En Piamonte intentó, en vano, obtener un empleo como secretario comunal de Verolengo, pero ante el fracaso se vio obligado a trabajar como periodista.
Por suerte, un querido amigo siciliano, el republicano Vincenzo Favara, había presentado su candidatura en el Colegio de Castelvetrano donde Crispi, aunque siendo desconocido para la mayoría, resultó vencedor gracias a una impecable campaña realizada por su “gran elector”, quien también organizó una recaudación de fondos para consentir al neo-diputado, que en aquel entonces pasaba por graves restricciones económicas para poder asistir a Turín a la inauguración del Parlamento.
En el otoño de 1877 se dirigió a Londres, París y Berlín para una misión secreta, teniendo la oportunidad de establecer relaciones personales con Gladstone, Granville y otros estadistas ingleses, pero sobre todo con el canciller alemán Bismarck.
Para el tiempo de su tercer matrimonio, su primera esposa ya había fallecido y como el contraído con la segunda había sido declarado judicialmente inválido, su tercer matrimonio era conforme a derecho y no caía en bigamia.
Crispi asumió un comportamiento resuelto en las relaciones con Francia, interrumpiendo las largas e infructuosas negociaciones sobre un tratado comercial franco-italiano, y declinando a la invitación francesa para organizar un pabellón italiano en la gran exposición internacional realizada en París en 1889.
Muchos agitadores cayeron solo por haber gritado cosas como «Viva la anarquía» o «abajo el Rey».
Una comisión parlamentaria encargada de las investigaciones, estableció solamente que Crispi, al asumir su encargo en 1893, encontró el fondo para servicios secretos vacío, y se vio obligado a tomar dinero de un banco estatal para dotarlo, préstamo que sería restituido con pagos mensuales garantizadas por el Fisco.
La comisión, considerando este procedimiento irregular, propuso a la Cámara, la cual aceptó, un voto de censura, pero rechazó autorizar que se siga un proceso.
Por algunos años participó solo marginalmente en la vida política, sobre todo a causa de una ceguera parcial.
Una exitosa intervención quirúrgica le restituyó la vista en junio de 1900, y, no obstante que tenía entonces 81 años, retomó en buena medida la actividad.
La importancia de Crispi en la vida política italiana no fue tanto por las muchas reformas realizadas en la administración por el presidida, sino por su fuerte patriotismo, su fuerte y vigorosa personalidad, y su capacidad para gobernar a sus conciudadanos con la constante tensión que había en aquella época.
En la relación con Francia, es verdad que su política aparece como carente de tacto y moderación, pero es necesario tener presente que la república francesa estaba entonces ocupada en maniobras diplomáticas anti-italianas, teniendo como objetivo, sea debido a las relaciones con la Santa Sede, sea por la política colonial, crear las condiciones para que Italia se rindiese ante las exigencias francesas y abandonara la Triple Alianza.