El territorio español que los franceses no pudieron someter proclamó a Fernando VII como su legítimo rey y luchó junto al Reino Unido y Portugal para expulsar a los ejércitos napoleónicos de toda la península ibérica.
España controlaba el acceso al Mar Mediterráneo y poseía un vasto Imperio Colonial en América, por lo que era un punto crucial en el mapa europeo que los franceses debían dominar cuanto antes.
[4] El Príncipe de la Paz —como se conocía a Godoy— negoció el trato y poco después aceptó gustoso la oferta, y permitió a los franceses penetrar en territorio español.
Sin embargo, las verdaderas intenciones del emperador eran otras, conquistar España y Portugal simultáneamente y situar a su hermano José Bonaparte —desde 1806, soberano de Nápoles— a la cabeza de ambos reinos.
Al conocer los sucesos en España, Napoleón se precipita y aprehende a Fernando VII, que debe devolver la corona a su padre y este la pone en manos del francés.
[8] Tal como escribió el general, esa noche comenzó en la capital una implacable persecución de presuntos sublevados.
Cualquiera que llevase una navaja —común entre los artesanos madrileños— era arrestado y condenado a muerte sin previo juicio.
[9] Las ejecuciones se realizaron a las cuatro de la mañana en Recoletos, Príncipe Pío, la Puerta del Sol, La Moncloa, el Paseo del Prado y la Puerta de Alcalá.
[11] Por su personalidad, Napoleón Bonaparte despreciaba a un país como España, regido por una dinastía decadente y por la regresión de un clero en su mayoría reaccionario.
Todo ello se esperaba poder realizar con la colaboración o aquiescencia de la población española.
[11] El objetivo último de Napoleón era alinear al país contra Gran Bretaña y, una vez que se hubiera eliminado la oposición inglesa, que los navíos franceses y españoles llevaran los metales preciosos de la América española a la metrópoli.
Por lo que fueron instruidos en prometer auxilio económico y militar (evitando que los caudales americanos vayan a España), obtener la aprobación de las autoridades indianas (considerando para ello “fomentar el odio entre europeos y americanos”), evitando criticar al Santo Oficio y más bien favorecer al Fuero eclesiástico, mientras que se presentaba a Napoleón como el “restaurador de la libertad” y el “legislador universal".
Por tanto, estos eran más partidarios de una tercera vía constituida por un reformismo autoritario del Estado que permitiera modernizar España, esperando contar para ello con el silencio o la aquiescencia del clero y la nobleza.
[17] Ciertamente, hubo un momento durante la Campaña de Andalucía de 1810 en que pareció que José podría ganarse a la población tras las victorias militares, pero aquel mismo año su hermano concedió a sus generales en España plenos poderes civiles y militares, lo que terminó de desacreditar al nuevo Rey.
[17] Puede decirse que el programa reformista josefino era innovador pero en la práctica se redujo a una declaración de buenas intenciones, aún con algunas excepciones claras como la secularización decretada de los bienes monásticos o la creación del Museo Josefino.
[19] Hubo también un intento de uniformizar la legislación civil que al final quedó en una mera copia del Código napoleónico.
[20] Pero aun así, toda esta política reformista tuvo poco alcance debido a la situación bélica, o a la casi nula popularidad del rey y sus colaboradores españoles más cercanos.
[17] Incluso en los límites de una situación bélica, su autoridad por un lado se veía contrarrestada por la hostilidad general de la población y por otro reducida a la nada con la insubordinación de los generales franceses, quienes por lo general se comportaban como caudillos locales y agotaban los ingresos fiscales o la producción agrícola del campo.
[17] El agotamiento de los recursos fiscales dejaba a la Hacienda española exhausta y ello impedía cualquier esfuerzo reformista serio.
[19] A esta medida le siguió en 1812 la anexión unilateral de Cataluña al Imperio Francés, decisión hecha prácticamente a espaldas de José I y sus colaboradores españoles.
Pero luego Napoleón empezó a perder la fe en el sistema imperial familiar, pues las obligaciones de sus familiares con los reinos en los que fueron colocados, muchas veces contravenían a Francia y la política imperial.
Y añadió: «No quiero España para mí, ni quiero disponer de ella; pero ya no quiero entrometerme en los asuntos de este país excepto para vivir allí en paz y tener disponible mi ejército» (“Je ne veux pas l’Espagne pour moi, ni je n’en veux pas disposer; mais je ne veux plus me mêler dans les affaires de ce pays que pour y vivre en paix et rendre mon armée disponible”).
[26] La nueva situación en España creada tras el descalabro de Bailén obligó al Emperador francés a plantear una gran intervención militar en la Península ibérica, tanto para conjurar la amenaza militar española como para asegurarse su control de una vez por todas.