José Echegaray

Está considerado como el más grande matemático español del siglo XIX.Allí dio clases de matemáticas, estereotomía, hidráulica, geometría descriptiva, cálculo diferencial y física desde ese año hasta 1868.[8]​ El discurso de ingreso, titulado Historia de las matemáticas puras en nuestra España,[9]​ en el que hizo un balance, exageradamente negativo y con determinadas lagunas, de la matemática española a través de la historia y en el que defendía la «ciencia básica» frente a la «ciencia práctica», fue fuente de una gran polémica, tal como indican los periodistas Luis Antón del Olmet y Arturo García Carraffa en su libro Echegaray: En su carrera como científico y profesor publicó muchas obras sobre física y matemáticas.[17]​ Dejó el Ministerio de Hacienda para dedicarse a la literatura.[18]​ Fue además senador vitalicio[19]​ y presidente del Consejo de Instrucción Pública.En 1865, comenzó su actividad literaria con La hija natural, aunque no llegó a estrenarla en esa época.[20]​ En su primera época sus obras estaban inmersas en la melancolía romántica, muy propia de la época, pero más adelante adquirió un tono más social con una evidente influencia del noruego Henrik Ibsen.[6]​ En ese tiempo Echegaray no era considerado un dramaturgo excepcional y su obra era criticada muy duramente por escritores de tanto relieve como Clarín o Emilia Pardo Bazán, aunque de un modo no siempre consecuente.Él mismo mantuvo siempre una actitud distante con sus obras, no obstante contaba con la admiración de autores como Bernard Shaw o Pirandello.Sus obras triunfaron en ciudades como Londres, París, Berlín y Estocolmo.Sin embargo, la puesta en imágenes de esta sin los pertinentes derechos, unido al notable éxito que alcanzó la película, llevó a la Sociedad de Autores, en representación del dramaturgo, a demandar por plagio a Gelabert, quien, gracias a la inteligente labor de su abogado, ganó el pleito – Echegaray obtuvo una pírrica victoria al ver cómo el título original se modificaba por el de Mala raza – (Pozo, 1984: 23; Porter, 1985: 49).
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José Echegaray al final de sus días