Durante su estancia de siete años en Europa falleció el único hijo que tuvieron.En 1923, Roberto Montenegro hizo lo necesario para que Rodríguez Lozano conociera a Francisco Sergio Iturbe, quien se volvió su mecenas y se convirtió en fuente de inspiración para sus obras Los tableros de la muerte, conocidas en conjunto como la serie Santa Ana muerta.Junto con Abraham Ángel y Julio Castellanos, visitó varios sitios culturales de Argentina.Como buen clasicista, dice lo que quiere decir con una figura o dos, con unos cuantos planos y colores.[3] Junto con otros artistas notables e intelectuales participó después de 1927 en el Teatro Ulises, que fundó con Antonieta Rivas Mercado y en donde pintó escenografías.[6] También se presentó en muestras colectivas al lado de Julio Castellanos, Rufino Tamayo y Agustín Lazo.[6] Rodríguez Lozano no ocultó nunca su homosexualidad; su oficina estaba tapizada con imágenes de sus novios.Elaborado al fresco y con técnica al temple (yema de huevo, pigmento y agua) y extraído con Strappo en una plancha de cal y yeso con un bastidor transportable de metal, su composición es triangular: una María indígena (que reemplaza aquí a la Madona italiana), los pómulos prominentes, símbolo del sistema capitalista, con actitud protectora; el hijo, que es el mismo pintor, se halla con los brazos abiertos, la cara reclinada; la figura estilizada tema del mural nace de una profunda reflexión espiritual inspirada por el cautiverio; la obra es una alegoría acerca de la injusticia social, sobre todo del pueblo mexicano, su miseria y su sufrimiento.El mural, que en la cárcel se convirtió en objeto de culto religioso (los reclusos oraban ante él como si fuese un retablo o un exvoto milagroso)[7] es un ejemplo del muralismo que hace alusiones metafísicas de corte neoclásico.