[2][3] Aunque parece haberse extinguido en la primera mitad siglo XIX, ha dejado una importante contribución léxica en la toponimia y en las lenguas de la región.
Respecto de su rol en el pasado prehispánico, por una parte, se ha propuesto su vinculación con la civilización tiahuanacota, e incluso con sus antecesoras, las culturas pucará y chiripa.
[8][9] Del mismo modo, se sabe que hasta hoy algunos grupos hablantes de las lenguas de esta otra familia lingüística utilizan el glotónimo puquina para referir a sus lenguas, lo que hace necesario prevenir confusiones.
[12] Los únicos textos escritos en puquina que se conocen son los publicados en el Manuale seu Rituale Peruanum del franciscano huamanguino Luis Jerónimo de Oré, impreso en Nápoles en 1607, según el ejemplar encontrado en la Biblioteca Nacional de París.
El corpus de Oré constituye el único material que se considera indubitablemente asignable a la lengua.
Respecto de la prehistoria andina, en base a la evidencia toponímica y cronística, es hoy consensual entre los investigadores que la lengua tuvo una presencia bastante antigua en el altiplano andino, por lo menos remontable un milenio antes del presente, a diferencia del quechua y el aimara.
Su número en estas parroquias era suficiente como para requerir que el cura párroco —o sus ayudantes— conociesen el idioma.
El principal elaborador de esta hipótesis ha sido el destacado lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino.
Esta propuesta se ve limitada por el carácter escasamente documentado del idioma puquina altiplánico y la poca evidencia cronística en ese sentido.
Entre los lingüistas que han estudiado tales fuentes se encuentran el francés Raoul de la Grasserie a finales del siglo XIX,[25] y, más recientemente, Alfredo Torero,[26] Rodolfo Cerrón Palomino, Federico Aguiló,[27]Willem Adelaar, Simon van de Kerke y Nicholas Emlen.
Es probable, además, la existencia de vocales largas, como se observa en los ejemplos
En cuanto al sistema de consonantes, Adelaar y van de Kerke (2009: 128) señalan que las oclusivas sordas parecen haber ocupado cinco posiciones articulatorias: bilabial (p), alveolar (t), palatal (ch), velar (k) y postvelar (q).