Concilio Vaticano II

El nuevo Concilio intentaba revertir esa visión y valorizar los logros de la modernidad, sin considerarlos per se como "anti católicos".

Esta evolución puede apreciarse en teólogos como los jesuitas Karl Rahner o John Courtney Murray, que se habían venido esforzando por integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano, así como en otros: el dominico Yves Congar, Joseph Ratzinger (posteriormente papa bajo el nombre de Benedicto XVI), Henri de Lubac y Hans Küng que buscaban lo que veían como una comprensión más ajustada de la Escritura y de los Santos Padres, un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización (aggiornamento).

El 15 de julio de 1959, Juan XXIII comunicó a Tardini que el concilio se llamaría «Vaticano II» y que, por lo tanto, no debía considerarse como una continuación del Vaticano I –que había quedado suspendido–.

[14]​ La principal misión de estas comisiones era elaborar los documentos que, tras pasar por el visto bueno del papa, serían presentados para la discusión en aula.

Una novedad del Concilio Vaticano II fue que el reglamento vigente durante las sesiones no fue votado por los mismos padres conciliares.

Así, en marzo de 1961 Pericle Felici solicitó a la comisión preparatoria central que se manifestara sobre algunos temas relacionados con el reglamento.

En junio siguiente el cardenal Arcadio Larraona solicitó la formación de una subcomisión para la redacción del reglamento.

Los observadores podrían participar solo en las congregaciones generales y sesiones públicas, que gozarían de traducción simultánea.

Los textos preparados por las comisiones preparatorias, tras el visto bueno del pontífice se enviarían a los padres conciliares para su conocimiento antes de tratarse en las congregaciones generales.

Cada padre conciliar podría, a continuación y durante diez minutos, intervenir para admitir, rechazar o solicitar enmiendas generales del esquema presentado.

Sin embargo, tales intervenciones deberían ser indicadas con tres días de antelación a la secretaría del concilio.

Ese mismo día se comenzó a discutir la constitución sobre los medios de comunicación social (que luego será el decreto Inter mirifica).

Esto dejaba al documento De ecclesia como el más importante y programático del concilio.

Sería Pablo VI quien enfatizaría los propósitos básicos del Concilio y lo guiaría a través de las tres etapas conciliares siguientes hasta su final.

Se amplió el número de observadores, integrando incluso laicos que fueron llamados a participar, aunque sin voto deliberativo.

La idea era que de la votación se saliera con una indicación clara para la comisión teológica sobre los contenidos discutidos del esquema.

Se produjeron discusiones de tono más elevado y el cardenal Josef Frings incluso cuestionó durante una sesión en aula, el modo de actuar del Santo Oficio, provocando una áspera respuesta del cardenal Ottaviani.

Ambos obtuvieron finalmente el consenso requerido y fueron oficialmente promulgados en la sesión pública del 4 de diciembre.

Por su parte, los cardenales Larraona, Micara y Ruffini enviaron cartas a Pablo VI para que reservara al magisterio pontificio el tema de la «colegialidad» y mandara retirar el capítulo correspondiente del esquema De Ecclesia.

[27]​ Se optó por una solución de compromiso con un texto que pudiera complacer a ambas partes.

Aunque todos estaban de acuerdo en el principio, el texto dividía a la asamblea conciliar por la forma de presentar la doctrina y las consecuencias que podía tener (por ejemplo, en los países donde por concordato la Iglesia católica tenía privilegios).

A continuación, se examinó el esquema sobre los hebreos que había sido rehecho y ampliado tomando en consideración las religiones no cristianas.

Las posiciones encontradas (por motivos de oportunidad pastoral)[28]​ hicieron que el texto volviera al secretariado para ser reescrito.

Esto causó molestia en varios padres conciliares (por ejemplo, los cardenales Meyer, Ritter, Léger, Suenens y Frings), quienes intentaron por todos los medios persuadir a Pablo VI de que se procediese a la votación, pero el sumo pontífice no cedió.

El esquema recibió luz verde (1997 a favor y 224 en contra) para ser usado como base aunque debía «ser perfeccionado según la doctrina católica sobre la verdadera religión y sobre la base de los cambios propuestos durante el debate» según indicaba la pregunta.

El 29 de octubre se reanudaron las votaciones, esta vez del documento sobre la revelación, Dei verbum.

Nuevamente se llegó a un punto muerto por las enmiendas que consentía el sistema de votación iuxta modum.

Así, a pesar todavía del disenso de unos pocos padres (55 en la votación preliminar) se logró pasar la constitución.

El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae.

Después del Concilio Vaticano II, la corriente revolucionaria denominada Teología de la Liberación influyó fuertemente en la política latinoamericana.

Presbiterio con la cátedra de San Pedro en la basílica homónima , durante el Concilio Vaticano II. Foto de Lothar Wolleh .
Juan XXIII , responsable de la convocatoria del Concilio
El cardenal Augustin Bea , a quien se acredita influencia en algunas de las reformas ecuménicas más significativas del Concilio
Padres conciliares en el Concilio Vaticano II, fotografía de Lothar Wolleh
La solemne inauguración en San Pedro el 11 de octubre de 1962 señaló la apertura de la primera sesión del Concilio
Fotografía de los padres conciliares, por Lothar Wolleh
Pablo VI , quien condujo el Concilio Vaticano II a través de la segunda, tercera y cuarta sesión conciliar hasta su finalización.
Pablo VI presidiendo la celebración de la segunda sesión del Concilio desde el presbiterio de la basílica de San Pedro , imagen de Lothar Wolleh
Salida de los Padres conciliares de la basílica de San Pedro . Fotografía de Lothar Wolleh .
Franz König , cardenal vienés de gran prestigio por su tendencia innata al diálogo, a la concordia y al pluralismo, fue propulsor de un Concilio Vaticano II «abierto» al cambio. Realizó aportes notables en la declaración Nostra Aetate , referida a la relación entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas.
Tres padres conciliares, durante el Concilio Vaticano II. Foto de Lothar Wolleh .