Américo Castro

Estudió también en Alemania, pero volvió a Madrid para hacer el servicio militar, y entonces comenzó a colaborar con Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos, así como con la Institución Libre de Enseñanza, con cuyo grupo estaba relacionado.Dos años antes se había adherido al manifiesto publicado en 1913 por Ortega y Gasset en defensa de una salida «superadora del pesimismo noventaiochista» para España, lo que le vinculó definitivamente al Novecentismo.También siguió estrechando sus lazos con Ramón Menéndez Pidal, así como con Francisco Giner de los Ríos, acercándose a las ideas krausistas.Siendo republicano, fue nombrado cónsul en Hendaya, y desde allí pudo salvar a buena parte del cuerpo diplomático mientras bombardeaban San Sebastián; y por fin se marchó él mismo en un automóvil con Azorín.Desarrolló dos categorías para interpretar debidamente la historia de las ideas en España: La morada vital es el ámbito, con sus limitaciones, obstáculos y posibilidades, en que se desarrolla el acto de vivir; la «vividura», la determinada percepción y posición que tenemos frente a este acto.Otros libros suyos son Aspectos del vivir hispánico (1949), y La realidad histórica de España (1954).Una polémica menor, pero también bastante ruidosa, tuvo que ver con la visión eurocentrista del idioma español que ofreció en su libro La peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido histórico (Buenos Aires: Losada, 1941), muy criticada por Jorge Luis Borges en un artículo titulado «Las alarmas del doctor Américo Castro».[5]​ Allí se tratan de refutar los argumentos usados por Castro para fijar una posición de inferioridad del español rioplatense respecto a las variantes peninsulares del español.