El caso más notorio es el del tártaro, que en un tiempo sirvió para designar a todos los pueblos túrcicos, excepción hecha de los turcos otomanos.
En tiempos recientes, con el desarrollo de nombres individuales para los varios subgrupos túrquicos, el término tártaro se ha restringido gradualmente, hasta el punto de limitarlo a los que antiguamente fueron llamados tártaros del Volga, es decir, el grupo étnico con su centro tradicional en Kazán.
Los túrquicos orientales han preservado la identidad nacional mientras que los occidentales fueron el enlace entre las civilizaciones de Oriente y Occidente.
Los túrquicos occidentales hicieron conquistas en el oeste y el sudoeste absorbiendo a las poblaciones iranias locales.
Los tayikos que se hallan en Xinjiang occidental representan los elementos no asimilados en ese proceso.
Esta expansión del Imperio en los siglos VI y VII fue el cenit en la difusión de los pueblos túrquicos por Asia, pero luego fueron desplazados por los mongoles bajo Gengis Kan en el siglo XII y más tarde por los rusos.
Esas divisiones religiosas se reflejan en la influencia lingüística: los pueblos islámicos tienen una fuerte influencia árabe y persa en términos de vocabulario, pero también fonología (asimilación de sonidos no hablados previamente en las lenguas túrcicas) y la sintaxis.
Las lenguas de los pueblos túrquicos budistas han estado sometidas a influencia léxica del mongol, tibetano, sánscrito y en un caso griego, trasmitido vía mongol, como es la palabra tuvana nom ('libro') que deriva de la griega nomos ('ley').
En general, estas lenguas son cercanas las unas a las otras y forman un complejo dialectal en el que las variantes lingüísticas son muchas veces mutuamente inteligibles, decayendo esa inteligibilidad a medida que hay separación geográfica.
El uzbeko y el tártaro fueron escritos en China en árabe pero no hay publicaciones de esas lenguas en esa nación.