El descontento contra el régimen monárquico de Isabel II había ido en crecida y el moderantismo español, en el poder desde 1844, salvo los intervalos del bienio progresista (1854-1856) y los gobiernos de la Unión Liberal (1858-1863), se encontraba en una fuerte crisis interna.La coincidencia de ambas crisis, la financiera y la de subsistencias, creaba «unas condiciones sociales explosivas que daban argumentos a los sectores populares para incorporarse a la lucha contra el régimen isabelino».La ambigua redacción del primer punto permitía incorporar al Pacto a otras personalidades y fuerzas políticas.[10] En los días siguientes el levantamiento se fue extendiendo por el resto del país, empezando por Andalucía.[11] Prim por su parte a bordo de la fragata blindada Zaragoza recorrió la costa mediterránea logrando que se sumaran al movimiento todas las ciudades ribereñas desde Málaga hasta Barcelona.[12] El día anterior, 19 de septiembre, González Bravo dimitió y la reina Isabel II nombró para sustituirle al general José Gutiérrez de la Concha, quien mantuvo a casi todos los ministros del gobierno anterior y puso a González Bravo al frente del ministerio de Gobernación.El general de la Concha organizó en Madrid un ejército como pudo, dada la falta de apoyo que encontró entre los mandos militares —ni un solo general «se me presentó entonces, ni aun después, para pedirme un puesto para combatir la revolución», afirmaría más tarde— y lo envió a Andalucía al mando del general Manuel Pavía y Lacy, Marqués de Novaliches, para que acabara con la rebelión.Sin embargo, el de 1868 presenta algunas novedades: «el objetivo del pronunciamiento no se dirige solo contra un Gobierno corrompido, sino contra la misma persona de la Reina, a la que se juzga incompatible con "la honradez y la libertad" que los pronunciados proclaman; su difusión desde la periferia, donde tienen su fuerza, es muy rápida, imponiéndose desde ella al centro; y finalmente, la misma naturaleza del compromiso contraído por los conspiradores era una novedad sin precedentes: el que fuera una Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal directo, la que decidiese el tipo de gobierno que debía tener el país».[15] Que un clásico pronunciamiento se convirtiera en la «Revolución Gloriosa» de 1868, se debió, según María Victoria López Cordón, al entusiástico apoyo que le dieron la burguesía, las «clases ciudadanas» y en algunos casos los campesinos.[17] El gobierno liberal del siglo XIX explicó la revolución de 1868 por motivos políticos.Este último publicó en 1973 un libro en el que su capítulo más extenso se titulaba «Cambio económico y crisis política.Todos estos estudios abrieron un gran debate, especialmente cuando Miguel Artola por aquellos mismos años volvió a defender la primacía de los factores políticos sobre los factores económicos y sociales para explicar la revolución.La búsqueda de un rey apropiado demostró finalmente ser más que problemática para las Cortes.Juan Prim, el eterno rebelde contra los gobiernos isabelinos, fue nombrado dirigente del gobierno en 1869 y el general Serrano sería regente, y suya es la frase: «¡Encontrar a un rey democrático en Europa es tan difícil como encontrar un ateo en el cielo!».Se consideró incluso la opción de nombrar rey a un anciano Espartero, aunque encontró el rechazo del propio general, que, no obstante, obtuvo ocho votos en el recuento final.Este rechazo desencadenó finalmente el incidente conocido como telegrama de Ems, que posteriormente sería el detonante (o la excusa) para la guerra franco-prusiana.
La red de ferrocarriles en España durante el siglo
XIX