Sin embargo, dada la inminente derrota del país nipón, no se tomaron medidas de carácter militar para participar en la guerra.
Con esto, Chile fue el último país en el mundo en unirse al bando de los Aliados.
Los alemanes llevaban un siglo como una gran colonia residente y existía un partido nacionalsocialista local dirigido por Jorge González von Marées.
[10] Estados Unidos inició una serie de presiones sobre el gobierno chileno para hacer variar su rumbo.
Se le atacaba diplomáticamente, advirtiendo que la neutralidad permitía la acción de espías alemanes en su territorio.
Las relaciones diplomáticas con Japón se restaurarían en 1950, cuando el país asiático nombró a Katsusito Narita su embajador en Chile,[14] y con la firma del Tratado de San Francisco un año más tarde.
Se temían acciones de bloqueo y ataque a puertos que suministraban metales a los aliados (Tocopilla, Antofagasta, Chañaral y San Antonio), los cuales fueron artillados, pero principalmente se protegió el paso por el estrecho de Magallanes.
Lamentablemente las naves con que se contaba, aunque eran de mediana antigüedad para la época, no eran suficientes y prácticamente no se disponía de armamento antiaéreo y antisubmarino.
Peor aún era que el acorazado Almirante Latorre, el mejor buque chileno, databa de 1921 (y que en su momento fue una de las naves más poderosas del mundo), para la época del eventual conflicto estaba en reparaciones.
Antes de que empezara la guerra en 1939, concretamente en 1937, el gobierno chileno estudió vender la isla a la Alemania Nazi, Reino Unido o Estados Unidos a cambio de recibir dos cruceros para la Armada Chilena.
[25] También hubo planes en el gobierno del Imperio Japonés para capturar la isla y utilizarla como base de operaciones navales contra los puertos del norte de Chile que enviaban materiales (como el cobre) a Estados Unidos.