Tiempo después, a esta primera traza se agregaría una ampliación sobre el sitio donde estaba el Quemadero de la Santa Inquisición, dilatándose sobre las plazuelas de Santa Isabel y San Diego.
El siglo XVII del barroco novohispano deja su impronta en las luces y sombras que acompañan el devenir de la Alameda, semejante a los retablos que pueblan las iglesias de este periodo.
Las dos inundaciones que destruirían los jardines, que fueron poblados con flores, y también los antiguos álamos, que serían sustituidos por fresnos; su traza se fue modificando, ahora tiene ocho calzadas, un número igual de prados y jardines y la fuente es en forma de tazón octogonal con un surtidor central.
También es significativo el hecho de que por primera vez la Alameda se menciona en una obra literaria gracias a la inspiración del poeta Arias de Villalobos; hacia 1625, el fraile inglés Tomas Gage hace una descripción donde señala que «Los galanes de la ciudad se van a divertir todos los días, sobre las cuatro de la tarde, unos a caballo y otros en coche, a un paseo delicioso que llaman La Alameda, donde hay muchas calles de árboles que no penetran los rayos del sol.
Siguiendo los preceptos clásicos, en 1770 el virrey Carlos Francisco de Croix impulsó la transformación de la vieja alameda, dándole un mayor tamaño al extenderla sobre las plazuelas de Santa Isabel y San Diego, se le agregan fuentes y plazoletas, así como rotondas menores.
Hacia fines del siglo XVIII, la alameda comparte honores con el Bosque de Chapultepec y el paseo Bucareli, que son también lugares muy concurridos y visitados por numerosos paseantes.
Lo cierto es que de manera heterodoxa combina elementos que proceden del geometrismo anterior con nuevos elementos, en los cuales se impone la traza irregular y selvática.
Fue evidente que durante el siglo XIX, sobre todo después de la segunda mitad, la sociedad mexicana se va abriendo a nuevas costumbres y usos, aspecto que se reflejó en una mayor presencia femenina en los paseos y una pronunciada necesidad de esparcimiento.
Las viejas construcciones virreinales compartieron el espacio o fueron desplazadas por otras más modernas, en torno a la Alameda se amplían y extienden calles, el arquitecto Adamo Boari inicia la construcción del nuevo Teatro Nacional, luego el Palacio de Bellas Artes, y de las pérgolas, mientras que el pabellón morisco que se había instalado en el lado sur de la Alameda fue reemplazado por el Hemiciclo a Juárez, que el presidente Don Porfirio Díaz inauguró en 1910, año del centenario y del inicio de la Revolución mexicana.
La alameda central, como muchos parques públicos centrales, ha sido en punto de encuentro de minorías sociales, como personas en situación de calle, indígenas, sexoservidores y homosexuales entre otros,[2] ya en 1924, el pintor mexicano Manuel Rodríguez Lozano pintó a su amigo Salvador Novo en un Taxi trasladándose a la alameda para "ligar" a jóvenes noctámbulos.