Islandia, una isla entre Noruega y Groenlandia, permaneció durante largo tiempo como una de las islas más grandes del mundo sin población humana.
Islandia ha sido considerada por algunos como la tierra que el marino griego Piteas llamó Thule, pero la hipótesis no se sostiene en la descripción de una tierra poblada y abundante en leche, miel y fruta.
Sin embargo, no se han hallado vestigios arqueológicos de tales asentamientos.
El geógrafo irlandés Dicuil menciona en su libro De mensura Orbis terrae (ca.
A mediados del siglo IX, marinos nórdicos alcanzaron las islas Shetland y las Feroe.
Algunos de esos marinos se desviaron en su ruta y llegaron a la desconocida Islandia.
La primera persona en pasar el invierno en sus tierras fue sin embargo el sueco Gardar Svavarsson.
De acuerdo al Landnámabók, el primer asentamiento permanente fue fundado en Reikiavik en 874 por Ingólfur Arnarson, en el mismo lugar donde actualmente se asienta la capital islandesa.
Posiblemente también llegaron colonos desde otras regiones nórdicas, como Suecia y Dinamarca, pero en números considerablemente menores.
Los que llegaron desde las islas británicas quizás llevaban consigo esclavos y servidumbre de origen celta, como parecen demostrarlo algunos estudios genéticos en la población islandesa en el año 2000, realizados en el cromosoma Y (heredado entre varones), que sugieren que entre 20 y 25% de los islandeses tendrían antepasados irlandeses o celtas.
La inmigración en masa se explica con la sobrepoblación en Noruega, pero también por el descontento hacia la formación de un reino noruego unitario, que comenzó a forjarse con Harald I y que resultó en el debilitamiento de los poderes locales.
La independencia de los propietarios era grande y las decisiones comunes eran tomadas por una asamblea local.
Islandia perdió sus derechos políticos, y se le impuso el luteranismo tras la muerte del obispo católico rebelde Jón Arason en 1550.
Se contabilizaron 9000 personas desaparecidas y el 80 por ciento de los animales muertos.
En 1843 Cristián VIII restableció la Asamblea Nacional con carácter de órgano consultivo y, en 1874, se llegó a la autonomía.
A principio de los años 1880 se construyó el Alþingishúsið, la sede del Parlamento nacional.
No obstante, seguía predominando una oligarquía: catorce familias -un grupo conocido como el "Pulpo"- constituían la élite económica y política del país.
Los partidos dominantes (PI y Partido del Centro) gestionaban directamente los bancos locales de propiedad estatal, lo que hacía imposible obtener préstamos sin la aprobación del apparatchik local.
En junio de 1980 Islandia se convirtió en el primer país europeo en que una mujer, Vigdís Finnbogadóttir, ganó las elecciones presidenciales.
Con una inflación superior al 25% y el sector pesquero en graves dificultades, Hermansson mantuvo una política decididamente deflacionaria (tres devaluaciones de la corona en 1988, una más a principios de 1989) que minó su popularidad, pese a los resultados positivos.
El mercado de valores se derrumbó y las quiebras aumentaron, lo que obligó al Estado a movilizar las finanzas públicas en beneficio del sector privado.