[3] El joven San Giuliano aprendió pronto las principales lenguas europeas, cuyo conocimiento pulió en algunos viajes a Londres y Viena.
En el 1872 en Londres pudo escuchar un discurso del político liberal William Ewart Gladstone y el año siguiente en Viena conoció al embajador italiano y futuro ministro de Asuntos Exteriores Carlo Felice de Robilant.
Además de la pasión por viajar, San Giuliano cultivó la historia y la geografía que, estudiadas juntas, lo ayudaron a comprender los problemas internacionales del momento.
El cargo le permitió traer a la ciudad desde París los restos mortales del músico catanés Vincenzo Bellini[5] Del matrimonio con Enrichetta (fallecida el 9 de noviembre de 1897) nacieron tres hijos: Caterina, a la que llamaban Carina, Benedetto Orazio (1877-1912) y Maria.
[6] Muy ambicioso, San Giuliano llegó a alcalde de su ciudad natal con tan solo veintiséis años.
El resultado, sin embargo, fue anulado, ya que San Giuliano no había cumplido todavía los treinta años.
De esta última San Giuliano se mostró defensor convencido (inicialmente fue también antifrancés) siempre que fuese compatible con el mantenimiento de buenas relaciones con el Gran Bretaña, la mayor potencia naval.
San Giuliano había rechazado al principio la oferta, ya que consideraba desequilibrado un gobierno tan favorable a la Entente Cordiale, pero, por insistencia de Giolitti y de Víctor Manuel III, acabó por aceptar.
Las grandes potencias, enfrascadas en la crisis, difícilmente hubiesen entorpecido una acción militar italiana en África septentrional.
Giolitti en cambio se demostró prudente y no consideró oportuno actuar, fuese porque temía que la crisis de Agadir pudiese originar una guerra entre Francia y Alemania que involucrase a Italia, o porque conocía la oposición de los socialistas a una acción bélica.
Mientras, el marqués acuciaba a Giolitti con avisos y exhortaciones a actuar, afirmando que las tropas debían aprestarse enseguida para conseguir una rápida victoria y que el turbulento mar invernal complicaría la operación si esta se retrasaba.
[35] También en Francia crecieron las protestas, que suscitaron una crisis diplomática con Italia el 22 de enero de 1912, tras un discurso en la Cámara del presidente Poincaré[36] Con Austria entabló entonces una larga y compleja negociación para poder ocupar las islas turcas del Egeo, que Italia deseaba dominar para interrumpir el flujo de suministros enemigos a los puertos libios.
[43] Las negociaciones con Viena se tornaron difíciles cuando San Giuliano solicitó insertar en el texto del tratado dos acuerdos bilaterales que Italia había firmado con Austria sobre Albania y el sanjacado de Novi Pazar.
Naturalmente, pretendía extender la influencia italiana en Albania y superar la austriaca, que ya existía.
El marqués siempre se había declarado ateo y anticlerical, pero sabía que conseguir que Italia protegiera a sus religiosos en el extranjero era una cuestión de prestigio y fortalecía a la nación.
[58] Una Albania independiente supondría un freno a Serbia, que había vencido también en la segunda guerra balcánica.
Aunque inestable y destinado a fracasar, el nuevo Estado no se había convertido en un peón de Austria; este era el mayor riesgo para Italia, que San Giuliano había logrado evitar.
Los otros Estados balcánicos se apresuraron a colaborar con estas, que contraatacaron y vencieron al ejército búlgaro.
Esto hubiese podido desatar una reacción en cadena muy similar a la que ocurrió un año después con el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Desde Suecia, donde había acompañado a Víctor Manuel III, San Giuliano telegrafió a Giolitti el 9 de julio de 1913 y acordó con él responder al embajador austríaco Kajetan Mérey.
San Giuliano, que nunca hubiera aceptado tal situación sin una compensación importante, fue explícito: las «tierras italianas» del imperio vecino (Trieste y Trento).[62].
El marqués respondió que sería un grave error para su país incorporar en su seno un nacionalismo hostil y enemistarse con los pueblos de los Balcanes.
Austria y Alemania decidieron declarar la guerra a Serbia, considerada responsable del asesinato.
San Giuliano pareció a punto de perder los nervios; respondió al embajador que, para evitar que Austria llevara a cabo estos proyectos, Italia se coligaría con Rusia y Serbia y declararía la guerra contra el imperio, desatando en él la revolución.
Por lo tanto, el Gobierno italiano no podría alcanzar pactos que permitiesen una agresión austriaca a Serbia, independientemente de la compensación para Italia, ya que la aniquilación de Serbia no habría sido aceptada por la nación italiana.
[68] San Giuliano protestó primero al embajador alemán, luego se calmó cuando este le hizo comprender que Italia podría obtener una compensación territorial importante si adoptaba una actitud benevolente hacia Austria.
[70] Había recibido información de sus diplomáticos en Belgrado y San Petersburgo desde la primera quincena de julio en la que se le indicaba que el Rusia intervendría para rescatar a Serbia si Austria la agredía.
Ante la solicitud del Reino Unido de convocar una conferencia para tratar la crisis, el marqués propuso al embajador británico Rodd que las potencias interesadas debían solicitar a Viena explicaciones sobre los puntos más controvertidos del ultimátum (los que permitían a organismos austriacos investigar el asesinato del archiduque en territorio serbio).
Esto significaría para la península italiana exponerse a la mayor potencia naval del mundo.
Este enfoque podía resultar útil en caso de que cambiase la situación militar.