismo, que no significaba sólo la predilección por la República, «sino toda una concepción del orden político basada, entre otros aspectos, en la democratización de la vida pública por la universalización del sufragio, la eliminación del privilegio social y la atenuación de las diferencias, y la racionalización y la laicización de la vida intelectual y moral partiendo de la escuela primaria».
[23] Como ha señalado Ángel Duarte, «la conexión entre democracia y mundo obrero fue, en ambas direcciones, instrumental.
En la «Declaración» se decía que se tendría por demócrata «indistintamente a todos aquellos que, cualesquiera que sean sus opiniones en filosofía y en cuestiones económicas y sociales, profesen en política el principio de la personalidad humana, o de las libertades individuales, absolutas e ilegislables y sufragio universal».
«No se le confiado una sola vez la causa del pueblo que no la haya comprometido y perdido... Ha sido constantemente el primero en desarmar la revolución que le ha encumbrado», afirmó en un artículo publicado en La Discusión.
[30] Castelar, por su parte, le reprochó a Pi la abusiva acepción del «socialismo» que utilizaba («A toda intervención justa y necesaria del Estado en la seguridad del ciudadano, en el orden y regulación de los derechos, le llama socialismo») y que el «socialismo» era incompatible con el concepto mismo de democracia pues esta no podía concebirse sin las libertades económicas, incluido el derecho de propiedad («la democracia no podría destruir la propiedad sin destruirse a sí misma», escribió).
Once días después se había público un nuevo Manifiesto del partido que presentaba alguna diferencia respecto al de 1849 como su insistencia en el reconocimiento del derecho de propiedad como un derecho natural.
[40] En las elecciones a Cortes Constituyentes de enero del año siguiente los «cimbrios» se integraron en las candidaturas de unionistas y progresistas que apoyaban al Gobierno, mientras que los republicanos federales presentaron sus propias listas.