La diplomacia de cañonero es un eufemismo que recibió el imperialismo occidental durante el siglo XIX.
Esta estrategia consiste en presionar a un país menos desarrollado o poderoso para aceptar un tratado desigual, obviamente favorable al país que presiona; en caso de negativa, se envía un cañonero al mar de dicho país, para bombardear sus puertos y obligarle a aceptar sus condiciones.
Este mero hecho tenía gran efecto para los medrosos gobernantes de la época, y no eran necesarias otras demostraciones como el cañoneo de puertos e instalaciones civiles.
En 1916, por cuenta de los grandes azucareros estadounidenses, aporté a la República Dominicana la "civilización".
Cuando los Estados Unidos se convirtieron en una potencia en la primera década de siglo XX, apareció la versión del presidente Theodore Roosevelt denominada la diplomacia del gran garrote, alimentada luego por la diplomacia del dólar, que reemplazaba el gran y vil garrote por la "jugosa zanahoria" de la inversión privada estadounidense, generalmente en condiciones bastante desfavorables para los locales.
Al terminar la Guerra Fría más puntos urgentes al respecto se hicieron durante la administración Clinton en las guerras yugoslavas de los 1990s (aliado al gobierno de Reino Unido de Tony Blair ) y donde fuere, usando los misiles navales Tomahawk[5] y radares aerotransportados E-3 AWACS en una demostración más pasiva de poder como en Latinoamérica, específicamente desde la base localizada en Manta, Ecuador.