[n 1] Un aire golpista inspiraba carteles con mensajes tales como «Mi general, estamos listos» en la marcha.
Murió unos minutos más tarde, mientras era atendido y cuando la alerta pública ya se había desatado.
[7] Designó a Arriagada para que encabezara personalmente el operativo contra los nacistas desde La Moneda y la vecina Intendencia.
El general Arriagada, irritado y comprometido por el presidente, temía que sus hombres no fueran capaces de cumplir la misión encomendada, exclamó molesto «Que no me hagan pasar vergüenza».
[6] Pese a la gran cantidad de barricadas entre los pisos inferiores, los nacistas no consideraron el peligro por los francotiradores.
[5] Su camarada médico, Marcos Magasich, se acercó al cuerpo del infortunado intentando ayudar, pero ya era tarde; no pudo hacer más que constatar su muerte y el cuerpo fue colocado en otra habitación.
[5] Este grupo fue dirigido por Mario Pérez, seguido de César Parada y Francisco Maldonado.
Tomaron de rehén al rector Juvenal Hernández Jaque y a otros empleados que sesionaban en la Junta del Estadio Nacional (complejo deportivo que estaba a punto de ser inaugurado); el rector fue llevado por Parada y otros siete u ocho nacistas desde la Sala del Consejo de la Casa Central hasta un lugar seguro para él y para su secretaria.
Todos los demás funcionarios, incluyendo los presentes en la reunión, fueron expulsados hasta la calle Alameda, seguidos del tronar de las pesadas puertas que se cerraron herméticamente a sus espaldas.
La columna desfiló ante el público y la prensa, quienes gritaron pidiendo misericordia por los detenidos.
[5][6] Los jóvenes marcharon fuertemente custodiados junto al edificio del Seguro Obrero, una vez más, para intentar persuadirlos de deponer definitivamente el combate.
Dentro del edificio son revisados nuevamente y se les hizo subir al quinto piso, quedando fuera dos Carabineros realizando guardia.
Sin embargo, Yuric no regresó y se unió a los cerca de 25 rebeldes que aún quedaban arriba.
[5] Los uniformados intentan negociar la rendición otra vez, y envían ahora a Guillermo Cuello como ultimátum, pero con la falsa promesa de que nadie saldría lastimado.
Cuello, White y Yuric bajaron hasta donde los uniformados para condicionar la rendición de acuerdo a las promesas.
En el primer piso, los jefes policiales recibieron instrucciones superiores claras: «la orden es que no baje ninguno».
Alberto Cabello, funcionario del Seguro, en la confusión fue encerrado junto con los rendidos de la Universidad.
Desde allí fueron rescatados por sus compañeros y familiares, a quienes se les prohibió velarlos.
Entre quienes asistieron al reconocimiento de muertos y posteriores funerales, se encontraba el poeta Gonzalo Rojas, amigo del nacista Francisco Parada.
[7] El fracaso del putsch obligó a Ibáñez a bajar su candidatura poco antes de las elecciones y apoyar públicamente la de Aguirre Cerda; más tarde partió nuevamente al exilio.
[4] Al día siguiente, Jorge González von Marées y Óscar Jiménez Pinochet se entregaron a las autoridades.
El desprestigio del gobierno de Arturo Alessandri Palma por la matanza, así como el apoyo que entregaron los ibañistas y nacistas al Frente Popular, fueron determinantes en la victoria del candidato Pedro Aguirre Cerda,[4] quien ganó por una estrecha diferencia de 4111 votos.
[5][8] Quizás la consecuencia más importante fue el fin del nacismo como movimiento político en Chile.
Sin embargo, tácitamente la responsabilidad es gubernamental, ya que las fuerzas armadas están sujetas al ejecutivo.
Existen algunas versiones que aseguran que escucharon fuera del despacho presidencial a un iracundo Arturo Alessandri Palma diciendo: «Mátenlos a todos» y así lo transmitió al general Arriagada.
[cita requerida] Por otro lado, las acusaciones contra Alessandri están cimentadas en especulaciones y muy pocas pruebas palpables; lo cierto es que no existe una historia oficial en relación con este tema que es y seguirá siendo una fuerte pugna entre historiadores.
Lo que sucedió con él fue relatado por un carabinero que estaba haciendo guardia: Pese al gran número de historias acontecidas ese día, sin duda alguna la más reconocida fue la de Pedro Molleda Ortega de 19 años, quien, mientras los carabineros remataban a los heridos, se levantó gritando «¡Viva Chile!», a lo que un oficial respondió disparándole a quemarropa.